Todos vosotros tenéis miedo, miedo del jefe. Pintada en las calles de Múnich.
A lo único que tenemos que temer es al miedo por sí mismo. Franklin D. Roosevelt, presidente de EEUU de 1933 a 1945.
Porque, ¿quién sería ese jefe en la mente del autor de la pintada? La verdad es que podría adoptar varias formas. Aquel que tiene el poder, aquel en la cúspide de la pirámide jerárquica, bien el jefe de un departamento de una reputada empresa o bien el portero borde de un club de música lamentable, al que siguen aspirando a entrar rechazados impenitentes. La sumisión con los que tienen el poder y la tiranía con los que están por debajo de nosotros es uno de los tics mezquinos que uno tiene que estar constantemente vigilando.
¿Y cuál es ese miedo? Es el miedo a perder el trabajo, a quedarse en una calle que está muy fría, como recuerdan esos jefes demasiado a menudo. Con 24 años se es muy joven y hay que aprender a tragar, recuerda el entorno familiar de la víctima con principio de pánico. Ya se progresará y se cobrará un poquito más, es la agonizante letanía… Con 28 años, por fin llega la hermosa recompensa: quizá un contrato indefinido, quizá una subida de 200 euros, quizá el esponjoso sonido de un cargo que en realidad significa más curro y mayor pleitesía a la autoridad corporativa vigente… Después llega la treintena larga y, claro, aquí ya no se mueve nadie de la foto. Una hipoteca que se extenderá hasta la-jubilación (los muchos), unos hijos (los pocos), una presión social (casi todos) y un atrincheramiento en los beneficios adquiridos como pequeño burgués: pisito-terruño, coche, garaje, super tele LCD, nevera para alimentar a dos familias juntas, mini bodeguita de vino, vídeo-consolas y hasta pizzas a domicilio los días de partido. Del trabajo a la casa, de la tele a la cama y de la casa al trabajo, y tiro porque me toca.
A partir de ahí el miedo se va inoculando sin remedio: el miedo a moverte de la silla antes que el jefe o que tu compañero se vaya, el miedo a disentir de las mayorías, el miedo a militar, el miedo a acercarse a los del comité de empresa que tanto se aprovechan, el miedo a la estridencia en una opinion política, el miedo a no ser nombrado jefe de sección, supervisor, asistente de algo o responsable del carrillo de los helados… El miedo a ergo no ser considerado un triunfador, el miedo a ganar menos que tus amigos, el miedo a que te empiecen a ver viejo, el miedo a los jóvenes que llegan arrogantes al trabajo, reivindicando a los pocos meses el lugar que les corresponde por el derecho natural del darwinismo laboral… El miedo a engordar, el miedo a arrugarse, el miedo a palmar e incluso el miedo a bajarse de este tren habiendo ofendido a ese gran y único Dios.
Los medios de manipulación masivos son el mamporrero principal de esta función del pánico. Azuzan el temor colectivo en aras del manteniemiento del status quo y del control social de la ciudadanía, en alianza desde hace siglos con las grandes religiones monoteístas. Con la adecuada dosis de machacona repetición, los medios mainstream pueden transformar el miedo en pavor (el temor a un peligro irreal) y éste en terror, el miedo en su grado más intenso, según dicta la Academia de la Lengua (la omisión de Real no es gratuita). De hecho, la palabra terror y el vocablo terrorismo se conjugan con una asiduidad enfermiza. Terroristas, insurgentes, radicales por doquier, aviones en peligro, crisis apocalípticas, insostenibilidad del estado del bienestar, envejecimiento de la población, amenaza de las potencias emergentes, invasion de inmigrantes vampiros que nos roban el trabajo y llamamientos a la cordura ciudadana para aceptar las necesarias reformas que garanticen nuestro futuro.
4 comentarios:
Bueno, a pesar del tema, he disfrutrado muchísimo esta entrada. Está bien un poco detenerse y revisar esos miedos...
La cosa es que son el abono ideal para que nos quedemos paralizados ante las "reformas" que es como llaman ahora a la desmejora o a veces pérdida de los beneficios sociales.
Hanbrá que espabilar y perder el miedo.
Muy lúcido, como siempre.
Gran entrada hermano. La gente ya empieza incluso a tener miedo al miedo de pasar mas miedo que el miedo que ya pasan. El empresario grande, mediano o pequeño, huele y mide el miedo de su empleado y sabe que la plusvalía que obtiene crecerá de manera proporcional. Y mientras los generadores del miedo calientan motores para realizar nuevos ataques contra los temblorosos a y aprensivos ciudadanos. Un virus imaginario por aquí, un posible atentado por allá, y bájese los pantalones que es por su seguridad. Toda sociedad que este dispuesta a ceder parte de sus derechos para ganar seguridad, no se merece ni una cosa ni otra, y esta condenada a perder ambas. Me encanto la entrada y como dirían mis admirados Rage against the manchine, WAKE UP!!!
Me ha gustado mucho el tema del post y cómo lo has tratado. Estamos rodeados e imbuidos en miedo, es cierto. Sobre todo, observo muchísimo miedo al fracaso. Esta sociedad en la que nos movemos, ha dibujado una suerte de vida perfecta a lo Barbie&Ken. de color de rosa e inodora, y mucha gente aspira sólo y únicamente a ese ideal prefabricado de Mattel, así que viven con el miedo de no llegar, de fracasar en ese camino absurdo que se han marcado.
Bitte, más artículos así!
Gracias por los comentarios. Me pincharé Wake Up esta semana en tu honor, David, y Delikat, me gusta eso que dices de la sociedad perfecta que nos han pintado, y del golpetazo que se pega la gente si ve que no llega, atenazados por ese miedo. Prometemos (con los dedos cruzados ;-) una regularidad de entradas un poquito más constante de entradas.
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