viernes, 29 de agosto de 2008

Torremolinos 08


La forma de disfrutar de las vacaciones del español medio parece en ocasiones no haber avanzado en el tiempo, y a pesar de hacerlo en coches modernos, los atascos typical spanish se siguen produciendo. El ser humano es una animal de costumbres. Y qué costumbres. Cuando llegamos a estas fechas siempre se repiten noticias, comportamientos y se perpetúan las tradiciones. El tópico del tópico. Este verano que termina (no se depriman) no iba a ser menos así que, amigos y amigas, hagamos un breve resumen de los acontecimientos de esta época estival:

- Siempre se dice que llega la ola de calor, esa ola que el ministerio tildo de masa de calor africano (y es que África es culpable de tantas cosas, la gran culpable y explotadora) mas destructora, brutal, asfixiante y deshidratante de la historia, ha aconsejado a ancianos y niños que se encierren en neveras (neveras con televisión, claro). Si en el verano español y en sus ciudades más representativas no se llegara a 40 grados en estos días y se pusiera a nevar, tendríamos que empezar a buscar otros planetas para colonizarlos porque significaría que el fin del mundo está cerca. En verano y en Sevilla tiene que hacer calor por cojones. No es noticia, es la lógica.

- Se venden las noticias de sociedad más jugosas como esa estupenda y envolvente flatulencia de Paris Hilton en Venice Beach, esos desfiles de duquesas con pamelas imposibles que desafían la ley de la gravedad y del buen gusto. Esa Ana Obregón arrugada como uva pasa, enfundada en un triquini de colores de chándal de hip-hop que la oprime como atadura de asado de carne. Esa nunca criticada familia real, que parece necesitar mas vacaciones y pasan de un palacio a otro para que no cojan polvo (los palacios y los familiares, por que el rey lo coge siempre colombiano). Ese monarca que ingiere la mitad de la totalidad de la cosecha de vino mallorquín y todavía le queda tiempo y fuerzas para navegar y disfrutar de las profesionales del oficio mas antiguo que se conoce. Los lupanares baleares y sus bonos reales.

- La canción del verano. Este año es un hito en la historia. No existe canción del verano como tal. La razón es que el Chiki chiki lleno el váter hasta el límite y hay que esperar a que alguien tire de la cadena para volver a llenarlo. Georgi Dann está ya apostado tras el toallero, esperando su oportunidad.

- En el interior del país no nos olvidemos de las fiestas populares, encuentros donde se saca a Dios a la calle mientras uno ingiere alcohol hasta la inconsciencia. En ocasiones se sustituye al altísimo por un cornudo animal al que sin pudor se le tortura hasta que muere tras una larga agonía, entre las carcajadas de paisanos y visitantes.

- A pesar de esta horrible y apocalíptica crisis económica que nos afecta, si nos vamos a la costa, esa desértica y tranquila costa española, encontramos el juego del tetris en sus playas, esos bañistas que tratan de llegar al agua y que recuerdan a las manadas de ñus intentando cruzar el rió Mara en Kenia. Es tal la densidad, que clavar una sombrilla puede acabar en homicidio involuntario. Es aconsejable no dormir y de hacerlo, armadura y testamento. Esos chiringuitos atestados e insalubres, de cervezas calentitas y paellas de bromuro a 55 euros, son un ejemplo de irraciocinio a la española, que ni el landismo pudo llegar a reflejar y que, a pesar del paso del tiempo, es un elemento insustituible en la idiosincrasia agostil del levante español. Benidorm bien vale la extra. Y bien vale un atasco. Pero uno de dimensiones bíblicas. La octava plaga.

- Y por fin llega el… ¡¡¡ SÍNDROME POSTVACACIONAL!!! AARRGHHH!!! Que no cunda el pánico. Imagino que existe multitud de gente que no lo sufre por no haber podido disfrutar de un periodo de descanso (estos sufren otro síndrome bastante mas jodido llamado síndrome de me cago en tó), y otros, simplemente, se adaptan sin problema a la vuelta a la rutina por que es lo que hay y peor es el paro. En cualquier caso, es desternillante ver cómo se afronta el tema desde los medios. Uno se siente una oveja con síndrome. El consejo más común es decir que se mantenga una actitud positiva. Cuánta sapiencia en esta idea compleja y novedosa. La empresa Randstad propone que se establezca una "comunicación fluida" con los compañeros (de los que te ha encantado estar alejado durante semanas y que retomar la visión de sus rostros te produce odio pueril e irrefrenable) y que se celebre una reunión informal. Una reunión el primer día para darte en la frente con todo el trabajo acumulado en tu mesa. Qué grandes consejos. Para superar el síndrome también recomiendan realizar actividades que nos aporten nuevos alicientes y nos mantengan entretenidos. Y qué mejor que los coleccionables de quioscos que aparecen por doquier en el mes de septiembre. Los abanicos del mundo, los dedales más famosos de la historia, la maqueta interminable del buque Bismark, o fabrique su propia guillotina y utilícela con su familia. Todo vale con tal de pasárselo chachi y superar este horrible síndrome que está desolando occidente. Mi consejo es que queden con los amigos/as, consuman algunos brebajes espirituosos, hablen mal de sus jefes o compañeros, y la resaca del día siguiente tendrá un efecto tan devastador que estarán deseando dejar a un lado el ocio y volver al trabajo para descansar un poco.


En una escena de la película tiempos modernos de Charles Chaplin, se ve pasar un camión transportando vigas. Al final del vehiculo hay una banderita que indica el final del trailer y que por un bache, cae al suelo. Charlot al verla caer la recoge y sale corriendo tras el camión, agitándola con fuerza en lo alto, para advertir al conductor. Tras unas decenas de metros de persecución se da cuenta de que no le alcanzara y al girarse se percata de que una multitud le ha seguido azuzada e hipnotizada por el movimiento de esa banderita. Gran parte de la sociedad se comporta muchas veces así, y en veranito parece que va a más.

jueves, 28 de agosto de 2008

Redactores a la hoguera


Controlador de los poderes públicos, guardián vigilante de las autoridades, azote de dictadores, políticos mentirosos y corruptos, garante de la libertad de expresión de la sociedad. El periodismo tiene vocación de profesión noble y necesaria. Los ciudadanos se informan, forman su opinión, se entretienen y conocen las tropelías de los gobiernos a través de los medios de comunicación, aunque también se indignan con las manipulaciones periodísticas, se asquean con la basura del corazón y se asombran con los errores de trazo grueso, que abundan en el sector. Citando a mi abuela, de toda hay en la viña del Señor. Son los periodistas quienes describen, elogian, catapultan, ningunean o hunden las carreras de muchos hombres de estado o artistas famosos y, debido a ese poder, a menudo están en la línea de fuego de la opinión pública.


La mayoría de la gente no se para a pensar que las ruedas que mueven el molino de los medios están engrasadas con el mismo aceite neoliberal que el resto de profesiones: una oligarquía formada por presentadores de medios audiovisuales y plumas de prestigio millonaria y una mayoría aplastante de periodistas cuyas condiciones de trabajo empeoran por momentos: salarios mileruristas, abrumadoras sobrecargas de trabajo que impiden la búsqueda de fuentes, asunción de funciones de superior categoría sin contraprestación económica, adecuación a los intereses ideológicos al medio en cuestión so pena de despido y habituales jornadas laborales de diez horas –como mínimo-, sin computar un mísero minuto de tiempo extra remunerado. “Un periodista no tiene horarios” es la coartada que repiten los directivos. A la asfixia económica- empresarial, los periodistas responden, todo hay que decirlo, con una sumisión lamentable. Se acepta ser mensajeros de informaciones basura o no contrastadas, se vive media vida en la redacción y casi nadie se atreve a irse a su casa a la hora, y el individualismo se exacerba en detrimento de la asociación sindical. El gremio, es un hecho, se ha acobardado por completo. Y uno se incluye en el paquete.



La parrafada demagógica sirve de contexto a la historia de Giles Coren, motivo originario de esta entrada. Este bobolongo de cabeza alargada y descerebrada alterna el periodismo con la edición de textos y con la propaganda corporativa. Si algo he aprendido es que este gremio es una profesión de castas, en la que los periodistas especializados tienen todas las de ganar, y los compañeros de pico y pala reciben palos por todos los lados. Especialmente aquellos que se dedican a arreglar, cortar y editar las supuestas obras maestras de las firmas de prestigio de turno. Entre los popes con más poder están los críticos gastronómicos, y uno de ellos es Giles Coren, presentador también de televisión y hábil generador de controversias en el Reino Unido. Sin ir más lejos, hace un par de años propuso la imposición de un impuesto directo a los obesos, en la línea de esas medidas mundofelizhuxlianas de ciertos pensadores ingleses, como no tratar o cargar con gastos extras a los enfermos de cáncer pulmonar. Algo así como jódete si eres gordo y muérete sin hospital si has fumado.


Hace poco menos de un mes –las vacaciones nos habían impedido abordar antes el asunto-, una explosiva carta del lenguaraz Coren llegó a la redacción de The Sunday Times. Benditas filtraciones mediante -¿qué sería nuestra profesión sin ellas?-, la misiva llegó a los ordenadores del competidor The Guardian, que no tardó en hacerla pública en su versión online. Pidiendo perdón por adelantado por la libre traducción, reproducimos a continuación el estacazo hiriente del mediático Coren a los redactores del periódico. ¿Su gran pecado? Omitir una preposición de la última línea del artículo sobre un restaurante de Coren. Leer y juzgar por vosotros mismos.

La carta de Giles Coren a los redactores que editan sus textos en The Sunday Times
(Versión original en inglés)

Tipos,

Estoy más cabreado que una mona. Me dirijo en este mail a Owen, Amanda y Ben, porque no sé exactamente con quién tengo que estar muy cabreado (…)

No me gusta que la gente juguetee con mis artículos simplemente porque le guste meter mano en textos ajenos. No disfruto con las sugerencias de personas que dicen tener un mejor oído u ojo para saber lo que quieren decir mis palabras exactamente. Owen, ya habíamos hablado del hecho de que, en un artículo mío anterior, tú transformaste tres frases largas en seis cortas, y de que aquello no se iba a volver a repetir. Así que deseo fervientemente que no hayas sido otra vez tú quien haya jodido mi texto del pasado sábado.

Esta vez se trata de la última frase. Las última frase de un artículo es muy, muy importante. Un texto periodístico se construye alrededor de ella. La frase final es la guinda, la musiquilla con la que el lector se queda el fin de semana.

Yo escribí en mi texto original: "No puedo pensar en un mejor lugar para sentarse esta primavera con una copa de rosado y contemplar a los niños y niñas afuera en la calle, sonriéndose alegremente, mientras uno se pregunta dónde ir para una comilona".
[En el original, ... where to go for a nosh].

Y apareció así en el periódico: “No puedo pensar en un mejor lugar para sentarse esta primavera con una copa de rosado y contemplar a los niños y niñas afuera en la calle, sonriéndose alegremente, mientras uno se pregunta dónde ir a comer".
[En el original: ... where to go for nosh].

No hay ninguna cuestión de longitud. Se trata de alguien pensando "voy a eliminar este artículo indefinido (“a nosh”) porque Coren es un cabrón analfabeto y yo lo sé hacer mucho mejor".

Pues, no tienes ni puta idea. Es una mierda, una auténtica mierda de edición de un texto por tres razones.

1) “Nosh”, como estoy seguro que vosotros como dominadores del yiddish sabréis, es un sustantivo formado de un “bastardización” del alemán “naschen”. Se trata de un verbo, y puede interpretarse con dos significados. Uno de ellos, “nosh”, significa simplemente “alimento”. Vosotros habéis decidido que esto es lo que quise decir y por eso eliminasteis la “a”. Ya me siento bastante insultado por el hecho de que penséis que tenéis un mejor oído para el inglés que yo. ¿Pero un mejor oído para el yiddish? Lo dudo. Porque el otro significado de “nosh”, y el que yo le había dado, es el de “una comilona".
[ a nosh en inglés puede inerpretarse como comilona o mamada].

La frase final que dejasteis es una mierda, y no es lo que quise decir. ¿Por qué cambiar una frase que significaba algo que yo no quería decir? No lo sé, pero se corre el riesgo de hacerlo cada vez que se cambia algo. Y la forma en que evitas este tipo de jodienda es no cambiar una palabra de mi versión original sin pedir mi permiso antes, ¿está claro? Es muy sencillo. Nunca. Tocar. Una. Palabra. Jamás.

2) Ahora voy a explicar por qué el error es una cagada mucho más grande de lo que parece. Verás, yo estaba haciendo una broma. A veces me da por ahí. Como cuando describo calles "sexualmente cargadas" (…)
Y "dónde ir para una comilona" tiene un significado secundario de buscar una mamada. No específicamente gay, porque estamos en el Soho, y hay muchas niñas que aceptan dinero de niños “noshing” (en busca de una mamada). “Dónde ir a comer” no tiene esa ambigüedad. La broma desaparece. Yo sólo escribí ese vulgar párrafo para poder hacer la broma al final. Y la jodisteis despojándola de ese sentido, como si fueses un albañil irlandés cabreado restaurando un fresco renacentista y pensando: 'Este Jesús es una mierda, voy a rellenarlo con un oso'. También podrías haberte cargado el párrafo entero. Quiero decir, me cago en Dios, ¿es que no lees los originales?

3) Y lo peor de todo. Lo más estúpido, la cagada mayor, la gilipollez más grande de todas, es que hayas eliminado la preposición no acentuada “a”, cuyo efecto era que todo el énfasis d ela frase recayese en "nosh". Eso también se ha perdido, y mi pieza termina con una sílaba sin acento tónico. Cuando uno está cerrando una pieza de prosa, la métrica es crucial. ¿No lo puedes escuchar? ¿No oyes que está mal? No hablamos de jodida ciencia nuclear (…)
Es algo jodidamente de catón. He escrito 350 reseñas de restaurantes en The Times y nunca los he terminado con una sílaba sin enfatizar tónicamente. Joder, joder, joder, joder, joder.

Lamento si esto parece mezquino (la última vez que envié un mail a los editores de The Times acerca del cambio de una sola palabra me acarreó todo tipo de problemas), pero es que me preocupo profundamente por mi trabajo, y odio verlo jodido por una edición de mierda (…)
Me desperté a las tres de la mañana el domingo y estuve tirado en el sofá dos horas, furioso. Raro, tal vez. Pero es así como soy.

Así se me va toda la confianza de escribir para la revista. No hay exageración. Tengo una crítica que escribir esta mañana y realmente no tengo ninguna gana de hacerlo, por temor a que algún matiz va a ser eliminado de la última línea y me vais a volver a arruinar el fin de semana.

He estado escribiendo para The Times durante 15 años y nunca he pedido antes esto, pero, a partir de ahora, debo insistir en que me envieis una prueba de cada crítica que haga, en formato pdf, para que pueda comprobar cuantas cagadas hay. Y debe ser enviada con tiempo suficiente por si acaso los cambios son necesarios. Es la única manera de que pueda continuar con mi trabajo.

Y, al hilo de lo que digo, me gustaría que quien hizo el cambio de mi texto me enviase un correo electrónico explicándome el por qué. Que me diga la razón exacta que le llevó a eliminar esa palabra de mi versión original.

Lo siento por la parrafada. El cabreo, un cabreo brutal que hace que mi cabeza heche humo, puede llevar a un hombre a la incontinencia verbal.

Cordialmente,
Giles

Y esta es la réplica de los vapuleados redactores de The Sunday Times a Giles Coren
(Versión original en inglés)

Estimado Giles,

La edición de textos es una profesión noble. También es un oficio ingrato, sobre todo cuando uno de los escritores te llama "cabrón inútil".

Tuvimos que respirar muy profundamente cuando tu e-mail llegó esta semana a la bandeja de entrada de redactores de toda la industria, justo después de que habíamos dejado de reír. No es que no creamos que tienes un punto de razón. Sí, juguetear o meter mano en textos sólo porque sí y sin consulta al autor no está bien. Es irrespetuoso y arrogante. Y podemos entender que estés furioso incluso, aunque sólo sea por la eliminación de una preposición.

No hay nada más irritante que un editor de textos que piense que es mejor que un escritor, sobre todo mejor que uno que se preocupa profundamente de su trabajo. Pero, de verdad, ¿tienes que ser tan grosero?

Laura Barton declaró el viernes en The Guardian que existe "una vieja tensión entre escritores y redactores-editores". ¿No te preguntas por qué? Contrariamente a lo que piensas, no nos “creemos mejores cuando lo jodemos todo”.

Ojalá pudieses ver el estado de algunos textos en bruto a los que tenemos que dar forma. Están mal estructurados, pobremente explicados, puntuados de pena y con una labor de investigación casi nula. No estamos diciendo que tus escritos entren dentro de ese saco; al contrario, tu nivel de periodismo es muy alto. Nunca he trabajado en un texto tuyo, así que damos por hecho tu argumentación de que es imposible mejorar tus textos en bruto originales. Por extraño que pueda parecer, muchos escritores no poseen conocimiento de su propia lengua; de hecho, a veces es difícil creer que el inglés sea su idioma materno, y no les importa un carajo cuidar lo que escriben, porque saben que un buen redactor-editor, a menudo con un alto nivel educativo, lo corregirá, lo comprobará y lo convertirá en prosa legible.

Nada de esto, sin embargo, puede excusar tu desagradable e intimidatorio tono en el e-mail, que parece decirnos “ser conscientes de vuestro lugar, pequeños e insignificantes trozos de mierda". Sí, tu carta es divertida, tanto y tan poco como son los textos plagados de palabras como "joder", "mierda" y "coño". Pero, por favor, alguien ha cometido un error. Ese alguien seguramente no tenía la intención de sabotear tu prosa inolvidable. Así que, si no te gusta lo que le sucedió a tu pieza, ten una charla con tu editor de textos. Sin duda, el desventurado redactor ya habrá sido profusamente despellejado, y se le habrán quitado sus privilegios de diccionarios.

Hace algunos años, un compañero nuestro tenía una camiseta impresa con la leyenda "XXXXXXX XXXXXXX es un cabrón”. Se ponía la camiseta cada semana, cuando tenía que lidiar con el escritor a quien se refería la leyenda, porque él, al igual que tú, recurría a un desproporcionado abuso cuando su utilización de la lengua era cuestionada. Odiaríamos que esto también pasase contigo, porque tú de verdad escribes bien, y poner en una camiseta "Giles Coren no es más que un amargado moralista que tiene que dejar de mirarse el ombligo" podría ser muy costoso por la longitud de caracteres. Los redactores no son más infalibles que los escritores. Así que, intentemos todos de tener un poco más de respeto mutuo, ¿de acuerdo?

Cordialmente,
Mia Aimaro Ogden
Joanna Duckworth
Redactores senior, The Sunday Times

martes, 26 de agosto de 2008

El hombre Lego cumple 30 años... ¡larga vida al muñeco!


Es un tipo tan amarillo como Homer Simpson, con más plástico que Michael Jackson, más veces clonado que Jango Fett, que ha tenido más profesiones que Di Caprio en Atrápame si puedes y que carga más accesorios que el bolso de Carla Bruni. El hombre Lego, el muñequito de apenas un palmo que se ha convertido en símbolo de la cultura pop, cumple treinta años desde su creación un 25 de agosto de 1978, casi tres décadas después de la invención de sus hermanos los ladrillos Lego. Desde el rincón Os Bobolongos, celebramos con mini velas su aniversario. ¡Felicidades, cara cartón!


La llegada de la madurez –ese eufemismo que quiere decir hacerse viejo – lleva implícita señales inquietantes que todos vamos reconociendo. Uno ya no puede empalmar dos noches seguidas de juerga, el hogar multiplica por siete su poder de atracción y se cambian los cuba libre por un buen vino o un whisky solo, mayor de edad a ser posible. El abuelismo, acuñadado con maestría por nuestra amiga bloguera mapachito violento, es parte imparable de esa metamorfosis. Otro rasgo inherente al ir adentrándonos en la década 3.0 es el de la reflexión con los amigos sobre las nuevas generaciones (y no me refiero a las del partido de la gaviota). El hinduismo habla de que la vida son ciclos que se repiten y, curiosamente, a veces uno se encuentra diciendo aquello que escuchó tantas veces a sus padres o abuelos, y que juro que él nunca repetiría. A saber: "esta generación lo tiene todo“, "están atontados con internet y los mensajitos sms", "carecen por completo de conciencia política", "no se manifiesta en la calle ni Dios" o "están agilipollados, atrapados en el mundo de la videoconsola"

Aunque uno fue más de soldaditos cutres, de esos que venían en sobres que se compraban en quioscos verdes, superhéroes de goma y clips de Famovil, los hombrecitos Lego representan el poder de la imaginación, el juego simple y la construcción de escenarios inventados, de batallas por la Tierra media, de rescates policiales imposibles y de abordajes intrépidos de piratas. En La caverna, de José Saramago, se decía eso de que todo hombre debe saber trabajar con las manos. Aún dimitido por ineptitud propia de esa categoría –"Tú nunca jugaste con lego, ¿verdad?", es una de las frases más repetidas que me lanza mi preciosa mitad, aguantando la carcajada –, uno se identifica plenamente con el universo de los muñecos, los ladrillos y sus infinitas posibilidades.



La treintena del muñeco de cara plana y movimientos de Robocop nos sirve para reivindicar la educación de la calle y el aprendizaje manual. Jugar al fútbol sobre el asfalto, joder al portero del edificio de turno, pasarse la tarde en un parque, tirar globos de agua, entrar en una obra prohibida a medio construir... Los Geyperman, las muñecas peponas, las carreras con los coches de miniatura, las chapas, la comba y la tiza en el suelo dando saltos a la pata coja (seguro que ese juego tiene un nombre, pero nunca llegué a aprendérmelo). Ser niño debería ir de eso, ¿no? Los ojos tienen que ver más allá de una pantalla. Las manos tienen que tocar más que unas teclas. La todopoderosa Playstation aliena. No está mal como aditivo, pero nunca puede ser un sustituto de la vida real, del contacto con los compañeros gamberros de panda. Si uno no se da cuenta, pasa del ordenador a la tele, y de la tele a la Play, con el cerebro aplomado, listo para crecer y ser devorado por el mercado laboral, las hipotecas y la apacible vida burguesa de trabajo-comida-dormida.


La empresa Lego, que nació en 1934 a partir de un taller de juguetes de madera de un carpintero danés (¡¡Pinocho!!), dice que sus muñecos pueden mover el cuerpo de 970 formas diferentes –joder, yo me quedé en la cuarta...-, que se venden tres figuritas en el mundo cada segundo y que ya se han producido más de 4.000 millones de ellas en treinta años. Quizá los niños siguen jugando con los ladrillos y los muñequitos, y la nostalgia indisimulada de esta entrada tenga que ver con otra característica de la "madurez": la deificación de los tiempos pasados. ¿Y el muñeco más popular después de 30 años de ventas comerciales?... ¡¡El policía!! ¿O es que no decíamos antes?... mi papá sabe más que el tuyo, mi papá tiene un coche más grande que el tuyo, mi papá puede cazar un antílope y tres elefantes con un ojo tapado... ¡¡Pues mi papá es policía!! Y todos nos callábamos... A ese papá no había Cristo revivivido que lo ganase. Sí es que al final esto también va a ser un ciclo, los críos tampoco han cambiado tanto, siguen jugando con lego y mis gruñidos en el desierto no son más que quejidos reaccionarios.

lunes, 25 de agosto de 2008

Estado del malestar


Martillo de los malos hábitos ciudadanos, azote de la corrupción rampante, francotirador de los especuladores y conciencia crítica de la frágil ética de la sociedad española, la bitácora Estado del malestar lleva varios meses navegando por los anchos mares de la red, disparando sus cañones a los políticos y empresarios con menos conciencia social del país de las mil y una operaciones urbanísticas ilegales. Os Bobolongos saluda la llegada de este nuevo blog pana, cuyo beligerante ideólogo responde al nombre en clave de Agente Queco. Crítica bien argumentada envuelta en un permanente estado de cabreo como antídoto contra el pasotismo y la ignorancia. Más leña al fuego de la comunidad de otro mundo es posible. ¡Bienvenido, amigo! A seguir con la crónica-denuncia y el disparo certero a los malos, malísimos.

Visita el blog Estado del malestar

viernes, 22 de agosto de 2008

La guerra contra el terrorismo, con antifaz




Justo después del regreso de vacaciones y el día de su puesta de largo en Alemania, acudí fervoroso al estreno de El caballero oscuro. El filme llegaba a Europa envuelto en su aerodinámica capa negra, planeando con exuberancia. La crítica en Estados Unidos había sido excelente y la recaudación arrolladora. Sin tener en cuenta los ajustes en el precio de las entradas por la inflación, la nueva entrega del hombre murciélago, que creara por los cincuenta el dibujante Bob Kane, se ha situado la segunda en la lista de las películas más taquilleras en la historia de EEUU, sólo superada por la empalagosa Titanic. El hecho de que este bodrio edulcorado y apelmazado sea la obra cinematográfica que más millones de dólares haya ingresado –unos dos mil en todo el mundo- ya me hizo perder la fe en el ser humano hace tiempo. Este Batman, en cambio, asegura el entretenimiento y toca los resortes de la reflexión.

Retomando al justiciero de Gotham City, confieso que me abalancé sobre la butaca, ansioso por ver la elogiada propuesta de Chistopher Nolan. Dado su previsible e impactante poderío visual, no haberla visto en una sala de cine hubiese sido un pecado equiparable a sabotear el montaje de El cuarto Mandamiento, de Orson Welles, o permitir dirigir una película a Emilio Aragón. Ciento cincuenta minutos después de la aventuras del caballero del antifaz, con las explosiones aún retumbando en mi cabeza, me preguntaba, ¿es Batman realmente esa maravilla?, ¿la película destinada a revolucionar la acción-ficción como lo fue The Matrix en los noventa? La respuesta es sí, pero no. No, pero sí. Brillante por momentos e inflamada de pirotecnia en otros. Inquietante en su retrato de la maldad bizarra, y arriesgada en plantear interrogantes de la sociedad post 11-S, pero denudada en algunos puntos de su arbolada trama.


La teoría del caos

Nolan ha intentado aquí dar un segundo impulso inmenso al triple salto que comenzó con Batman begins. La vieja pretensión de insuflar densidad dramática, profundidad psicológica y huella intelectual a un cómic llevado a la gran pantalla. En el territorio frontalmente opuesto a adaptaciones atmósfera-literales como Sin City o 300, el Batman de Nolan busca ahondar en la oscuridad del personaje y multiplicar la complejidad de las tramas. Si en la versión de 2005 el filme gravitaba alrededor de las fobias, el miedo y el alma atormentada del hombre murciélago de Gotham, en esta continuación, que arranca casi donde terminó la otra, la reflexión se torna casi metafísica. ¿Tiene sentido la justicia bienintencionada, pero enmascarada y al margen de la ley? ¿Hasta qué punto el mundo no está gobernado por el caos y cualquier intento de asentar un orden deviene en la creación de nuevas e incontrolables aristas? ¿Está la sociedad destinada a autodestruirse rehén de su agresivo egocentrismo? Y Nolan responde a sus interrogantes con un humanismo bastante pesimista.


El caballero oscuro penetra y se encharca en las alcantarillas del estado, discurriendo sobre la línea hermafrodita que no separa al terrorismo del ejercicio del poder desde las cloacas. Y lo hace trazando un indisimulado paralelismo con el cambio social experimentado desde el advenimiento de la llamada guerra contra el terrorismo, tras los atentados del World Trade Center en Nueva York en 2001.

A saber: el secuestro extrajudicial en un país extranjero del hampón de guante blanco, que controla la caja del crimen en Gotham –en una escena pareciera sacada de Misión Imposible-; el avión cárcel en el que es extraditado a las bravas; el interrogatorio-tortura al Joker (recordando los métodos utilizados por la CIA y aprobados por la Administración Bush); el hospital volando por los aires y las imágenes al más puro estilo 11-S de Batman sobre las ruinas; la amoral escucha de las conversaciones vía móvil de cualquier ciudadano, y, siempre de fondo, el miedo al terror que se incuba en la sociedad, que constriñe, que permite la cesión de derechos civiles fundamentales y el sacrificio de inocentes en aras de un supuesto bien mayor: la seguridad colectiva.


Joker, el crimen sin red

También juegan a favor del filme el humor negro que acompaña las maquinaciones del Joker y el acierto de dibujar un Gotham cercano, con una puesta en escena sobria, que bien podría ser el Nueva York o Chicago de hoy día, alejado por completo –y era necesario si se quería hacer una revisión del personaje- del barniz gótico que recubría la ciudad de Tim Burton. Junto a su ambiciosa carga de profundidad intelectual, la película tiene fogonazos sobresalientes, todos alrededor de Heath Ledger y su esquizofrénica composición del personaje del Joker, una suerte de clon neocontemporáneo y potenciado del Alex DeLarge, de La naranja mecánica, y , más reciente, del Tyler Durden -Brad Pitt- de El club de la lucha. O, citando al crítico de El País Jordi Costa, “una revisión apocalíptica de El doctor Mabuse". En la estupenda secuencia inicial, con un plano general que recuerda al arranque de Psicosis y un posterior atraco a un banco modelo Heat, queda reflejado de forma sobresaliente el código, o mejor dicho, la arbitrariedad homicida del Joker, un terrorista anarco-esteta del mal, refinado e ininteligible, que ejecuta sus crímenes entre arrebatos de salvajismo primario.

La creación de Ledger transmite una instensidad perturbadora, a la que contribuye su ausencia total de valores, que le hace imprevisible. “¿Cómo voy a querer matarte? Yo sin ti no existiría”, le dice a Batman. Aquí no hay pasado del personaje, justificación alguna, motivación de lo que hace. Se atisba una infancia traumática en algunas de las parrafadas del siniestro bufón, pero bien podrían ser juegos de naipes. Danzando alrededor del actor australiano, un reparto coral en notable equilibrio, con un esplendido fiscal del distrito -Harvey Dent-, al que da vida Aaron Eckhart, y un Christian Bale sin alardes pero correcto. Eso sí, falla la endeblez –tradicional en el cine de Christopher Nolan- del único personaje femenino, la normalmente magnífica Maggie Gyllenhaal, que no transmite nada de ese dolor que le tendría que suponer la elección entre Bruce Wayne y Harvey Dent, y existe un ligero solapamiento entre los personajes de Michael Caine (el mayordomo Alfred) y Morgan Freeman (Lucius Fox, el ético jefe de la empresa de Wayne).


Ya se han escrito toneladas de papel reclamando el Oscar póstumo para Heath Ledger, glorificando su interpretación como el villano más antológico de la historia. Uno que es muy clásico diría que no resiste comparación alguna con el Michael Corleone de El Padrino 2 –la maldad más absoluta proviene de aquellos que son como nosotros- y, si se trata de comparar con la ristra de villanos-ficción, nada como una buena respiración sonido efisema pulmonar de Darth Vader. “Lo más difícil en la interpretación es hacer de Jack Lemmon”, señaló clarividente Billy Wilder. Es decir, hacer el papel de un tipo normal, con sus filias y fobias larvadas, como el acobardado oficinista de El apartamento. Pero al fabuloso Jack le dieron el Oscar por hacer de alcohólico en Días de vino y rosas, y a Ledger se lo darán por este papel en el que pareciera que mimetiza –física e interpretativamente- al Marlon Brando de El último tango en París.


Exceso de fuegos artificiales

Repasados los ases de la película, queda dar cuenta de por qué no sale una mano perfecta, qué gadgets mal lanzados impiden a El caballero oscuro convertirse en una película mayor. El flirteo constante con la pretenciosidad y, sobre todo, la hipertrofia de la amenaza del mal, del caos, de la omnipresencia y poder omnímodo del villano, atenúan la calidad global del filme. ¿Cómo un hombre es capaz de montar semejantes operaciones?, ¿cómo infiltra secuaces en cada rincón y estrato social de Gotham? Uno puede pasar por encima de esas licencias del guión, pero el cúmulo de pequeños agujeros en la construcción de la historia acaba dejando un sabor demasiado ácido. Además, las víctimas -el número de muertes es continuo- policiales, civiles y colaterales nunca son responsabilidad de Batman, y se impone alguna concesión para satisfacer el paladar de happy ending del gran público, como la resolución de la secuencia de los dos barcos, espléndidamente planteada como un potentísimo dilema moral y rematada en falso.

Por otra parte, el tour de force trepidante en el que se convierte la película en su última hora empacha. Un decathlon frenético de persecuciones, carreras en moto, explosiones, saltos entre edificios, asaltos de bull dogs y peleas entre balazos para sostener la dialéctica Bien VS Mal –incluido el sacrificio climático (¿y cristiano?) de Batman-, arropada con armas de destrucción masiva en ambos bandos. El Joker sembrando el terror cada vez a mayor escala en Gotham City, y Batman adentrándose cada vez más con el lado oscuro para intentar frenarle. Hay un abuso evidente de la pirotecnia, y cierta rimbombancia reiterativa en el contenido filosófico de la historia.

Así que, mirado en su conjunto, el perfecto andamiaje construido por Nolan no deja de desprender cierta impostura. La acción-locomotora en continuo in crescendo y la densidad de las subtramas provocan una bulimia visual que perjudica el resultado final. La unión entre el puro entretenimiento del cómic/ciencia ficción y la profunda disertación sobre el orden enfrentado al caos a veces no encaja con suavidad. El Joker todo lo puede, Batman todo lo puede. A uno le es difícil aislarse de la inverosimilitud de ambos poderes, y se le dejan preguntas sin resolver en la cabeza. ¿Y si el hombre enmascarado fuese más lejos en su abuso de autoridad y llegase al asesinato? Y si, sobre todo, ¿la incapacidad de Batman de retirarse de su profesión nocturna y de imponer la ley del talión fuese el mayor obstáculo de la ciudad? Aunque, pensándolo bien, eso sería otra película…

Un resumen de las críticas al filme en Estados Unidos