martes, 24 de junio de 2008

Obama, ¿todavía crees tú en el cambio?



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Barack Hussein Obama es su nombre. Su segundo nombre es el apellido del antiguo tirano de Irak, y su apellido rima con Osama. Eso no es sencillo de superar en América".
John Stewart, cómico y presentador de The Daily Show

Hace apenas un par de semanas, después de unas primarias interminables y una lucha incruenta a través de los medios de comunicación, Hillary Clinton por fin reconoció su derrota en la carrera por la presidencia del Imperio intergaláctico. Con su retirada y anuncio de apoyo a su rival demócrata –habrá que ver hasta qué punto se implicará en esta ayuda-, quedaba definido el duelo por el puesto más poderoso del planeta entre John McCain, senador de Arizona, y Barack Obama, senador por Illinois, el político capaz de arrastrar muchedumbres de 75.000 personas cual estrella legendaria de rock. La gran pregunta ahora es: ¿Será Barack el primer presidente afroamericano de la historia de Estados Unidos? Y si lo consigue, ¿quedará algo de su apuesta renovadora y mensaje de cambio real? ¿Nos seguimos tragando su eslogan de Chance - We can believe in? El pesimismo inunda a esta cabeza bobolonga a la hora de contestar este interrogante.

Que vaya a ganar o no, le corresponde elucubrar al reino de los sesudos analistas, politólogos y think tanks que brotan como setas en el país que adora definirse con un sinécdoque continental: América. Se podría decir que, si no lo consigue en esta ocasión, con todas las circunstancias a favor, tendrá que pasar otro siglo para que un negro vuelva a tener opciones. Pero también los aficionados del Atleti han dicho muchas veces aquello de, "si no ganamos al Madrid este año, tal y como está... ¡no les ganaremos nunca!". Y zas, al minuto dos, Ronaldo o Raúl jodían la ilusión del pueblo rojiblanco, con la inestimable colaboracion de Pablo, Perea o el que pasaba por allí en ese instante... Pues lo mismo le pasa a Obama ahora, de cara al partido de noviembre con el septuagenario McCain, con un carisma a años luz y con la sombra gigantesca del desastre del doble mandato de Bush. O sea, si los demócratas no arrasan a los republicanos este año...


El caso es que los demócratas lo tienen a huevo. El índice de aprobación de George W. miento y miento y no pasa nada Bush es el más bajo desde que la empresa Gallup estrenase este medidor allá por la época de Harry Truman, un curioso personaje que tiró dos bombas atómicas y al que se considera de los presidentes más prestigiosos (¿¡ein?!). Sólo Jimmy Carter en plena crisis del petróleo tuvo una popularidad más por los suelos. Apenas un 30% de irreductibles estadounidenses dan por bueno los ochos años de WarBush, periodo que incluye dos guerras con más de medio millón de civiles muertos por el camino, su inestimable ayuda militar para colocar el petróleo a 130 dólares el barril, el colapso del mercado inmobiliario, el socavón con la crisis de las hipotecas basura, la inapelable recesión, la conculcación del derecho internacional vía invasión ilegal de Iraq y cárceles secretas y la violación de los derechos humanos básicos legalizando los métodos de tortura en Guantánamo (Amnistía Internacional lo explica muy bien). La lista es larga y tenebrosa, pero afortunadamente al cowboy de Austin le quedan dos telediarios para poder ir a dar charlas a Georgetown junto a su amigo Ansar (la web losgenoveses recopila lo mejor del hombre del bigote).

Además, junto a la mediocridad y salvajismo intelectual del hombre que se atragantaba con las galletas, se prevé una debacle republicana en las dos cámaras del Congreso, donde los demócratas pueden ampliar y mucho las distancias. Según la empresa demoscópica Rasmussen, hasta diez senadores republicanos que defienden su escaño están o por detrás o en empate técnico con sus rivales demócratas, y en la Cámara de Representantes el palo se avecina mucho mayor, con proyecciones de +30 o +40 a favor del partido de Roosevelt y Kennedy. Para muestra, el botonazo de las recientes elecciones en tres distritos históricamente híper republicanos, enclavados en el sur más profundo y reaccionario. En los tres comicios, los candidatos demócratas han arrasado a sus contrincantes conservadores.

Barack no tenía nada que hacer frente a la todopoderosa maquinaria de los Clinton, pero hete aquí que la aparente sinceridad de su mensaje y los llamamientos a construir una nueva política alejada de los grupos de interés de Washington y los poderes fácticos militares, fue enganchando a miles y miles de ciudadanos por todo el país. Con una retórica excelente, una pose muy presidencial y un discurso alejado de los cuchillazos de su oponente Hillary, Obama ha ido llenando estadios y dando forma a la llamada Obamania, traducida en ocasiones en una histeria estilo Beatle que no se recordaba en la política desde los tiempos de Aznar con su camisa rosa y jersey al hombro en la plaza de toros de Valencia. ¡Olé, Ché Mari!

Pero trazadas las previsiones, lo que realmente interesa a este post que quisiera ponerse una pegatina de "Change - We can believe in’ es el tortuoso camino que ha emprendido, y que seguramente seguirá recorriendo Obama. El político unificador que ha construido su popularidad hablando de salvar las etiquetas, de tender puentes y olvidarse de las diferencias de raza, religión, clase y género. El hombre que quiere que sus compatriotas vean el 11-S no como un medio para asustar a la gente, sino como una oportunidad para construir alrededor de EEUU en el mundo, y que fustiga las viejas formas de hacer política, corre peligro de perder el equilibrio. Es cierto que defiende acabar con las rebajas de impuestos a los más ricos que hizo ley Bush para devolver favores prestados a quienes le mueven los hilos, y también es verdad que, de momento, se ha opuesto a la brillante idea republicana de perforar a lo largo de las costas de Estados Unidos para buscar más petróleo y, de paso, joder un poquito más el planeta.

Además, está teniendo que hacer frente a una campaña de navajazos xenófobos en forma de rumores en la red, desde que juró la Constitución en el Senado con un Corán en la mano hasta que estuvo dos años en una madraza mandando cartas de amor a Bin Laden. Con inteligencia y gracias a su legión de seguidores, Obama ha optado por desmentir uno a uno esos ataques y combatirlos fieramente en fightthesmears.com. Sin embargo, hay señales inquietantes en el rumbo del ilusionante político. Barack ya ha renunciado por el camino a su pastor de toda la vida, a su iglesia de toda la vida, a amigos de toda la vida y a convicciones de toda la vida. Este abogado que ganó su fama en Chicago apostando a fondo por defender los derechos de las comunidades pobres y las minorías, y uno de los pocos que se opuso a la invasión de Iraq desde el principio -aunque estuvo ausente de la votación en el Senado en 2002-, ya no parece ni tan fresco, ni tan idealista ni tan deseoso de dar un vuelco al sistema politico estadounidense.

Al darse de baja de la iglesia en la que se casó y bautizó a sus tres hijos, la Chicago Trinity Church, conocida por sus iniciativas sociales, Obama ha querido distanciarse de ciertos sermones muy por encima del nivel de izquierda que se permite en la nación de lo políticamente correcto. Además, ha renegado ya varias veces en público de Jeremy Wright, su pastor de toda la vida, que en sus homilías atizaba y duro la política exerior del país –"América se ha buscado el 11-S" y ponía el dedo en la herida del racismo social. Un religioso con inudables señales de egolatría patológica y fanático de Su verdad y nada más que Su verdad, pero al que no se le puede negar su tremendo trabajo en las comunidades pobres de Chicago. Por otra parte, si ahora es tan malo, cómo es posible que Obama no se diese cuenta antes, durante sus 30 años de relación.


Al principio Barack hablaba de una Amética en la cupiesen todos, de integrar desde los blancos fascistoides de Alabama nostáligos del régimen confederado a las minorías negras defensoras de la violencia de las panteras negras o del racismo a la invesa de la Nación del Islam y su vitriólico líder Louis Farrakhan. Pero parece ser que su América ya no es tan ancha, y lo mainstream ha acabado imponiéndose. Así, tambien ha corrido raudo a desmentir cualquier vínculo con Bill Ayers, un ex guerrillero urbano que puso bombas a finales de los setenta y que desde hace años trabaja en las comunidades pobres de Chicago. "Aaaah, yo creía que ese tipo no era así..., me ha decepcionado y ya no es amigo...", ha repetido Obama, sin tener en cuenta que Ayers, que ha reconocido que su radicalismo fue producto de un momento específico en la historia, en la América rancia de Nixon y Vietnan, tiene derecho a la reinserción, y hasta hace unos meses era un tipo válido para reunirse con él.

Más preocupante es su actitud ante la continua -y maliciosa- pregunta acerca de si es musulmán. En vez de decir: Y si lo fuese, ¿pasa algo, eh? No, Obama recita de memoria que es un hombre de fe cristiana, rechaza con vehemencia esa vinculación al islam y subraya que, aunque su papá era keniata, su mamá blanca le inculcó el cristianismo. La comunidad de estadounidenses de origen árabe le pide un paso al frente en este sentido, pero el político de Chicago da un salto hacia atrás, como ha demostrado la reciente limpieza étnica de dos mujeres musulmanas en un mitin de Obama, obigadas a abandonar sus asientos cerca del candidato para irse al fondo a mano derecha, porque la cohorte de asesores de Barack tenía miedo de que saliesen en la tele cerca del elegido...

Hay otro pequeño detalle, a simple vista sin importancia, pero para este ágora de una dimensión inquietante. Obama, al que el 10% de la población gringa sigue considerando musulmán (¡¡que miedooooll!), se pasó prácticamente toda la campaña con su traje políticamente correcto pero, ay alma de Dios, sin el pin con la bandera de Estados Unidos. Este hombre osó dar mítines y recorrer la América profunda sin las barras y estrellas en su solapa, e incluso acudir sin ella a un plató de Fox News, santuario mediático de la ultraderecha. Pero la presión para que se enfundase en la bandera ha sido demasiado poderosa. ¿Por qué no lleva el pin?, ¿es que no le gusta Estados Unidos?, ¿no será acaso un terrorista camuflado?, ¿es eso un patriota?, ¿se puede votar a un presidente con apellido musulmán? La retahíla de bocados de la jauría conservadora le ha hecho fijar ya la banderita a su chaqueta en cada comparecencia pública.


Por último, en cuanto a sus políticas de cambio, van camino de aguarse hasta saber peor que un Ron no venezolano. A saber: su cobertura sanitaria universal ya no lo es tanto, y aboga por una privatización parcial del sistema, por lo que los 40 millones de estadounidenses sin cobertura sanitaria parece que tendrán que esperar otros cuatro años y el advenimiento de un milagro. También, la política exterior defendida por el Barack del comienzo de las primarias era un rotundo volantazo al rumbo imperialista neocon y su Proyecto para el Nuevo Siglo Americano: retirada acelerada de las tropas de Iraq, diálogo con Irán, alejamiento de la identificación absoluta con Israel e incluso replanteamiento del embargo a Cuba, dejando claro que estaba dispuesto a sentarse con Raúl Castro. Todos estos buenos propósitos se van difuminando, y ahora parece más cerca de conjugar el estribillo del Eje del Mal y replantearse su apuesta por la retirada de Iraq, o al menos aplazarla durante un tiempo.

En un discurso ante la comunidad judía de Estados Unidos en el AIPAC, el lobby pro-israelita más poderoso de Washington, pronunciado el 4 de junio, soltó perlas como que "Jerusalem permanecerá como la capital de Israel y debe mantenerse como una ciudad no dividida". Al mismo tiempo, rechazó "el derecho de retorno" de los exiliados palestinos, casi cuatro millones, porque "la identidad de Israel como un estado judío debe de ser preservada". Con su rotundo apoyo a la unidad de Jerusalem, Obama se cargaba de un plumazo, al menos dialécticamente, la política exterior estadounidense, que, incluso en los tiempos más oscuros de los neocon, siempre ha apostado por la co-capitalidad de la Ciudad Santa, una vez se de carta de naturaleza al estado palestino.

Uno aún no pierde la esperanza de que, aunque blanqueado, Obama alcance la poltrona presidencial e insufle al menos un aire multilateral a la politica exterior. Que la haga menos belicista –cosa bastante fácil por otro lado- y, paralelamente, no abandone ciertas reformas sociales domésticas que mitiguen los daños colaterales del libre mercado fundamentalista que opera en Estados Unidos. Cualquier ser después de Bush a todos nos sabe mejor. Pero la sensación de que ha ido entregando principios en su batalla con Clinton, y los seguirá enterrando en su carrera con McCain, cada vez es más evidente. Yo también compartía con la chica Obama eso de I got a crush on Obama (Tengo un flechazo con Obama), pero ahora entono con punteo de Jimmy Page, I’ve been dazed and confused for so long ist not true...

2 comentarios:

Unknown dijo...

Como el gran Groucho: “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. Pese a lo ruin de su campaña, hay que reconocer que las propuestas de Clinton son mucho más humanas y sociales (otra cosa es que luego se atreviera a contrariar a Don Dólar para llevarlas a cabo). Para sobrellevar tanta hipocresía, recomiendo un buen lingotazo de Capitán Morgan, aunque no sea venezolano.

Claudia Hernández dijo...

Es muy difícil llevar un cambio rotundo en un país como EE UU, las estructuras del poder están muy bien montadas... cambios, los justos.