El 14 de abril, mientras en España unos pocos héroes celebraban el aniversario de la instauración de la Segunda Repúbica, en la ciudad de Múnich se ensayaba la vía de la democracia directa con un referéndum local. La pregunta al muniqués era muy simple: ¿está usted de acuerdo con que la alcaldía de Múnich persiga todas las medidas legales contra el proyecto de Transrapid (tren de altísima velocidad) al aeropuerto? Aunque la participación fue bastante pobre -en buena medida porque el citado Transrapid hace meses que está más que enterrado-, el referéndum sirvió como broche final a un movimiento ciudadano imparable, que se organizó hace más de un año para detener el faraónico proyecto del tren magnético. Un ejemplo de democracia en acción y del pueblo parándole los pies a los políticos, sorprendente en estos tiempos de anestesia global de la conciencia política.
Para entender la rebeldía del tranquilo y burgués habitante de Múnich hay que ir al origen del proyecto. El Gobierno de Baviera, en manos desde hace cinco décadas de la CSU, el partido democristiano que, en colación con la CDU -socialcristianos- gobierna ahora Alemania. Liderados por el presidente regional, Edmund Stoiber, que perdió por los pelos las elecciones generales de 2002 ante Gerhard Schröder, los democristianos querían un tren que uniese la estación central de Múnich (Hauptbahnhof) y el aeropuerto. Esta maravilla de la ingeniería -la empresa Transrapid la formaron Siemens y ThyssenKrupp- volaría por las vías a través de la levitación magnética, y los 37 kilometros de distancia los recorrería en sólo 10 minutos, a una velocidad máxima de 350 km/h. Un tren vanguardista del que sólo existe otro en el mundo, el que une Shanghai (ver foto) con su aeropuerto en una ruta de 30 km, también con el sello made in Germany.
Los primeros trenes fueron planificados para estar operativos en 2009 con una frecuencia de salida de 10 minutos, pero la locomotora que iba a ser símbolo de la puntera tecnología alemana ha sido detenida. De nada han valido los aullidos de la derecha clamando por cómo era posible que los chinos lo tuviesen y Alemania, fabricante del ingenio, no. Ha pesado más el costo estimado del Transrapid, unos 1,85 millones de euros, que gran parte de la opinión pública veía como un despilfarro de dinero sin sentido (cuánta enseñanza podría sacar de este episodio Alberto Ruiz Faraón, el conquistador de la M-30 y próximo Atila del Paseo del Prado).
Un sistema distinto de transporte, el Munich Express, se ha propuesto en los últimos meses. Sería un S-Bahn (cercanías) exprés que iría al aeropuerto desde Hauptbahnhof a través de Ostbahnhof (Estación del Este) en los raíles existentes de la línea S8. El proyecto costaría alrededor de un tercio de lo que el Transrapid, y los 20 minutos de tiempo de viaje representarían un ahorro de 25 minutos en comparación con los recorridos actuales. Además, los defensores de este tren argumentan que, al integrarse la línea en la red de S-Bahn, serviría de uso a un número mucho mayor de personas. Por último, el precio de los billetes sería mucho más barato y no los 30 euros que iba a costar el ticket del Transrapid.
Así que, a Transrapid muerto, S-Bahn puesto, éste mucho más racional, ecoeficiente y asequible para el ciudadano. Salir a la calle a manifestarse nunca viene mal...
1 comentario:
Una lección de ciudadanía siempre viene bien: despertar, estar alertas, atentos y exigir.
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