martes, 15 de abril de 2008

'Hotel Terminus': la ruta de las ratas



En la memoria colectiva de la Humanidad hay mucho rastro de sangre y atrocidades, pero quizá ningún otro acontecimiento como la Segunda Guerra Mundial ha resumido de forma más cruel hasta qué punto de barbarie el ser humano es capaz de llegar. Como está contando con sabiduría la otra mitad Os Bobolonga en su brillante serie El siglo XX europeo: historia de la hipocresía, muchos de los lodos actuales vienen de aquellos barros: la conculcación del derecho internacional, la ocupación palestina, el poder –blando y duro-de Estados Unidos, la nula capacidad europea de acción común...

Especialmente abrasiva es al cuestión del Holocausto judío. Cómo pudo llegar a suceder, cuántos ciudadanos -no sólo de Alemania- lo sabían, qué países fueron cómplices, hasta dónde llegaba –y llega- el antisemitismo en aquella Europa o hasta qué punto se han depurado responsabilidades son sólo agunas de las preguntas que acechan la ambivalente conciencia del Viejo Continente. Para su respuesta es aconsejable añadir a la lectura de la historia escrita por los vencedores la alimentación a través de otras fuentes, textos y crónicas. Visiones perpendiculares y con muchas más aristas que la línea oficial, como el impresionante documental que está en el origen de este post: Hotel Terminus.


El paso del tiempo, el derrumbamiento de la Unión Soviética, el advenimiento de la sociedad feliz consumista y la memoria Memento de gran parte de la opinión pública va arrinconando aquellos hechos de La Gran Guerra a un cuarto oscuro, pero, de vez en cuando, suceden casualidades del destino que le sacan a uno de la atonía y le hacen recordar las palabras del hombre de las mil citas, Winston Churchill: Aquellos pueblos que no conocen su historia, están condenados a repetirla. La película Hotel Terminus, Leben und Zeit von Klaus Barbie (Marcel Ophüls, 1988) ha sido, en ese sentido, un chasquido brutalmente revelador para mí.


Cocinado por mi amada Claudia, habíamos preparado un delicioso menú gourmet fílmico para la tarde del domingo. Aún con la visita fresca en la memoria a König Platz, Carolinen Platz y Maximilian Strasse –área vertebral donde se concentraron los lugares de culto del nazismo en Múnich-, nos dispusimos a visionar la citada Hotel Terminus, considerada en diversas guías cinematográficas el mejor documental del siglo XX -con la aprehensión que estos latiguillos me suelen provocar- y Los falsificadores. Ésta última es un filme austríaco ganador del Oscar 2008 a la mejor película de habla no inglesa, que narra la odisea de un talentoso grupo de judíos que, para sobrevivir en un campo de concentración, falsifican libras y dólares para los alemanes. Una obra de buen ritmo y factura
, pero a años luz de la increíble dimensión de su compañera de sesión doble.

Hotel Terminus se proyecta sobre la macabra figura de Klaus Barbie, carnicero de la Gestapo en el área de Lyon y responsable de torturas, asesinatos y deportaciones de hombres y niños judíos a los campos de exterminio. Según Wikipedia, se le acredita a él o a sus colaboradores el envío a campos de concentración de 7.500 personas, 4.432 asesinatos y el arresto y tortura de 14.311 combatientes de la Resistencia francesa. Pues bien, la película se asoma como premisa a este criminal atroz, a través de cientos de entrevistas por medio mundo, pero su profundidad produce un eco infinito de mensajes sobre el papel jugado por las potencias ganadoras de la guerra, la conciencia de la ciudadanía francesa, el papel y verdadero valor de la mediática Resistencia y la podredumbe miserable de la real politik mundial.

Klaus Barbi, de oficial de la Gestapo
y en el juicio posterior


El filme avanza como un lúcido cometa, descubriendo nidos de serpiente y ramificándose en inesperadas reve
laciones que llaman a la puerta de la conciencia. Por la cámara de Ophüls pasan víctimas y verdugos, ciudadanos de a pie, fiscales, cazadores de nazis, nostálgicos hitlerianos y, sobre todo, gentes que decidieron mirar a otro lado. "Ya sé, usted me va a decir que... Mire, yo no sabía nada. Además, esas cosas pasaron hace más de cuarenta años, no se puede remover el pasado así" es la letanía que se repite, de inquietante parecido a la que braman los antirevisionistas del franquismo. La justicia, que no la venganza, enterrada en aras de la tranquilidad de conciencia.

Concentración nazi en Nuremberg en 1934

A través del sobrecogedor sendero por el que nos guían las pesquisas de Ophüls, el espectador aprende, entre otras enseñanzas, que los crímenes a los judíos siempre tienen una pena menor, que Estados Unidos protegió a la bestia Barbie, que la llamada ruta de las ratas que mandaba nazis a Suramérica contaba con la inestimable ayuda de miembros de la curia Vaticana o que los nazis jugaron un papel importante entre bastidores en los golpes militares en el continente americano en la década de los sesenta, setenta y ochenta.

Hotel Terminus –cuyo título recoge el nombre del hotel donde Barbie y sus carniceros torturaban a la gente- nos descubre como el asesino fue fichado por los servicios secretos estadounidenses nada más terminar la guerra para reforzar su equipo de contraespionaje, cuando ya se fijaba el objetivo en el nuevo gran enemigo, la Unión Soviética, en el amanecer de La guerra fría. Las virtudes de Barbie interrogando y sus contactos en el Este fueron los argumentos para su fichaje. Al igual que para el programa espacial de la NASA reciclaran a Wernher von Braun –creador de las destructivas bombas V-2 en los estertores de la guerra, construidas con la sangre de miles de esclavos muertos-, los estadounidenses usaron con profusión a Barbie para la guerra en las cloacas del estado. Una utilización de criminales confesos que también les iguala a los soviéticos en ese periodo.


Hotel Terminus
pone el dedo en la llaga del fin justifica los medios que abrazó el Go
bierno Eisenhower y la Alemania de la postguerra, decidiendo hacer tabla rasa con los criminales nazis bajo el paraguas rotulado: "Todos recibíamos órdenes" (en la RFA no se juzó a nadie por crímenes nazis). Mientras, en Francia, la estrategia fue la hipérbole del elogio a la Resistencia, el entierro de los delitos de lesa humanidad del régimen colaboracionista de Vichy y juntar todas las atrocidades bajo la denominación más comprensible de crímenes de guerra.

Concentración de apoyo al régimen de Vichy (1944)

El filme contiene momentos de meteorítico impacto por su espontaneidad. Como, por ejemplo, cuando el director acompaña a una de las pocas niñas judías –ahora mujer- superviviente de las razzias nazis. La mujer visita la casa donde residía con su familia de pequeña, en el pueblo de Izieu, lugar del que Barbie arrancó a 44 críos para enviarlos a las cámaras de gas. Allí, junto al portal de su antiguo hogar, la mujer judía entabla conversación con una anciana asomada a un balcón. La vecina se deshace en frases cariñosas hacia la antigua inquilina, y añade profundas lamentaciones por la muerte de su familia en la guerra. "Me acuerdo perfectamente que usted no hizo nada cuando vinieron a por nosotros. Se dio la vuelta y se encerró en su casa“, le contesta la mujer judía. La palidez de la anciana y la vergüenza interior casi se pueden palpar desde el otro lado de la pantalla.

Otro momento tremendo son las patéticas palabras del propio Klaus Barbie, retenido por fin en Bolivia en un furgón, camino del avión que le llevaría a Francia para su juicio. Una captura después de más de dos décadas viviendo con todas las prevendas en suelo boliviano y haciendo las veces de muñidor de golpes de estado e, incluso, de mano entre las sombras que ayudó a dar caza y muerte al Ché Guevara en 1967, como relataba el prestigioso diario The Guardian en 2007.

Pasaporte boliviano de Barbie


Pero si la fuerza reveladora de la película jamás pierde fuelle, la vuelta de tuerca final quizá sea aún más apabullante y, al mismo tiempo, desoladora. El juicio a Barbie, que comenzó en 1987 en Lyon, se convierte a través de la incisiva cámara de Ophüls en un patético teatro de impostura y enjuague político. Con las preguntas del director alemán descubrimos que Jacques Vergès, el prestigioso abogado de Barbie, estaba financiado por un oligarca suizo filonazi cuya filantropía también regaba las operaciones terroristas de diversas facciones palestinas. Es así como extrema derecha y extrema izquierda se tocan, se abrazan y se meten la lengua hasta el fondo, mostrando el delirio al que conduce todo fanatismo.


Una sucia verdad que se intuye entre las bocanadas al Havano que da el abogado Vergès, un siniestro personaje que desprende tanta inteligencia como inquietud, y que pareciera salido de la mente laberíntica del incomparable Orson Welles. Vergès, abogado de luchadores del Frente de Liberación Argelino, que sufrieron las torturas de la policía secreta francesa durante la colonización, explica entre silencios su paso al lado oscuro y argumenta la defensa de Barbie en el sacrosanto derecho a la preescripción de los crímenes. Además, aduce, las acciones del carnicero de Lyon no fueron más terribles que las de cualquier colonialista en cualquier parte del mundo, incluyendo a los franceses, quienes nunca fueron perseguidos. Y es así como árabes, asiáticos y negros, víctimas históricas de numerosas matanzas, suben al estrado para convertirse en los mejores apóstoles de la defensa de Barbie. Una esquizofrénica paradoja que resume el periodista Alain Finkielkraut a la salida del juicio: "Si en 1945, justo al acabar la guerra, le dicen a alguien que, en treinta años, las razas sub-humanas [en concepción Hitleriana] serían los defensores de un asesino y torturador nazi nadie lo hubiera creído".
Jacques Vergès, abogado de Barbie


Pero si apesta el conglomerado que se aglutina para defender a Barbie, insoportable es el hedor que deja la conclusión final del documental. Ophüls, una vez más, vuelve a mostrar en primer plano el rostro sudoroso de una persona que miente, esta vez nada menos que el Fiscal principal, Pierre Truche, encargado de llevar el peso de la acusacion contra Barbie en el juicio. El director germano le pregunta el por qué de no llamar a declarar a testigos que desvelaban la connivencia de colaboracionistas franceses en la delación de los niños judíos. El fiscal aduce la falta de credibilidad de estos testimonios. Pero, en paralelo, la cámara vuela a uno de esos campesinos que fue testigo de la deportación. Y uno desde el primer momento sabe quién miente de los dos, quién no suda al hablar, quién habla con la tranquilidad de la conciencia limpia y de no tratar de ganar nada en el empeño. El ya anciano campesino, en su modestísima cocina, desvela cómo un paisano francés del pueblo delató en 1945 a los niños, y la posterior captura de los críos por parte de Barbie, inlcuidos culetazos en la cabeza y golpes en la barriga a los infantes. Y el anciano lo relata con la microscópica memoria de esos viejos que recuerdan la caída de una hoja hace 50 años y se olvidan de las cosas que pasan hace dos días.

Marcel Ophüls


Y es que la decisión de la Fiscalía francesa de hacer un totum revolutum con los asesinatos de miembros de la Resistencia francesa y el genocidio de los judíos mitigaba las responsabilidades históricas de la República de la Liberté, égalité, fraternité. En realidad, Barbie es condenado por matar juntos al más carismático líder de la Resistencia jamás atrapado -Jean Boulin- y a unos niños judíos. Así todos se consideran víctimas. Pero la realidad es mucho menos sencilla. Boulin, como demuestran los testimonios recogidos por Ophüls, fue cazado por una traición, fruto de las intrigas de una Resistencia carcomida por las lucha intestinas entre monárquicos, socialistas y comunistas, y cuyo peaje en vidas fue absolutamente incomparable con la tragedia del pueblo judío. Pero al meter a todos en un saco, Francia evitaba de alguna forma mirar al desnudo su conciencia, hacer un examen real de su mayoritaria ayuda a los ocupantes nazis y ocultar las firmas de sus dirigentes en muchos documentos de deportación de decenas de miles de judíos a los campos de la muerte.
Ciudadanos alemanes, obligados a ver
cadáveres de judíos tras la guerra


Una revisión del pasado que, afortunadamente, ha ido llegando en Francia lenta pero inexorablemente en los últimos veinte años. Tan necesaria como la eterna memoria del genocidio judío y la rebelión inmediata contra los más pequeños brotes de xenofobia para evitar más Ruandas o Yugoslavias, o por lo menos impedir que sucedan con nuestra omisión de conciencia.

Gracias, señor Ophüls, por su servicio a la ciudadanía.

Para una excelente recopilación de lo que fue el juicio a Klaus Barbie y las implicaciones del caso se puede visitar (artículos sólo en inglés): http://members.aol.com/voyl/barbie/barbie.htm

2 comentarios:

David dijo...

Impresionante Entrada y terrible bofetada a la realidad del ser humano, hermano. De veras me parece sublime. estoy deseando ver el documental para poder comentarlo con ustedes. Repito, grandisima entrada camarada, eres grande.

Anónimo dijo...

Hay un libro que se titula precisamente la ruta de las ratas qeu fantasea sobre este hecho histórico.

http://somnegra.com/es/novela-policiaca/1125-la-ruta-de-las-ratas-antonio-santos-torralba.html