martes, 14 de julio de 2009

Weird Fishes

Imagen tomada del Photo blog: Really Japan

La puerta que cierro, siempre con una fuerza mayor de la que debería. La bajada por la escaleras, el vistazo a la pegatina del vecino en el segundo piso, la celeridad en las piernas para despertar al cuerpo…
La puerta que se abre hoy al sol, por vez primera en varias semanas. El ciclista que acompaña mi breve recorrido hasta la esquina…

De vez en cuando reconozco algún rostro en el metro. Es un desconocido. Nunca intercambiaré una frase con él. Pero me gusta. Compartir rutina con un tipo anónimo quita unos gramos de encima…

El transbordo en el angosto pasillo de cada mañana. Los codos adelantan patra tomar posiciones. Dos de cada tres brincan por las escaleras mecánicas, ofuscados en no perder el último metro, si no fuera porque dentro de tres minutos llegará el siguiente…

Impetuoso, irrumpo en la salida de la estación de autobuses, con las gafas de sol en mano. No pudo ser. El sol se ha ido. Inshala. Las gafas permanecen en mi mano. No me las pongo. Pero me resisto a guardarlas…

Como siempre, pareciera que ando de puntillas. Sigiloso. Un cazador en la sombra, que se sitúa lejos del rebaño que espera. No quiero encontrarme a nadie. La música es demasiado buena en mis oídos para astillarla con una conversación sobre el tiempo.

Llega el bus. Siempre en punto. Cada 10 minutos. Ni más ni menos. Perfecto. ¿Demasiado? No, rápidamente lo descarto. Lo he visto antes. La gente se impacienta. Resopla. Los músculos del cuello se tensan. Miran el reloj agresivamente… Se acercan toscamente a la acera, como si eso inclinase la carretera para hacer que el bus apareciese antes. No, dejémoslo. Brindemos por la puntualidad alemana…

Cinco minutos en dar la vuelta a la estación. Siempre hay alguien que sale del metro en esos instantes. Maldice su suerte. Ha perdido el bus por una migaja de tiempo. Ni lo intenta. El conductor nunca le abrirá las puertas. No importa que esté a dos metros, detenido cinco minutos esperando la cola.

Ya dentro... Siempre escojo la ventana. Son enormes. Visión panorámica de la ciudad de Múnich. Tengo suerte, mucha suerte. Amo y soy amado. ¿Dónde está el guía turístico? Salida a la carretera. Nunca hay atasco. Verde que te quiero verde...

Hoy no va el bus lleno. Es tumbarse boca abajo en la toalla, después de un largo chapuzón en el mar. Calma, tranquilidad. El sol que vuelve a despuntar. Me acuerdo de un compañero argentino. "¿Sabes lo que mi papá me dijo cuando supo que venía para acá? Mira a ver si todavía siguen esos bellos campos de flores a las afueras. Dime si todavía están". Sí, todavía están. Ahí siguen. El hijo recorriendo el camino del padre. Con más plata. Con red. Pero con los mismos ojos...

Los ojos... Los levanto del libro de los muertos vivos. Observo tras la ventana. Delante mío otros ojos miran afuera. Delante suyo, el tercer par de ojos se asoma al campo. ¿En qué piensan? ¿Qué mastican suavemente? Es rico y placentero. Se nota en su mirada. Al menos relaja. Yo también miro. He guardado el momento en una cajita de madera y a colores. Doy al play... Las letras del papel se me confunden con las letras del auricular...

El día que te fuiste entendí que no te volvería a ver. Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo. Sonreías. Dejabas atrás un pueblo del que muchas veces me dijiste: "Lo quiero por ti; pero lo odio por todo lo demás, hasta por haber nacido en él". Pensé: "No regresará jamás; no volverá nunca".

In the deepest ocean
The bottom of the sea
Your eyes
They turn me

Why should I stay here?
Why should I stay?

I'd be crazy not to follow
Follow where you lead
Your eyes
They turn me...

2 comentarios:

Claudia Hernández dijo...

Me ha llegado profundamente al alma. Me ha conmovido tanto que no sé qué decir, preciosa entrada.

David dijo...

Muy bonito hermano!!! Preciosa descripción del viaje cotidiano. Percibo cierta melancolía poética en tus palabras. El sol que extrañas se que es de sobra suplido por la súbdita venezolana/española que te mueve el piso y por las inagotables y maravillosas inquietudes que abarrotan tu linda cabecita (tu radiohead). En poco tiempo tumbarse sobre la toalla tras un relajante baño, dejara de ser un anhelo de pasajero de autobús para ser una gratificante realidad merecida. Todo acompañado por unas olivas y, como no, una refrescante bebida a base de lúpulo. Animo y besos que el sol siempre acaba saliendo.