Algo se mueve entre las sombras desde hace mucho, mucho tiempo, casi tanto como el diablo de los Stones… Es una entidad omnipresente y camaleónica, cuyos tentáculos hacen parecer una ameba al pulpo de 20.000 leguas de viaje submarino. Surfea sobre las olas de la economía y jamás ha tropezado con la marea. Anticipa cual Nostradamus las reglas del juego e incluso ha creado una nueva raza de seres inmortales –los Goldamitas–, que dejan en aprendiz de brujo al clan de los McCloud. Señoras y señores, ante ustedes la gran máquina de burbujas americana: Goldman Sachs.
Como en todo thriller que aspire a clásico, desde El crepúsculo de los dioses a Memento, vayamos de delante hacia atrás. Es 9 de junio de 2009 en Nueva York, a última hora de la tarde. La acción transcurre en Lower Manhattan, en un sofisticado pub en Stone Street, muy cerca de la sede central de Goldman Sachs. El lugar está hasta las trancas, como diría mi otra cabeza bobolonga. Ambiente animado, gente cool, ejecutivos neowasp y decenas de los afamados cócteles neoyorkinos en preparación. Una voz de treintañero caucásico, ya con el nudo de la corbata aflojado, despunta en el local.
- “¡Esta ronda la pago yo!”, exclama a sus compañeros de mesa, pongamos que Michael.
- “Yeah!, ¡siempre y cuando no la pague el Gobierno!”, replica, pongamos que Brian, desde otra mesa.
Acto seguido, varios de los grupos allí presentes se levantan y brindan con estruendo por la ocurrencia. La escena, con las licencias literarias que acostumbramos a tomar por estos lares, la relataba el periodista Eric Dash en el New York Times el mes pasado. Una anécdota que ni siquiera llegaría a la categoría de graciosa de no ser por el contexto. Ese mismo 9 de junio, y de forma muy discreta, el Gobierno estadounidense había autorizado a salirse del programa de ayudas públicas –el TARP, Troubled Asset Relief Program- a una lista de diez bancos. Trasatlánticos como American Express, Goldman Sachs, JPMorgan Chase y Morgan Stanley se comprometían a devolver casi 70.000 millones de dólares al Gobierno, aproximadamente un cuarto del dinero recibido desde el lanzamiento del plan de rescate en octubre de 2008 (se calcula en 8,7 billones de dólares el dinero entregado por el Gobierno a las entidades financieras a lo largo de diferentes tramos).
El programa TARP -700.000 millones de dólares- estaba destinado a la compra de activos tóxicos y capital de los bancos para fortalecerles y alentarles a ampliar los préstamos para combatir la crisis. Los triunfadores (winners, en terminología estadounidense) del café de Stone Street celebraban su desvinculación del paraguas estatal. Al salirse del citado TARP, los Goldamitas veían recuperar su ansiada libertad, dejando atrás la opresora subvención-regalo de la Administración Obama y, con ella, cualquier influencia u obligación de seguir las recomendaciones del Gobierno. Libres de nuevo para no tener restricciones en los salarios de los 25 ejecutivos mejor pagados -la entidad prepara 1.000 millones de dólares en bonus- y para darle a la manivela de la gran máquina de burbujas, mientras se enterraba la oportunidad de regular de una vez por todas al sector financiero.
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La avaricia organizada derrota a la democracia desorganizada
¿Cómo ha sido posible que, en poco más de medio año, las principales entidades tiburón-financieras de EEUU estén ya en disposición de pagar el dinero estatal prestado, mientras el empleo sigue desplomándose y los déficit públicos de los Gobiernos agigantándose? Quizá sea porque ésta, como muchas otras en el pasado, ha sido una crisis creada a sabiendas, una burbuja inflada hasta el nivel 107 de avaricia, que, una vez explotada y pasada la tormenta, vuelve a dejar atronadores beneficios a los de siempre. En su edición de julio, Rolling Stone publicaba el artículo que da nombre a este post, una vertiginosa radiografía de los cadáveres que guarda en el armario Goldman Sachs, escrita con brillantez y humor negro por Matt Taibbi. El hecho de que un medio tan americano y pro sistema como Rolling Stone albergue un relato que bien podría haber sido publicado en Diagonal ha sido toda una agradable sorpresa.
El artículo de Taibbi habla de una fórmula relativamente simple: Goldman se coloca en medio de una burbuja especulativa: la venta de inversiones que sabe que, en el fondo, no son más que basura, ya que la mayoría son incobrables. Luego aspira-roba grandes sumas de las clases medias y bajas de la sociedad, ayudado por un estado corrupto y lisiado, que le permite reformular las reglas a cambio de la limosna del banco en forma de dinero para las campañas electorales y diversos proyectos políticos. Cuando el castillo de naipes se derrumba y millones de ciudadanos se quedan endeudados hasta el extremo –por ser gilipollas, también hay que decirlo–, el proceso comienza de nuevo. Ya que no queda capital, se recurre al dinero de los impuestos de los contribuyentes. Goldman y compañía acuden al rescate de esas familias desesperadas y de esos pequeños negocios asfixiados por la falta de liquidez prestando a intereses de mercado el dinero recibido por el Gobierno a intereses irrisorios.
A esta jugada contribuye el mágico control que Goldman posee sobre las normativas reguladoras: es la primera vez desde La Gran Depresión que a un banco de inversión –el caso de Goldman- se le ha permitido recibir subvenciones del Estado, al transformarse en un holding bancario. Al mismo tiempo, se dejaba que Lehman Brothers, el gran competidor de Goldman, se derrumbase sin plan de rescate.
La mano que mece la cuna
Goldman Sachs lleva aplicando su exitosa estratategia desde 1920, creando dos niveles de información dentro del sistema: la oligarquía financiera que conoce los números reales, y los millones de inversores medios que persiguen unos valores a unos precios a todo punto irracionales. Durante la burbuja de los noventa de las puntocom, Goldman contribuyó a inflar ficticiamente el valor de compañías basadas en una idea escrita en una servilleta. En la reciente burbuja inmobiliaria, Goldman fue protagonista a la hora de rebajar brutalmente los estándares para la concesión de hipotecas. Y en la actualidad, el otrora sólido mercado de los precios del petróleo se ha convertido en otra burbuja. Aquí ayudado por otros actores del sector de las materias primas, Goldman persuadió a los fondos de pensiones y a otros grandes inversores institucionales para invertir en futuros sobre el petróleo.
¿De qué se trata el mercado de futuros? En comprar de acuerdo a un precio determinado en una fecha fija. El movimiento ha transformado el petróleo de una mercancía física, rígidamente sujeta a las leyes de la oferta y la demanda, en un objeto sobre el que apostar, en una acción de bolsa. Siguiendo con los datos proporcionados por Taibbi (su blog), entre 2003 y 2008, la cantidad de dinero especulativo acumulado en el mercado de las materias primas aumentó de 13.000 millones de dólares a 317.000, un alza del 2.300 por ciento. En 2008, un barril de petróleo se comercializaba de media hasta 27 veces antes de que fuese efectivamente entregado y consumido.
La súper raza de los Goldamitas
La permeabilidad entre la industria privada y pública en Estados Unidos es conocida, pero la increíble quinta columna de Goldamitas que gobierna el sistema no tanto. Rolling Stone da cuenta de los nombres. Henry Paulson, secretario del Tesoro con la Administración Bush y arquitecto del plan de rescate (el TARP) al sector financiero por valor de 700.000 millones de dólares. Antes, Consejero Delegado (CEO) de Goldman Sachs. Robert Rubin, secretario del Tesoro con la Administración Clinton, responsable de muchas de las salvajes desregulaciones de los noventa (“Los mercados financieros están sobre-regulados, tienen que liberalizarse”, dijo a la revista Time). Antes, 26 años en Goldman Sachs. Ahora, Chairman de Citigroup, que recibió 30.000 millones de dólares de Paulson, perdón del TARP. John Thain, ex banquero de Goldman y ahora CEO de Merril Lynch, favorecido en miles de millones también por el TARP. Robert Steel, ex Goldamita a cargo del banco Wachovia, quien se remuneró junto a sus colegas ejecutivos un aguinaldo de 225 millones de dólares, mientras su entidad se autodestruía.
La lista de Goldmanitas sin fronteras es apabullante. Neel Kashkari, administrador de los fondos del TARP, Joshua Balton, el jefe de Gabinete de Bush durante el plan de rescate; Ed Liddy, al frente del gigante asegurador AIG durante la crisis, que traspasó 13.000 de los 85.000 millones recibidos del TARP a -¿quién si no?- Goldman Sachs; el director del Banco Mundial; el jefe de la Bolsa de Nueva York; los últimos dos responsables de la reserva federal de Nueva York, uno de ellos, Tymothy Geithner, ahora el secretario del Tesoro Obama y encargado de supervisar a Goldman...
El artículo de Rolling Stone finaliza anunciando que Goldman Sachs ya prepara la que podría ser su burbuja más audaz. La entidad explora con avidez las lagunas reguladoras que a buen seguro se van a crear en el área de los créditos de carbono, un mercado en plena fase de expansión, calculado en más de tres trillones de dólares. La aprobación de una ley el 11 de julio por la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos, ensalzada en todo el mundo como un paso histórico en la protección del medio ambiente, ha sentado las bases de una revolucionaria nueva burbuja. La ley establece la creación de un sistema conocido como "cap and trade", que fija límites máximos y de venta de derechos de emisión de dióxido de carbono entre empresas. Según Taibbi, el nuevo mercado de créditos de carbono es una virtual repetición del modelo de mercado-casino de materias primas en el que Goldman es un maestro, pero con una última jugada ganadora. Esta vez el aumento de los precios estará establecido por mandato del Gobierno. Goldman ni siquiera tendrá que falsear el juego. Las reglas estarán amañadas de antemano.
2 comentarios:
He disfrutado mucho (a pesar de la pasmosa realidad que trata) de tu post. Un ritmo e ironía que te caracteriza, vamos, que me ha encanta'o
Me encanta esta entrada, por lo que dices y por como lo cuentas. Tan clarito como el sol de la mañana. Que depredadores son estos tipos. Forrarse hasta morir para ser los más ricos del cementerio. Goldmanitas que soplan chicle hasta que la pompa les engulle y transforma en animales irracionales. Gran entrada, hermano, pues sirve para identificar a parte de los cabrones responsables de la desgracia de muchos. Buen azote en sus gordos culetes!
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