jueves, 29 de enero de 2009

Evo y la teoría de la relatividad



La capacidad de ciertos medios de comunicación impresos para alterar la realidad a través del lenguaje es inversamente proporcional a su paulatino declive en ventas. Todo es relativo hasta que se demuestre lo contrario. Una victoria aplastante en las urnas puede ser transformada en una victoria ajustada, y un triunfo holgado se puede convertir en un abrir y cerrar de ojos en un empate técnico. Nada como la realidad política suramericana para poner a prueba la objetividad y rigor periodístico de los periódicos españoles, que siempre miran a los acontecimientos del continente hermano con una pizca de aire paternalista, aún no superada.

La reciente victoria del Sí en el voto a la nueva Constitución boliviana ha vuelto a destapar el tarro de la manipulación y del cinismo periodístico de algunos francotiradores de la verdad. Aún sin conocer el recuento oficial final, la aprobación del texto constituyente ha alcanzado alrededor del 60% de los votos (70% escrutado), una diferencia de veinte puntos respecto a los ‘noes’ que en cualquier país de Occidente sería catalogada de barrida en las urnas. Por otra parte, la propuesta de limitar la posesión individual de la tierra a terrenos no superiores de 5.000 hectáreas, recibió un apoyo masivo del 77%. Justamente hace unos meses, además, Evo Morales se impuso en un referéndum sobre su persona con un 67% de los sufragios, otra distancia no ya contundente sino sideral, pero que a El País le seguía pareciendo una cerrada carrera de puras sangres, apurando por alargar la cabeza a dos metros de la línea de meta.

Vamos a por el indio

“Si el domingo triunfara el sí en el referéndum sobre el nuevo texto constitucional una gran mayoría de bolivianos se enfrenta a la posibilidad de quedarse sin suelo ni patria”, se podía leer en el artículo firmado por Mabel Azcuí el 24 de enero (La semántica boliviana y el peso del mestizaje). El artículo, citando un editorial del periódico boliviano La Razón, se hacía eco de “las alertas lanzadas por constitucionalistas, políticos y analistas en torno a la exclusión de los mestizos, que representan casi el 80% de la población, del texto constitucional”.

Un día antes, y saltando de lleno al charco de la vergonzosa tergiversación, la citada Mabel Azcuí (¿dónde están los controles de El País para las informaciones de sus corresponsales free lance?), se marcaba un texto más se(s)gado que un campo de trigo soviético en época de hambruna. “Los primeros mil días de gestión del presidente de Bolivia, Evo Morales, se han convertido en una pesadilla para los informadores y los medios de comunicación, que han sufrido atropellos, agresiones, la destrucción de instalaciones y herramientas de trabajo por culpa de la intolerancia y la ausencia de garantías para la libertad de expresión y el derecho a la comunicación”.

La catarata de acusaciones apocalípticas al Gobierno de Morales, una suerte de réplica del Chile de Pinochet para la periodista, se cerraba con un ejercicio de cinismo del tamaño de Oklahoma: “La prensa (…) nunca había sufrido tantas afrentas públicas contra su dignidad profesional y aún menos provenientes tanto de las más altas instancias del país como de los sectores empobrecidos de Bolivia, tradicionalmente los más defendidos por los medios impresos y audiovisuales de la nación”. El mejor chiste de todos era asegurar que los medios de comunicación de Bolivia, en poder, como en toda Latinoamérica, de los oligarcas por los siglos de los siglos, hayan estado siempre del lado de los pobres. Pero ya se sabe, re-la-ti-vi-dad, la soberanía popular es buena hasta que éstas elige a un indio como presidente, que encima ataca las raíces que sustentan el chiringuito post colonial.


Probando otra munición

Quizá asustados por los disparos contra la realidad y con bazuca de la soldado Azcuí, El País, sorprendentemente, dejó de publicar a la manipuladora para sustituirla por Soledad Gallego Díaz, enviada especial a la región antes de la votación. Habitual del análisis político español, Gallego Díaz mostró un mayor equilibrio en sus informaciones, pero siguió la línea ideológica de combate impuesta por la dirección del periódico: ¡¡leña al Evo, que es de goma!! La veterana periodista nos regaló la ristra habitual de titulares-infunda-miedo (Hugo Chávez tiene bastante experiencia al respecto):

Morales amenaza con gobernar por decreto si el Senado no le respalda (olvidando que esa supuesta amenaza era la respuesta de Evo a la decisión de las autonomías rebeldes de no cumplir la Constitución en caso de ser aprobada) /
Una Bolivia dividida se juega su futuro en referéndum /
Bolivia ahonda su división en las urnas (que sí, que nos hemos enterado de la división de dimensión sísmica...) /
Morales nacionaliza una petrolera a un día del referéndum (¿Le molesta a El País que Repsol no sea el amo del gas de Bolivia, como lo fue bajo anteriores títeres presidentes del estado andino?)
El poder indígena avanza en Bolivia (y a veces destruye) / Gracias por el paréntesis, no vayamos a pensar algo bueno de esos tipos con ponchos de colores chillones. Vale que los vendan en el rastro, joder, pero que quieran asumir el poder...

Mientras el campo de la supuesta información objetiva recordaba la radicalidad del Evo, Gallego Díaz sumaba a su hiperactividad pre consulta constitucional sendas entrevistas con la oposición, por cero patatero con algún representante del MAS, partido de Morales.

Las constituciones deben limitar al poder. Y eso no pasa aquí (entrevista a uno de los más"prestigiosos y respetados constitucionalistas" de Bolivia. ¡Pero cómo se va a equivocar esta lumbrera del derecho!)
Nadie podrá gobernar este país con la nueva Constitución (entrevista al democrático líder Branko Marinkovic, líder golpista, perdón, autonomista de Santa Cruz, pirómano de disturbios contra el Gobierno y declarado insumiso constitucionalo si la gente no vota lo que él quiere)


Morales-Chávez-Correa, el otro eje del mal

Naturalmente, la democracia también es relativa. Una Asamblea elegida por el pueblo de la que emana un texto constitucional, que luego sanciona la ciudadanía, no es el camino del progreso. Las constituciones no se votan por los indígenas, se escriben en Washington o Bruselas. El problema de reconocer el inequívoco mandato popular a favor de la Constitución, la primera en el mundo que recoge los derechos soberanos de los pueblos indígenas nativos sobre sus tierras, y les conmina a tomar los espacios de poder que se corresponden con su cuota poblacional, es que llevaría implícito aceptar el triunfo de Evo Morales, y claro, el político alérgico al traje no encaja en el perfil de presidente socialdemócrata que postula El País. Así, mientras la voz del Evo permanece generalmente silenciada, la rupturista oposición recibe entrevistas puntuales en el medio, a través del citado anteriormente Branko Marinkovic, un millonario terrateniente, hijo de un conocido croata pronazi, que suele prodigarse en dar lecciones de democracia al presidente Morales.

El País, como hace con Venezuela o con el Ecuador de Rafael Correa, se hace eco de los argumentos opositores, que pintan un país partido en dos, y pide en el editorial del pasado martes “que Evo debe dialogar para incluir a las provincias autonomistas”. ¿No será al revés, señores editores? Curiosamente, estas cuatro provincias acaparan el 90% de los recursos naturales del país, sus habitantes son blancos blanquitos, en su mayoría procedentes de la minoría criolla española, y hace unos meses aprobaron unos estatutos de autonomía que impiden al estado central gestionar esos recursos.

Ergo, el secesionismo regional y aconstitucional en Bolivia es elogiable, mientras que, por ejemplo, las veleidades independentistas del Lehendakari Ibarretxe, formuladas en su abortado referéndum de autodeterminación en el País Vasco, son un peligroso jaque al Estado que éste no puede tolerar. Ergo, las décadas de vida sindical de Lula antes de acceder a la presidencia de Brasil siempre han sido un plus para El País, una explicación del talento dialogador y de consenso del ex tornero brasileño, mientras que el ADN sindicalista cocalero de Morales le hace ser una persona que “se mueve siempre cómoda en el conflicto, en la confrontación”.

La botella medio llena... o medio llena

Ya ven, todo es relativo, y la gravedad del altiplano boliviano afecta a la masa de las informaciones en una variante potencial de diferente rango a la que se encuentra en las mesetas de la Península Ibérica. Olas gravitacionales de distinta intensidad, que diría Einstein, y que también inciden en la elasticidad del asunto del desarrollo de los pueblos. El País y el buen aventurado Zapatero han aunado esfuerzos en los últimos tiempos defendiendo el derecho de los pobres a decidir su futuro y la necesidad de aumentar drásticamente la ayuda al desarrollo. Pero cuando Bolivia nacionaliza los recursos naturales de su territorio, piedra angular para el impulso de cualquier país, y exige a las petroleras –incluidas las españolas– renegociar todos los contratos de explotación de las materias primas, la deriva de Bolivia se convierte en peligrosa. “Un país no puede tener esa inestabilidad en el estado de derecho”, suena el hit de Occidente.

Al igual que hiciera con diurnidad y alevosía, durante el golpe de estado en Venezuela en 2002, y a lo largo de los reiterados triunfos electorales de Hugo Chávez, El País barniza sus análisis e informaciones de la situación en Bolivia con inquietudes acerca del autoritarismo de Evo Morales y con serias dudas sobre su capacidad de gobernar el Estado. Sin embargo, el boicot institucional larvado de las citadas provincias, no pasa de mera anécdota para el diario. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra. El modelo Chávez parece ya más que agotado, ahogado en su megalomanía, y quizá Evo sea incapaz de redistribuir la riqueza como promete y carezca de la habilidad y talento de (¿Obama?), pero ese terreno de opinión hay que reservárselo a los columnistas. Las informaciones de los procesos electorales tienen que decir quién ha ganado y quién pierde. Qué y a quién eligen los pueblos, no pensar por el lector. Dada la intención orwelliana del diario de Prisa de que la ciudadanía española grite de miedo al escuchar el nombre de Evo, lo mejor será seguir comprando Público, y dejar El periódico global en español para la revista de los domingos.

lunes, 26 de enero de 2009

Camino a los Oscar (1): 'Slumdog millonaire'


La pereza y la gula postnavideña han arrastrado este blog a una suerte de huelga de celo, paralela a la de los pilotos de Iberia. Antes de seguir avanzando en los siete pecados capitales, recuperamos el ritmo productivo con la vista puesta en el séptimo arte. En la semana que se han anunciado las nominaciones a los Oscar, iniciamos una serie dedicada a las películas que serán protagonistas en la ceremonia (para un estupendo repaso a los mejores y peores filmes del año, ver la entrada en La inquieta mirada). Encienda la mecha Slumdog millonaire, que acapara diez candidaturas, con un dramón, paradójicamente, de contagioso optimismo, muy del gusto de la Academia de Hollywood. Un filme que, en España, tendrá que llevar la cruz de su nefasta traducción, De pobre a millonario, en vez de la mala leche (y connotaciones coloniales) del título original: Perro de suburbio, de barriada.


La película está pintada en la multitud de colores que explotan en India –la fotografía de Anthony Dod Mantle es grandiosa–, la narración transcurre fluida y el protagonista (Dev Patel), que pareciera sacado de un relato de Charles Dickens, es de esos con los que el espectador se identifica a pleno pulmón. La premisa, el continuo (y sorprendente) triunfo, programa a programa, de un chaval venido de la calle y sin aparente cultura en el programa ¿Quién quiere ser millonario?, está basado en el caso real de uno de los cientos de miles niños de la calle de Mumbai. La escena inicial, la pregunta final del concurso al chico, que decidirá si gana 300.000 euros o lo pierde todo, con el país entero colgado de la televisión, es el poderoso arranque que da paso a una dinámica sucesión de flash-backs en los que se nos desvelan las claves del éxito del muchacho.



Después de la naif Millones, la interesante (a ratos) Sunshine, Danny Boyle recupera el vigor, la energía y el humor de sus inicios, que explotaban en Trainspotting. Por ejemplo, la brillante escena en la que un Jamal niño consigue el autógrafo de un famoso actor de la época recuerda el escatológico y psicotrópico buceo de Ewan McGregor, establecida ya como uno de los momentos icónicos del cine de los noventa. Con una cámara apegada a los escorzos, al poder de la música y a las carreras de montaje entrecortado entre el tumulto urbano, muy al estilo de Michael Winterbotton, y secuencias que se hermanan con Ciudad de Dios, Boyle consigue que el espectador suspenda su incredulidad respecto a una trama que, por momentos, resulta difícil de digerir. En especial, al llegar a la adolescencia los personajes, cuando la película se instala en un cuasi irrisorio culebrón, con puntos de giro imposibles y unas interpretaciones de saldo por parte del hermano (Madhur Mittal) y el amor perperseguido del protagonista (Freida Pinto), una actriz Matrioska, tan bella por fuera como hueca por dentro.


Sin embargo, pese a ciertas manipulaciones emocionales del director y a esas licencias del guión, firmado por Simon Beaufoy, autor de la magnífica The Full Monty, el filme sobrevuela la imaginación con su volcánica descripción de Mumbai y el incisivo paralelismo que establece entre dos mundos: el de los principios, reflejado en el pasado por Pavel y por ese triángulo a lo Jules et Jim que acompaña sus correrías de niñez, y el de un futuro de voraz individualismo, representado en esa nueva India de enormes rascacielos, alienación televisva, dinero fácil, pobreza escondida y call centers hormiguero, que atienden las llamadas del Primer Mundo. Es el territorio de Salim, el hermano medio psicótico de Pavel, el reverso tenebroso del protagonista, y el de Prem Kumar, el adictivo cabronazo, vanidoso y amoral, que presenta ¿Quién quiere ser millonario? (Anil Kapoor, la mejor interpretación de la película).


Quizá la mejor virtud del filme sea su creencia a gritos en la capacidad del ser humano para hacer el bien, incluso envuelto en las peores circunstancias. Por la pantalla desfilan huérfanos abandonados, mafiosos de gatillo fácil, tratantes de esclavos, niños ciegos y amputados, policías torturadores, brutales traiciones filiales y miseria, miseria y un poco más de miseria. Pero, en medio de este atroz sufrimiento, el hermosísimo humanismo con el que el protagonista afronta su tour de force para sobrevivir al infierno conmueve. La granítica ética de este perdedor que se niega a dejar de soñar, pese al abandono de los que más quiere y pese a la inmensidad de injusticia social que le rodea en India, inspira a salir del cine un poquito más generoso. Así que cuando acaba la película, no es de extrañar que más de uno se ponga a mover el cuello a lo hindú, al ritmo del baile bollywoodiense en la estación de tren que colorea los títulos de crédito finales.

sábado, 24 de enero de 2009

¿Quién es Jon Favreau?

Supongo que todos estamos ya un poco hartos de tanto Obama por aquí y tanto Barack por allá. Personalmente me comprometo a no volver a su figura hasta pasados unos meses y mucho me temo que será para criticarle porque las expectativas suscitadas son demasiado positivas. Si reconocer que sus primeras medidas, como cumplir la promesa del cierre de Guantánamo, son esperanzadoras. Pero que lo acontecido en Washington es cuando menos significativo es incontestable, y no se trata solo de un exotismo histórico (definición aznariana del suceso, para mas información véase azore´s asshole).

Para responder a la pregunta que da titulo a la entrada, tenemos que retroceder hasta julio del año 2004 y situarnos en Boston, en la celebración de la convención demócrata. Tras el escenario el senador por Illinois, Barack Obama, ensayaba su discurso. Sin mediar presentación apareció un joven con una chapa que le identificaba como colaborador del candidato Kerry. El chaval se dirigió al senador afroamericano afirmando que una de las frases resultaba repetitiva y que debería cambiarla. Obama le miro con incredulidad. Ese recién licenciado en ciencias políticas, se llama Jon Favreau, tiene hoy tan solo 27 añitos y es el redactor de los discursos que tanta fama de orador han dado al actual presidente de los Estados Unidos.

Jon Favreau (no confundir con el actor/director homónimo) escribió el discurso de final de carrera para su promoción de 2003 en el Holy Cross College de Worcester en Massachusetts. Consiguió una beca para trabajar en la oficina de John Kerry, senador del Estado y cuando éste lanzó su candidatura a la presidencia, Favs (así le llaman en el partido demócrata) hizo todo lo posible para que le incluyeran en el equipo. Tras la derrota de Kerry en las presidenciales, se quedo en la calle, pero su trabajo gusto al dirigente de la campaña de Obama, Robert Gribbs, que le recomendó a su jefe. En su primera reunión, el actual presidente, le pregunto cuál era su "teoría" sobre los discursos políticos, a lo que el joven contestó que no tenía ninguna, pero que quería trabajar con él porque había tocado algo en el interior de la gente. Tras este encuentro pasó a ser el hombre que ponía en orden y por escrito los pensamientos del senador. “Me siento con él durante media hora. El habla y yo tomó notas de todo lo que dice. Le doy forma y lo escribo. El luego lo relee y reescribe y así logramos tener el producto final. Es un modo bastante íntimo y colaborativo de escritura de discursos” declaro en una de las numerosas entrevistas que le han realizado ya medios como ABC news, NY times, etc. En una de ellas, para Newsweek, señaló que sus principales inspiraciones llegan de las alocuciones del ex presidente John F. Kennedy, su hermano Robert, y de Martin Luther King.

Pero su estilo no ha gustado ha todo el mundo. Se le critico en numerosas ocasiones por adornar en exceso sus textos. "Mi rival da discursos. Yo ofrezco soluciones", solía decir Hillary Clinton cuando competía con Obama en las primarias. Esa oratoria la fue arrinconando y finalmente superando. Favs decidió celebrar con sus amigos la victoria que convertía en candidato presidencial a su líder. Cogió una de esas figuras promocionales de cartón que representaban a la candidata y se hizo fotos simulando que la tocaba un pecho o la llenaba el gaznate con cerveza. Lo peor es que se colgaron en un espacio como Facebook y los medios se percataron a los pocos días. Tras retirarlas y pedir disculpas a la senadora, Favreau recibió respuesta de Hillary por las declaraciones de uno de sus asesores, Philippe Reines, que afirmó que las fotos servían para demostrar que las antiguas rivalidades eran cosa del pasado. "A la senadora Clinton le complace enterarse del evidente interés de Jon en el Departamento de Estado y está revisando su solicitud"

Según David Axelrod, asesor del presidente, "Barack confía en él... Y Barack no confía en mucha gente en lo que se refiere a ceder tanta autoridad". En una ocasión dijo que mas que un escritor era un “lector de mentes”. El discurso de investidura fue revisado conjuntamente por Obama y Favs en varias ocasiones. Sin duda no fue este el mejor discurso del dueto, pero si el mas trascendente, el que queda en la memoria y en los libros. Y el proceso fue largo y trabajoso. Estudió los discursos inaugurales de otros presidentes, busco ayuda en la experiencia de Peggy Noonan, redactora de los discursos de Ronald Reagan, reviso alocuciones presidenciales en tiempos de crisis y se entrevisto con historiadores. Bill Burton, portavoz del por entonces presidente electo, le dijo: "¿Te das cuenta de que lo que estás escribiendo lo colgará la gente en carteles en sus habitaciones?". A mediados de diciembre The Washington Post coloco en portada a Favreau y el discurso del primer presidente negro. En ella hablo del miedo escénico que le paraliza y de la compenetración que tenia con el futuro inquilino de la Casa Blanca. El joven redactor también contaba que hasta hace unos meses compartía piso con seis amigos, apenas se afeitaba, nunca cocinaba y solía quedarse hasta el amanecer jugando a un videojuego (esto me recuerda a alguien). Desde el 20 de enero es el escritor de discursos más joven que haya trabajado nunca en la Casa Blanca. Aunque Jon Favreau no esta sólo. Lidera un grupo en el que destacan otros dos jóvenes: Adam Frankel, que trabajó con Theodore C. Sorensen, el speechwriter de JFK y Ben Rhodes, el experto en política exterior que colaboró en la redacción del Iraq Study Group como ayudante de Lee H. Hamilton.

- El pasado 20 de enero Barack Obama decía cosas como:

“Sabed que vuestros pueblos os juzgarán por lo que que podesis construir, no por lo que destruyais.”

“La crisis nos ha recordado que, sin un supervisor, el mercado puede perder el control. Y una nación no puede ir bien si sólo favorece a los prósperos. El éxito de nuestra economía se debe a la expansión de oportunidades para todos.”


“Nuestra economía se encuentra muy debilitada como consecuencia de la avaricia e irresponsabilidad de algunos, pero también por nuestro fracaso colectivo para realizar decisiones difíciles y preparar a la nación para una nueva era.”


“Lo que no entienden los cínicos es que el terreno que pisan ha cambiado y que los argumentos políticos estériles que nos han consumido durante demasiado tiempo ya no sirven.”

“Donde quiera que miremos, hay mucho trabajo que hacer. La situación económica requiere medidas, audaces y rápidas. Y lo haremos, no sólo para crear empleo, sino para promover un nuevo modelo de crecimiento. Construiremos carreteras y puentes, redes eléctricas y digitales que impulsen el comercio y las comunicaciones. Pondremos a la ciencia en su lugar adecuado, y usaremos la tecnología para elevar el nivel de la sanidad y reducir su coste. Utilizaremos la fuerza del sol y del viento para nuestros coches y nuestras fábricas.”

“Y todos los que manejamos los fondos públicos daremos cuenta de ello. Los usaremos de manera sabia, reformaremos los malos hábitos y haremos los negocios con luz y taquígrafos. Porque sólo así recuperaremos la confianza entre el pueblo y su Gobierno.”

El recién nombrado presidente hizo un guiño a la singladura de la administración del vetusto arbusto tejano, recordando el uso de la amenaza del terrorista y dando la vuelta al guante afirmó que "rechazamos la elección falsa entre nuestra seguridad o nuestros ideales". Considero que es la mejor frase del discurso, la que denota una clara voluntad de cambio. Todo esto, además, bajo la mirada perdida de George W. Bush que debía esta pensado en volver a su rancho a sumergirse en su anhelada botella de whiskey de Tennessee (y así perder de vista al usurpador). Por cierto, el protocolo y la pompa de la ceremonia y sus actos, me parecieron tan desproporcionados que no supe adivinar, hasta pasado un rato, si era la Superbowl, un acto político o el ultimo montaje del Cirque du Soleil. Cuanta parafernalia, por Tutatis que están locos estos norteamericanos.

Mientras se producía la investidura, las acciones de las bolsas estadounidenses se desplomaban por el acantilado del pánico. Supongo que esto es una muy buena señal. Les deseo suerte y espero que las palabras escritas por Favs y pensadas por Obama pasen del papel a la realidad.

sábado, 17 de enero de 2009

SMS luego existo

Foto: NY Post

La evolución del ser humano suele explicarse sobre la base a dos teorías. La primera defiende que el progreso del hombre es una continua línea ascendente a lo largo del tiempo. La segunda postula que se producen socavones en el avance de nuestra raza, épocas donde el conocimiento adquirido se pierde, que nos hacen involucionar unos siglos atrás. Una adolescente neoyorkina llamada Reina Hardesty acaba de regalar poderosos argumentos al segundo grupo de teóricos, dando un nuevo significado al término “edad del pavo”. La cándida muchacha ha batido un récord que difícilmente pueda ser superado en las décadas venideras: 14.528 mensajes de texto enviados en un mes, 484 al día. La cordura ha muerto, ¡¡viva la estupidez!!

Las yemas de los dedos de la juguetona Reina a buen seguro que provocan fuego al posarlas en una madera. Su endiablada cadencia ofrece un promedio de un SMS cada dos minutos de cada hora del día. Teniendo en cuenta que la encantadora chiquilla dormirá en algún momento, se comunicará verbalmente con otros seres en el instituto y comerá con el uso de cubiertos, habrá periodos de su jornada esquizofrénica en los que empalme un comunicado tras otro, sin un segundo de pausa. Esta maníaco-compulsiva tocadora de… teclas ha confesado que estuvo toda una fiesta de karaoke cruzándose SMS con la amiga que tenía sentada justo al lado en la fiesta. Claro, ¿para qué coño mover la boca? “Teníamos vacaciones de invierno y me aburría”, ha sido la explicación acerca de su mes loco de la pequeña, que comparte risas con su padre en un artículo del New York Post.

Sus casi 15.000 mensajitos han dado forma a una épica factura telefónica de la compañía AT&T de 440 páginas (¿cabe ese número de hojas en algún sobre?), pero a los papas de la criatura, que se han limitado a prohibirle temporalmente los mensajitos tras la cena, la cosa incluso hasta les ha hecho gracia, una buena pista para sospechar de dónde le viene la idiotez suprema a la chica. “Cuando recibí la factura, primero me reí y pensé: 'Esto es una locura, es imposible'. Inmediatamente, salté del sofá a buscar la calculadora para ver si era humanamente posible", ha comentado el divertido papá, de 45 años, que se ha congratulado de haber contratado para su retoña un plan de precios que permite mandar mensajes ilimitados por 30 dólares al mes. En caso contrario, estima el insigne progenitor, hubieran tenido que pagar a AT&T 2.905,60 dólares, a razón de 20 centavos por mensaje. Así que, mirado desde el punto de vista consumista de los Hardesty, hasta han hecho todo un negocio…

Tirando de estadística, y de acuerdo a un estudio de la empresa Nielsen sobre el uso del móvil, el histérico bombardeo pseudo informativo de Reina es sólo la punta de un iceberg que amenaza con erosionar sin remedio la belleza de la palabra hablada: el número medio mensual de mensajes de texto que escriben los adolescentes estadounidenses de entre 13 y 17 años es de 1.742.

viernes, 9 de enero de 2009

¡Viva el periodismo manque pierda!


El temor, leído como un rumor en un magnifico artículo de Michael Hirschon en The Atlantic, me ha hecho zozobrar esta tarde en el trabajo. Existen posibilidades de que The New York Times, estandarte de la prensa escrita y santuario del periodismo sobresaliente, desaparezca tal y como lo conocemos. La empresa editora, The Times Company, de la que la familia Sulzberger posee la mayoría de acciones, acumula 1.000 millones de dólares de deuda, a los que se pueden sumar otros 400 en los próximos meses. “Creemos que seremos capaces de gestionar nuestras obligaciones financieras y crediticias con los prestamistas”, anunció el grupo a finales de octubre. Sin embargo, ese condicional deja abierta la puerta al colapso abrupto de la honorable Grey Lady –como así se conoce al diario– y, con él, la orfandad para millones de lectores en todo el mundo y cientos de miles de neoyorkinos cuyo fin de semana sin el Times en su mesa de desayuno sería inimaginable.

La intrahistoria de este desplome, mezcla de la crisis profunda del sector y de la desastrosa gestión de los jefazos de la compañía, vendrá en un post más adelante, hoy toca centrarse en las sensaciones. El malestar inicial que me ha provocado la noticia ha dado paso a una catarata de recuerdos a cinco columnas que me han acompañado en el tiempo. Esta breve y edulcorada crónica autobiográfica, que ha brotado espontáneamente, puede que se deba a la nostalgia que suele traer el paso del año y la conciencia de que uno se va haciendo un poquito más viejo. No sé… a uno le gustaría pensar que es simplemente una declaración de amor incondicional al periodismo.

Adicción por la letra impresa

Desde que se juntaron dos neuronas en mi cerebro, siempre quise ser periodista. Comencé de chaval abrazando el sectarismo indisimulado de la prensa deportiva, quizá como reafirmación de mis colores barcelonistas en pleno corazón castizo de Madrid. Por aquel entonces, la lectura diaria de El Mundo Deportivo me servía de parapeto emocional para resistir el acoso de decenas de preadolescentes que profesaban la religión de la Quinta del Buitre. Al tiempo que protegía con letras impresas en azulgrana mi pasión culé, no sin lloronas y cabreos pasados debajo de la cama tras una derrota, descubrí el aromático licor de la radio, ese que te acaricia el paladar del lóbulo, juega a hacerte cosquillas en el tímpano y se zambulle por completo en el líquido linfático para producirte un placer profundo y embriagador.


Cada noche me regocijaba con la extinta Antena 3: a las doce, a través de los dardos envenenados que el pequeño talibán Supergarcía le dedicaba al Real Madrid,; a la 01.30, con el irrepetible Polvo de estrellas, de Carlos Pumares, que combinaba las bandas sonoras de ensueño, los especiales veraniegos explicando que significaba el monolito en 2001, una odisea en el espacio y el fustigamiento perpétuo al oyente que osara pedirle opinión de una lista de películas. Las frases como "¡El café está frío!" o "¡A quién me vuelva a preguntar por Los Inmortales le voy a estar llamando toda la noche a su casa!" se convirtieron en mantras budistas para mí. Mi idilio con Antena 3 se hacía procaz y lujurioso los sábados a las 02.00, cuando entraban en escena unos jovencísimos Gomaespuma con su genial universo de Luis Ricardo Borriquero, Chema Pamundi, Octavio de Básica, Pélaez y compañía.

La lógica consecuencia de mi enamoramiento con el IV Poder fue el salto sin red al periodismo empresarial. Con creo que unos 12 o 13 años me hice editor, director y redactor de un periódico junto a mi "hermano" Antuán el Caimán, en cuya casa de padres quiosqueros comía cuasi a diario, con los periódicos de aperitivo y las revistas de servilleta. La idealista cabecera -La Paz- escondía un par de docenas de hojas escritas a mano y fotocopiadas a escondidas en el trabajo de mi madre, repletas de chismes inventados del corazón, noticias internacionales de pura ficción y hasta un poster central a doble página de un super avión militar (¿anticiparíamos nosotros sin saberlo la noble política exterior israelí, hablar de paz por fuera y adorar los bombarderos por dentro?).

El proyecto-sueño, que prometía salir cada miercoles (también visionarios, anticipando esta vez a El Jueves), duró apenas dos números con un intervalo entre ambos galáctico, pero nos dio tiempo a contratar colaboradores (una página de juegos pre-Sudoku, cuya autoría correspondía a un compañero de pupitre) y a vender unos 40 ejemplares a 100 pesetas cada uno (120 si el incauto se hacía suscriptor...). Con ese enviadiable tesoro recaudado, más el desfalco bianual que perpetrábamos a las huchas de la Cruz Roja y la inestimable colaboración de las propinas de mi abuelo, transite por la época hinchado por una holgura económica de la que no he vuelto a disfrutar.

Las manos manchadas de tinta antes de comer

Llegado el instituto y el traslado de centro, aparte de comenzar a sentir un brutal flechazo por la cerveza, cambie el almuerzo en el hogar de Antuán por la comida en casa de mis abuelos. Así comencé a dar forma a otro preciado ritual, el de devorar hasta que la comida estuviese lista el monárquico ABC, que amaba (y ama) mi abuelo. Pero la brillantez de las portadas envueltas en el humor gráfico de Mingote y la hilaridad de la histeria antifelipista (cómo olvidar a Jordi Pujol expimiendo una naranja con la cara de González, en aquel fotomontaje histórico) no consiguieron detener el paulatino viraje hacia la izquierda que se ejecutaba en mi conciencia política, y para cuando debuté en la Facultad de Ciencias de la Información, ya lo hice armado con un ejemplar diario de El País bajo el brazo. Eso sí, gracias a la inteligencia de un profesor muy de derechas de Redacción Periodística de 1º, que nos conminaba a comprar un periódico diferente cada día de la semana, caló en mi dogmático cerebro la necesidad de acudir a diversas fuentes y de escuchar la versión del otro lado.

Pese al nefasto plan de estudios, la ausencia de prácticas, la claudicación didáctica del 90% del profesorado y las amenazas externas de un paro rampante en la profesión, los hermosos compañeros que encontré en la carrera –y en las partidas de mus y de continental de la cafetería- me confirmaron que aquello era lo que yo quería hacer en la vida. La volcánica ilusión veinteañera continuó con el arranque de mi primer trabajo con nómina en un periódico, donde los turnos estajanovistas, el salario seiscientoseurista y el cinismo de las vacas sagradas de la redacción eran figuras diminutas comparadas con la vibración que me producía correr derrapando por los pasillos, en busca de una nueva página impresa de nuestro cuadernillo de deportes.

Me fui fuera, me divertí con las inmensas posibilidades de dar rienda suelta a mi verborrea paranoica, haciendo los “Directos” en Internet de multitud de eventos deportivos; volví a la tierra propia, que pronto dejó de ser prometida; abandoné el gremio una temporada por el falso tótem de un trabajo de comercial-embaucador, de dinero fácil; regresé al periodismo, ahora con peores condiciones, choqué con jefes, me hice de un comité de empresa, choqué con más jefes, decidí largarme otra vez fuera y en esas estoy, ahora como órgano de propaganda comunicativa de una de esas multinacionales-ministerio, cuya jerga tecnócrata se me escapa y con menos imaginación que Aznar de niño. A veces me aburro, otras no. Aprovecho la sinrazón del modelo de ejecutivos a mi alrededor para colorear el espíritu con munición cómica, mientras me sigo alimentando de información, información, información. No sé por dónde bajará el río en el futuro, pero yo seguiré siempre pegado a un buen artículo de un periódico o a la dulce cantinela de un seductor programa de radio. ¡Viva el periodismo manque pierda!