martes, 22 de julio de 2008

Mandela, o cómo creer en el ser humano



"Durante mi vida me he dedicado a la lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca, y he luchado contra la dominación negra. He abrigado el ideal de una sociedad democrática y libre en la cual todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Espero poder vivir para alcanzar este ideal. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy preparado para morir"
Nelson Mandela, en su alegato final durante el juicio de 1962, tras el cual fue condenado a cadena perpétua (en la imagen la prisión de Robben Island) por el régimen apartheid de Suráfrica

En la era de la globalización, el Dios mercado y la eterna guerra contra el terrorismo, el prestigio de la política y los políticos apenas levanta un palmo del suelo. Sobrevuela bajo, ensuciado, dando tumbos y metiendo las pezuñas en charcos embarrados, incapaz de reactivar la apatía general y la falta de compromiso ideológico de las nuevas generaciones. El objetivo número uno de la clase dirigente de medio planeta es ganar las próximas elecciones, mientras se construyen redes clientelares, se fomenta a los aduladores, se trata de tener a los medios de comunicación bajo palio y se obstruye la crítica, muchas veces acusada de anti patriota. Por eso la ciclopea figura de Nelson Mandela, que el 18 de julio cumplía 90 hermosos años, se agiganta aún más estos días. Un estadista de profunda intuición, brillante capacidad intelectual y un generoso corazón del tamaño de Oklahoma, que a este bobolongo siempre ha emocionado. Desde este humilde rincón queremos gritarle hoy: ¡Feliz cumpleaños, lindo Madiba!


"Para ser libre no basta sólo con liberarse de las propias cadenas, sino que hay que vivir de una forma que respete y fomente la libertad de los demás".
A pesar de media vida en la trinchera y tres cuartas partes bajo los barrotes de una cárcel racista, Mandela ha mantenido con pulso firme su ideario honesto. Hay que tener un espíritu limpio y una generosidad trabajada en el tiempo para, como él hizo en 1990, tras 27 años de plomo en la prisión, evitar izar la bandera de la venganza y trabajar para construir un país sin odio. En ese periodo de cuatro años (1990-94), trufado de matanzas indiscriminadas de negros, razzias nocturnas policiales y asesinatos de líderes históricos como Chris Hani, máximo jefe del movimiento anti apartheid mientras Mandela cumplía condena, sólo la vigorosa constancia de Madiba en el camino de la transición pacífica evitó el estallido de una guerra civil de dimensiones aterradoras y el degüello de media población blanca.


"Si quieres hacer las paces con tu enemigo, deberás trabajar con él. Y entonces se convertirá en tu socio."
¿Cómo hace uno para enterrar el odio?, ¿para no masticar la venganza en 27 años de aislamiento carcelario en Robben Island y Pollsmoor Prison, con sólo una visita y una carta permitida cada seis meses? ¿Cómo mirar a los ojos a la gente que no te permitió asistir al funeral de tu hijo primogénito, muerto en accidente de coche con sólo 25 años? ¿Cómo se sienta a negociar una persona con el régimen de P. W. Botha y luego Frederik De Klerk, que, en 1969, urdió una trama para hacerle escapar de la cárcel y así poder matarle mientras huía? (gracias al servicio secreto británico se desbarató el apestoso montaje). ¿Cómo se puede consensuar el futuro de una nación con un atajo de asesinos que durante décadas mantuvo bajo el yugo, la segregación racial y la humillación pública a la mayoría aplastante negra del país, más de un 80 por ciento? Quizá sea la extraordinaria influencia de la figura de Mahatma Gandhi en el pensamiento de Mandela, quizá los miles de libros que devoró en su fría celda, lo cierto es que Madiba logró liderar el paso del régimen afrikaner a la democracia con la suavidad de su sonrisa bonachona y la firmeza de sus convicciones inquebrantables.


"No hay nada como volver a un lugar que parece no haber cambiado para descubrir en qué
cosas has cambiado tú mismo".
Tras enarbolar la bandera de la reconciliación y hacer de la pedagogia la mejor arma para
convencer a los sectores menos dispuestos al consenso en su propio partido, Mandela logró en 1994 la victoria de la Humanidad en las primeras elecciones libres celebradas en Suráfrica. El líder del Congreso Nacional Africano (ANC) sumó el 62 por ciento de los votos, después de una campaña en ocasiones en el alambre, donde a menudo calmaba a voces los estallidos de furia contra los blancos que se daban en sus enormes mítines en los estadios. Educó, convenció y triunfó. Y a diferencia de los numerosos sátrapas del continente, cinco años después, renunció a un segundo mandato como presidente cuando todo el país y la comunidad internacional le aclamaban para que siguiese, y cedió el poder a Thabo Mbeki. "Le hice caso a Nelson Mandela muchas veces. Si le hubiese hecho caso siempre, me hubiera ido mejor", decía con elocuencia Bill Clinton hace unos días.


La política del encuentro

En su mandato presidencial, Mandela pulió las aristas en forma de cuchillo que amenazaban con descarrillar el proceso de desmantelamiento total del apartheid, vaciando de argumentos a los extremistas blancos y a los radicales zulús. La herramienta para sanar las heridas profundas de la sociedad fue el establecimiento de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, presidida por otra alma hermosa, el arzobispo Desmond Tutu. Por la corte de Cape Town pasaron víctimas y verdugos, todo ciudadano que había sufrido la violencia del apartheid o que la había ejercido tenía derecho a declarar en el tribunal. A cambio de las confesiones y el perdón, muchos asesinos consiguieron la amnistía, pero para el pueblo surafricano fue fundamental exponer la sangre derramada durante tantas décadas, poner un punto y aparte y forjar entre todos un compromiso de que aquello no se podía volver a repetir.


Frente al olvido de los crímenes de muchas dictaduras -España es un caso sangrante- por la supuesta necesidad de pasar página y no desenterrar los muertos, Suráfrica optó por la brutalidad de la verdad, y la estrategia funcionó y sanó en gran parte al pueblo. Quizá nada como la final del Mundial de rugby de 1995 para ejemplificar la inteligencia de Mandela para mostrar a los suyos que blancos y negros podían convivir en paz. Hasta ese día, la selección nacional de rugby surafricana era odiada en la comunidad negra. Era un deporte de blancos, para blancos, símbolo de la opresión de los blancos. En aquel partido donde sólo había un jugador negro en el bando local, Suráfrica venció de forma épica a los súper favoritos neozelandeses, y Madiba, enfundado en una camiseta del equipo (los Springboks), entregó la copa de campeón al capitán Francois Pienaar, un Afrikaner (así se llama a los blancos descendientes de los colonos del oeste de Europa que empezaron a llegar en el siglo XVII).


"Después de escalar una montaña muy alta, descubrimos que hay muchas otras montañas por escalar".
Junto al laberinto político y racial, Mandela tuvo que hacer frente en sus años de presidencia a otro dilema moral de impacto tremendo, que volvió a resolver con la sabiduría y la ética de un
gran hombre. Winnie Madikizela-Mandela, su mujer desde 1958 y otra de las voces más respetadas de la resistencia negra, se había dedicado en los ochenta a una campaña salvaje de asesinatos y atentados contra el Gobierno blanco, apadrinando la ejecución sumaria de sospechosos con métodos neonazis como el prender fuego a una persona inmovilizada por una rueda de neumático. Al mismo tiempo, Winnie se había enriquecido de forma más que sospechosa (en 2004 fue condenada a tres años de prisión por fraude). La ley del talión indiscriminada de su mujer era incompatible con la ética de Mandela, quien se separó de Winni en 1992 y cuatro años después se divorció. En 1998, Madiba se volvió a casar con un símbolo, esta vez Graça Machel, la viuda del antiguo presidente y héroe de Mozambique, Samora Machel, fallecido en un accidente de helicóptero en 1976, dicen que con la inestimable ayuda del Gobierno estadounidense.


Resistencia legítima

Que la vida es de color blanco y negro, y que,
siguiendo la doctrina Bushaznariana, los terroristas son todos iguales en el mundo, es una falacia que desmonta, mejor que cualquier otro ejemplo, la trayectoria honesta y en línea recta de Nelson Mandela. Abogado en los cincuenta junto a su amigo Oliver Tambo de una firma que apoyaba legalmente a negros sin recursos económicos, Madiba sufrió el acoso del Gobierno apartheid, los arrestos y el asesinato de amigos cercanos. Dado que el diálogo en aquella época con la furibunda clase xenófoba dirigente era imposible y la violencia del estado iba en aumento, no tuvo otra opción que resistir y luchar por su pueblo. "Era el último recurso para nosotros", ha dicho más de una vez Mandela de su salto al monte.

Así co-fundó y se convirtió en el líder del brazo armado del ANC, el Umkhonto we Sizwe - MK (La lanza de la Nación). Durante 17 meses y hasta su detención en 1962, coordinó campañas de sabotaje y bombas en lugares símbolo del régimen opresor, y planificó planes de guerrilla para acabar con el apartheid. Pero sus ataques siempre se realizaron evitando atentados con víctimas mortales. Era la premisa principal. Y, cuando se estableció la Comisión de la Verdad y la Reconciliciaón en los noventa, fue el primero en admitir que el ANC, en su combate del apartheid, también violó los derechos humanos, contra el pensamiento mayoritario de su partido, que aducía que todo fue en legítima defensa y era una sacrilegio pedir también perdón.


"La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo".
Ya lo decía la cabecera del programa literario after-hours de Sánchez Dragó, "todo está en los libros". Para que Suráfrica se ponga definitivamente de pie, Mandela ha comprendido que el mayor enemigo del país es el SIDA –de hecho uno de sus hijos murió por el virus en 2005-. En este sentido, en 2003 apadrinó la creación de la fundación 46664, que hace referencia al número de preso que tenía en Robben Island, para recaudar dinero a través de conciertos e iniciativas. Frente a la sinrazón y mentalidad cuaternaria de su sucesor, Thabo Mbeki, que ha puesto en duda varias veces la existencia misma del SIDA y cuya inacción política clama al cielo, Mandela es un embajador infatigable de la lucha contra el virus, una voz vital en África, el continente que sufre la mayor pandemia de la enfermedad, y cuyos dirigentes normalmente miran hacia otro lado. Incluso Mandela ha admitido que seguramente falló a Suráfrica al no hacer lo suficiente contra el SIDA cuando estaba en el poder.


La conciencia del mundo

En los últimos años, pese al cáncer de próstata que padece y sus cada vez mas reducidas apariciones públicas, Mandela, cuya fundación para los niños huérfanos es la más importante del
mundo, fue la conciencia de África en la guerra de Irak, arremetiendo contra la ilegalidad de la invasión, calificando de racista la operación bélica de Bush y recordando el largo historial de abuso de derechos humanos de EEUU. De hecho, hasta julio de 2008, Mandela y otros miembros de la cúpula del ANC tenían prohibida su entrada en Estados Unidos –excepto en el edificio de las Naciones Unidas-, ya que estaban catalogados como terroristas por el Departamento de Estado, que tenía que otorgarles permisos especiales para saltarse esa normativa. Estados Unidos, por cierto, que ha tenido un especial ensañamiento con Mandela a lo largo de su historia, hasta que Bill Clinton llegó al poder en 1988. La CIA fue quien facilitó a la policía afrikaner el paradero de Mandela en 1962 y, en 1986, en un gesto que define la catadura moral del personaje, Dick Cheney, por entonces miembro de la Casa de Representantes del Congreso, votó en contra de una resolución que pedía la liberación de Madiba.


El estadista de la mirada serana, premio Nobel de la Paz en 1993, tampoco ha dudado en señalar una y otra vez las tropelías de Robert Mugabe en Zimbabwe, frente al mutis por el foro de la panoplia de autócratas que por desgracia gobierna en mayoría el continente. Mandela ha acusado a Mugabe de perpetuarse en el poder y le ha pedido que lo abandone con un mínimo de dignidad antes de que acabe sus días como Augusto Pinochet. Más recientemente, en junio de 2008, ha responsabilizado de la caótica situación en Zimbabwe a un "trágico falllo de liderazgo". Y, junto a personalidades del bagaje solidario de Graça Machel, Desmond Tutu, Kofi Annan, Ela Bhatt, Gro Harlem Brundtland, Jimmy Carter, Li Zhaoxing, Mary Robinson y Muhammad Yunus, es el padre espiritual del colectivo The Elders (Los ancianos), que aporta la visión de la razón, la esperanza y la generosidad en los conflictos políticos allá donde se les reclame.

Feliz cumpleaños, señor Mandela. En tiempos de la ley del cinismo, usted es un árbol de humanidad que hace creer en que otro mundo es posible.

1 comentario:

Claudia Hernández dijo...

Ah, me ha emocionado... un ejemplo de fortaleza en lo que se cree, sin desviarse por ninguna excusa.