viernes, 10 de abril de 2009

Crónicas de Valdillo (II)

Creo que deberían colocar un cartel en el exterior de algunos taxis: “Adentrarse en este vehículo puede perjudicar seriamente su salud mental”. El taxista madrileño, mas conocido como “pelas”, es un ser en vías de extinción. Puede parecer que su función es la de trasladar a urbanitas, pero nada mas lejos de la realidad. Su verdadero propósito es el de adoctrinar a la sociedad madrileña, que aborregada por los humos de las fabricas del extrarradio y el grupo PRISA, no se percata de la llegada del maligno y de sus acólitos. Al llamar a un taxi, al elevar tímidamente el brazo, lo que se produce es un reclamo. Nos convertimos en la indefensa liebre, que ajena al halcón que observa desde las alturas, mueve tranquila sus orejitas mientras mordisquea un brote de lechuga. No entren en un taxi sin tener en cuenta este símil (repítanlo mentalmente implementando la voz como Félix Rodríguez de la Fuente). Este depredador, por lo general, sigue unas pautas de comportamiento claras y sencillas. El problema es que, una vez dentro del automóvil y tras pulsar el cierre centralizado, las vías de escape son prácticamente nulas. Intentemos adentrarnos en la intrincada mente del homo conservator taxista. Lo primero que debemos indagar, sin dirigirnos nunca al sujeto, es la cadena de radio que tiene sintonizada. Este dato es vital. Si nos encontramos con la Cope o especialmente con Radio íntereconomía, preparémonos para adentrarnos en lo oculto, un viaje psiconservatropico de dimensiones épicas. Debemos no mostrarnos nerviosos porque sus hipotálamos detectan los cambios de ritmo cardiaco y temperatura del pasajero. Obviamente no nos comunicaremos mas allá de lo estrictamente necesario: “Buenos días, calle Antonio López a la altura del hotel Praga.” La fiera observará durante los primeros minutos a través del retrovisor, escudriñando la tendencia de la victima y esperando el momento adecuado para la carnicería. El detonante será algún titular político espetado por el locutor de turno, que dará pie al homo conservator taxista, para comenzar el ritual hipnótico-fascista. Ante sus primeras frases no perdamos la calma: “¿Usted no cree que este hombre nos lleva a la ruina?” (aquí se refiere a Satanás, alias Zapatero) o “Esto ya no es lo que era, antes se vivía mejor”. El que pretenda el dialogo que prepare un tranquimazin o absenta. Cada respuesta nuestra, sobre todo si pretende quitar hierro al tema, se convertirá en la leña del fuego dialéctico. No planteo la opción del enfrentamiento directo y seco. No conozco aun a nadie que se declarase en contra de las opiniones de un taxista madrileño. De haberse producido, el ocupante debe acabar en algún vertedero de pasajeros progresociocomunistas. La respuesta monosilábica funciona en contadas ocasiones pero es un buen recurso. Simular que se habla por el móvil también puede ser útil. Haciendo memoria recuerdo a uno de ellos que me afirmo, tras unos minutos de monólogo y alguna frase aséptica por mi parte, que:

- “Zapatero es el mayor comunista de la historia tras Stalin, es peor que el asesino de Carrillo, ¿por qué usted sabrá que Carrillo era un asesino? Por eso Zapatero le vende nuestras empresas energéticas a los rusos, por que es comunista”.
- “Bueno pero eso es algo exagerado, eso es el mercado. Además estamos en una democracia y la gente le votó, ¿no?”- Le respondí.
- “Es que les tienen engañados, más democracia había con Franco. Ahora solo hay maricones y moros. Menuda libertad. Además, le digo yo que estos de Zapatero van a empezar a quemar conventos e iglesias en los próximos meses. Acuérdese de lo que le digo”.

Tras este diálogo surrealista y sopesar la posibilidad de estar en un programa de cámara oculta, o bajo los efectos de alguna droga experimental, me rebelé. Sí, me rebelé hasta un punto, que el depredador pensó que iba a ser golpeado. Tras gritarle que se callara, le dejé claro que estaba en las antípodas de su ideología, que ese era un servicio público y que no se volviera a dirigir a mí, que después de oír su mierda me iba a costar mucho pagarle. Me devolvió el cambio algo tembloroso. Me enervó los nervios a base de bien. Desde un punto de vista antropológico estos taxistas funcionan como transmisores del virus malahostia, común entre los conductores y amargados occidentales. Ante este panorama prefiero a Robert de Niro puesto hasta arriba de anfetas en taxi driver gritándome: “mE diCes a Mí!, TE refIerEs a mÍ!? Quedan advertidos. Andan sueltos y tienen licencia.

4 comentarios:

Claudia Hernández dijo...

Ah, me he divertido un montón con esta crónica, que a decir verdad, vuestro blog la pedía a gritos...

mapachito violento dijo...

Estamos de acuerdo. Yo llevo años con un estudio en profundidad sobre el síndrome del taxímetro a nivel internacional. Cumplen una serie de requisitos comunes que asusta, aunque las variantes son curiosas. El madrileño al menos sigue con el trayecto aunque discuta. En Argentina, un comentario futbolístico de mi acompañante produjo un frenazo en plena avenida que casi vemos a Evita en persona. Seguiremos investigando. Genial crónica de Valdillo, como siempre, mi querido bobolongo.

Álvaro dijo...

Me he divertido como un enano compartiendo tu recorrido en taxi por los madriles. Certera observación de la fauna pesetil española. Es bien cierto eso de que esperan como halcones agazapados, mirando por el retrovisor unos minutos, hasta que empiezan su verborrea disparatada. ¿Qué van a hacer ahora sin el talibán de Losantos? ¡¡Gran crónica urbana, Bobolongo Mayor!!

Anónimo dijo...

Querido amigo bobolongo, creo que hay “quórum”, el homo conservador taxista, tan estupendamente retratado, es un espécimen digno de estudio, que todos, al menos yo, hemos sufrido con impropia resignación y con peligrosas secuelas posteriores tipo “soy gilipollas, ¿por qué tendré que estar aguantando esto?".

Menos mal que también existe el “homo normalis taxista” e incluso el “homo encantadoris taxista”… que de todo hay, afortunadamente.

Bueno, lo dicho, genial crónica con la que he disfrutado de lo lindo. Gracias amigo.