La lectura de los últimos números de dos de los medios más prestigiosos del panorama internacional, Time y The Economist, nos ha dejado un par de mensajes no demasiado encriptados en la botella: Occidente mira al resto del mundo con ojos muy blancos y hablando inglés, y China es mala, muuuuuuy mala... tiene más peligro que una piraña en un bidé.
El IV poder impreso atraviesa una crisis de variable intensidad desde la transformación de los hábitos sociales de los ciudadanos a raíz del empuje de las nuevas tecnologías, con Internet al mando de la revolución. Bajadas en el número de ejemplares vendidos, pérdida imparable de condiciones laborales de los periodistas, despidos -The New York Times recorta personal- y primacía de los intereses empresariales sobre los deontológicos (la toma de Rupert Murdoch del venerable Wall Street Journal es buen ejemplo de ello). Sin embargo, y hasta que la información on line diga lo contrario, los periódicos siguen marcando buena parte de la agenda informativa mundial, especialmente los anglosajones.
Un entrañable profesor –muy de derechas- de Redacción Periodística de la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid me inculcó desde las primeras cervezas en la universidad la imperiosa necesidad de leer, ver y escuchar diferentes voces y tendencias. Extender la oreja para oír siempre lo mismo que uno piensa es el camino más rápido para entrar en el clan de los Homo Dogmaticus. Así que, siempre que el bolsillo lo permite, es obligada la visita al quiosco en busca de las últimas novedades. Como uno tiene especial predilección por el papel impreso –ummm, leer, ensuciarse las manos, arrugar las páginas, doblar un ejemplar en el bolsillo, blandirlo en una noche de copas para rematar una frase…-, el pasado fin de semana, vuelo de placer a la mágica Praga de por medio, compré los últimos números de las revistas Time y The Economist, biblias respectivas del periodismo estadounidense y británico.
Resumiendo la lista Time… ¿Latinos? Seis (el magnate Carlos Slim, los políticos Evo Morales y Michelle Bachelet, la bloguera cubana Yoani Sánchez y… los deportistas Lorena Ochoa, una jugadora de golf, y el futbolista Kaká.. glups…). ¿Hindús? Tres (uno la Consejera Delegada de Pepsi, mitad gringa, otro la líder Sonia Gandhi, que vive en Italia…). ¿Asiáticos y de Oriente Medio? Una docena (aunque tres son los occidentalizados líderes de Dubai, Qatar y Arabia Saudí y otros dos el terrorista Baitullah Mesud y el casi terrorista Muqtada-Al Sadr). ¿Africanos? Tres (Mo Ibrahim, rey del teléfono móvil en África, Jacob Zuma, el futuro presidente polígamo de Suráfrica
Entonces, ¿qué va antes?, ¿el huevo o la gallina? Es decir, ¿Time monopoliza su lista con el dibujo de las barras y estrellas porque esto es lo que hay o porque perpetua una imagen maniquea del mundo y un anglo centrismo rampante? Las dudas quizá se disipan al recurrir al elegido para abrir a doble página el prolífico reportaje, nada más y nada menos que el Dalai Lama, recuperada estrella mediática tras las protestas en Tibet contra China. La elección de este supuesto pacifista –los tibetanos arramplaron contra todo y contra todos en su reciente oleada de manifestaciones- y su panegírico retrato –escrito por Deepak Chopra, que va por la cincuentena de libros de autoayuda- es evidente que jamás se hubiese producido sin la cercanía de los Juegos Olímpicos en China, y las televisadas protestas callejeras contra el recorrido de la antorcha olímpica.
El semanario critica la dictadura (lo de sus amigos de Arabia Saudí debe de ser democracia participativa), la corrupción gubernamental en todas las provincias (cosa que NO existe en Occidente…), el caos medioambiental y la polución que asfixia al país (joder, ahora estos chinos consumen mucho petróleo…) y la forma en la que la cúpula comunista utiliza el nacionalismo para mantenerse en el poder (lo cierto es que Estados Unidos NO hace uso del nacionalismo ni del concepto de nación elegida para llevar la democracia al resto de mortales). Uno de los artículos termina reclamando el derecho del mundo occidental a meterse en los asuntos internos de China porque su estabilidad influye al mundo entero.
Y, como no, reclama que el Gobierno controle las manifestaciones contra los intereses europeos a raíz de los ataques a la antorcha olímpica en su camino por París y Londres: está bien hacer el cafre contra los chinos y apadrinar iniciativas de boicot a sus productos, pero ellos no pueden reunirse en frente de un Carrefour a mentar a la madre de Napoleón. Viva la doble moral anglosajona.
The Economist y sus artículos sobre China del último número
2 comentarios:
Excelente, qué buen sabor de boca me dejó la lectura detu artículo, a pesar de lo agrio de su contenido... quería leer más.
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