domingo, 19 de abril de 2009

Viaje en ferrocarril, si quiere soñar


Buster Keaton conducía de forma maestra La General en plena guerra civil americana, los hermanos Marx alimentaban una locomotora con la madera de los vagones y a Marilyn Monroe un silbido de vapor le acariciaba sus sinuosas formas, recién llegada al andén. Desde la celebérrimas primeras imágenes de los hermanos Lumiere, el tren, que vivió su época dorada con el western, ha sido protagonista privilegiado del cine. Éste es un humilde homenaje al imbatible ferrocarril, el medio de transporte recomendado por las autoridades del séptimo arte para soñar, enamorarse o planear un crimen.

Una gélida noche de diciembre de 1895, poco más de 30 parisinos fueron testigos de la presentación de un nuevo artefacto mecánico: el Cinematógrafo Lumière, capaz de reproducir el movimiento natural en una pantalla. En el sótano del Grand Café del Boulevard des Capucines se celebró la primera función de cine de la historia y la primera aparición de un tren en la gran pantalla. El filme fundacional: La llegada del tren. Una locomotora del siglo XIX que llegaba a la estación de Ciotat, mientras los espectadores gritaban asustados, convencidos de que aquella máquina se abalanzaba impetuosamente sobre ellos. Ocho años después, Edwin S. Porter avanzó algunas de las bases del lenguaje cinematográfico (los tres actos, la utilización por vez primera del primer plano, el clímax retardado) con el corto El gran robo del tren (1905), una vibrante persecución con el ferrocarril como escenario.

El clasicismo sube al vagón

Comenzando por El caballo de hierro (John Ford, 1925), pasando por El tren de las 3.10 (Delmert Davis, 1957) hasta llegar al vagón del pérfido barón del ferrocarril de Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1967), el género del Oeste no se puede entender sin la locomotora entrando con fuerza en el plano, metáfora de la vertiginosa colonización del país y del espíritu indómito del colono americano. John Ford recurrió a menudo a la plasticidad del ferrocarril, pero quizá ninguna escena tan icónica como la bajada del tren en Innisfree de John Wayne; El hombre tranquilo (1952) que retorna a sus orígenes para no abandonarlos nunca más.


Entre los viajes al corazón del romanticismo, Breve encuentro (David Lean, 1945) nos enseñó que el amor se puede encontrar en la pequeña sala de espera de una estación, pero que el sueño de otra vida acaba esfumándose al partir el último tren de la jornada, mientras que la volcánica pasión de la Estación Termini (Vittorio de Sica, 1953) tampoco resistió el viaje de vuelta. El poderoso lirismo de David Lean encajó con los vapores de las viejas máquinas de principios de siglo como un puzle de dos piezas. Su travelling arrebatador en Doctor Zhivago (1965) lo repetiría décadas después Warren Beaty para la hermosa escena de Rojos (1981), junto a Diane Keaton. Y si se mira al territorio del suspense, más allá del crimen múltiple de Asesinato en el Orient Express (Sidney Lumet, 1974), surge el espléndido intercambio de asesinatos, al amparo del anonimato de un vagón cualquiera, en la formidable Extraños en un tren (Alfred Hitchcock, 1951).


Ya en la década de los sesenta, dos obras radicalmente diferentes, pero que comparten el protagonismo del ferrocarril, volvieron a echar leña a la caldera. El heroísmo taciturno de Burt Lancaster, saboteando por todos los medios la salida de las obras maestras pictóricas de París en El tren (John Frankenheimer, 1964), nos hizo emocionarnos con la Resistencia francesa, cuyas gestas ha amplificado el cine hasta el infinito. Virando hacia el registro cómico, Trenes rigurosamente vigilados (Jiri Menzel, 1966) saltó por encima de la censura soviética para dibujar la sinrazón de la guerra fría y hacer un canto a la libertad individual y a la sensualidad, frente al anquilosado pensamiento único del telón de acero. Una comicidad que emparenta el filme con la joya más reciente que ha cruzado las vías del ferrocarril, la estupenda Viaje a Darjeeling (Wes Anderson, 2007), donde los tres hermanos más disfuncionales de la historia del cine indie aprenden a aceptar sus rarezas a bordo de un destartalado tren, que transita en busca del sentido místico de la existencia en su recorrido por India.

Próxima estación: Asia

Wong Kar Wai, “el cineasta más romántico del mundo”, como le definió la revista Time, es, quizá, el director contemporáneo que más ha utilizado el tren. Desde el viejo convoy que cruzaba la exuberante selva filipina en Días salvajes (1991), pasando por el cercanías que circula al lado de la casa del protagonista de Ángeles caídos (1995) hasta llegar a la moderna máquina que atraviesa la frenética noche hongkonesa en Happy Together (1997). Pero todos ellos palidecen ante el vanguardista tren digital, diseñado con la tecnología CGI, que aparece en 2046 (2004). ¿Su rumbo?, un Shangri-La donde los heridos por el amor van a buscar sus recuerdos perdidos, una felicidad que resbaló de sus dedos por el egoísmo del pasado. En esos vagones habita la soledad y el protagonista ve su vida pasar a través de los grandes ventanales. Una incomunicación que también está presente en los futuristas vagones de Gattaca (Andrew Niccol, 1997), espacios estilizados y de tonos blancos que buscan la calma y el aislamiento del individuo.

En la saga de Harry Potter, el tren también posee la capacidad de transportar al pasajero a una dimensión mágica. Así, el pequeño Harry llega siempre a su cita anual en la escuela Hogwarts a bordo del expreso del mismo nombre, que sale del famoso andén 9 de la estación de King Cross. Y en Polar Express (Robert Zemeckis, 2004), la locomotora digital manejada por un Tom Hanks pixelado conduce al niño protagonista por tierra y aire a la casa de Santa Claus, ubicada en el Polo Norte.

Antes de arrasar en todo el mundo como El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008), el hombre murciélago rescató su popularidad a la baja en Batman begins (Christopher Nolan, 2005), precuela del personaje, en la que aparece un innovador tren ecológico de energía renovable y recorrido por unos raíles aéros que embellecen el skyline de Gothan City. Construido por el asesinado padre de Batman, y con la parada final en el edificio Wayne, corazón de la ciudad, el tren juega un papel metafórico de la defensa de la justicia frente a la corrupción política y el poder desmedido, fuerzas que quieren acabar con este medio de transporte del pueblo. No es casualidad que, en uno de esos vagones, el hombre murciélago dirime la batalla decisiva para salvaguardar la obra de su progenitor.

Locomotoras de la ciencia ficción

En otras ocasiones, el ferrocarril es un vehículo de las tendencias más atrevidas y símbolo de un imparable desarrollo técnico que imaginan sus autores. Así ocurre con las espectaculares máquinas que aparecen en Inteligencia artificial (Steven Spielberg, 2001), Yo, robot (Alex Proyas, 2004) o Resident Evil (Paul WS Anderson, 2002), todas ellas historias que transcurren en un hipotético futuro donde los trenes son cómodos, velocísimos y estéticamente fascinantes. El tren también aparece asociado con la velocidad vertiginosa en La isla (Michael Bay, 2005), en la forma de una máquina sin ruedas, que primero levita y luego arranca como una centella gracias a su sistema magnético, ideal para que Ewan McGregor y Scarlett Johansson escapen de los malvados.

Igual de impactante es la máquina futurista de Fantasmas de Marte (John Carpenter, 2001), en la que un grupo de policías traslada a un peligroso criminal, o el prototipo Talgo XXI, que aparece en distintas representaciones infográficas en la española Fausto 5.0 (Isidro Ortiz y Alex Ollé, 2001). Más rocambolesco es el modelo que utiliza el doctor Loveless (Kenneth Branagh) en Wild wild west (Barry Sonnenfeld, 1999), un lustroso y versátil híbrido anti balas y con formato de tanque.


En sendas obras de referencia de la ciencia ficción, el tren también vertebra parte de la narración como bien ciudadano. En el clásico Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966), basado en la novela de Ray Bradbury, Oscar Werner y Julie Christie, la pareja protagonista, se conoce y empieza a enamorarse en un prototipo experimental (construido cerca de Chateauneuf-sur-Loire, en Francia), un creativo monorraíl cuyas vías están en el techo, y al que se accede por un escalera similar a la del avión, pero en miniatura. Mientras, en La fuga de Logan (Michael Anderson, 1976), protagonizada por un Michael York que, debido a las leyes de la sociedad, debe morir al cumplir 30 años, los vagones son extremadamente alargados y circulan dentro de unos tubos de cristal que conectan los edificios. Y como cierre más contemporáneo, en Desafío Total (Paul Verhoeven, 1990), basada en un relato de Philip K. Dick, el futurista ferrocarril interconecta la ciudad burbuja, de la que nadie puede salir por el supuesto aire contaminado exterior.

1 comentario:

Claudia Hernández dijo...

Como siempre, es una gozada leerte, gracias por este maravilloso viaje en tren, hacia tales referentes del cine.