jueves, 3 de junio de 2010

El Ente

En los años noventa, Johan Cruyff popularizó a su paso por el banquillo del Barcelona el término “entorno”. El holandés volador utilizaba ese sustantivo para definir toda la energía negativa y el derrotismo que solía rodear al Barça en aquellos tiempos, empequeñecido ante la superioridad del momento del Real Madrid. Cuando el equipo perdía, el entorno –y el aficionado podía pensar que Cruyff se refería a los periodistas, los árbitros, los directivos, el presidente o al pesimismo de los propios seguidores– tenía la culpa. El genial entrenador creaba así un Ente intangible que condicionaba el devenir del Barça, una fuerza casi sobrenatural que llevaba décadas impidiendo al club cumplir sus sueños deportivos. Si su ciclo deportivo no tenía éxito, el entorno, al igual que en los anteriores cien años de historia del club, prevalecería. Y cuando Cruyff rompió el maleficio, entrelazando la racha triunfal de ligas, razonó henchido que él había sido el primero en domeñar a ese "entorno" paranormal.

Dejando el terreno de fútbol y volando hacia las áridas montañas de Afganistán, allí se forjó hace unos años otra figura que ha adquirido dimensiones de demiurgo omnipresente. Osama Bin Laden-Al Qaeda-terrorismo islámico, tanto monta, monta tanto, representan, desde hace tiempo, el “entorno” amenazante de los gobiernos del orbe neoliberal occidental. No se sabe muy bien si están, si existen en cuerpo y alma, pero su presencia etérea es casi palpable. La alargada mano de Al Qaeda mece la cuna del terrorismo internacional, no importa lugar, continente, huso horario o grado de probabilidad. Los Predator no tripulados del Ejército estadounidense matan y matan lugartenientes y números dos, tres y siete de Al Qaeda, pero el cabronazo barbudo, otrora aliado de la CIA, se les resiste. Mientras tanto, su huella sigue apareciendo en los actos terrorista más atroces e inimaginables, como se encargan de recordarnos a diario los medios masivos de manipulación.

Es un pájaro, es un avión, no... ¡es el mercado!

Hoy, 2010, a sólo dos supuestos años del fin del mundo según el calendario maya, otro Ente ha tomado el centro del escenario. Siempre ha estado con nosotros, ha sido nombrado con asiduidad en las últimas décadas, pero es ahora cuando su poder se ha transformado en omnímodo. Son los mercados. Sí, los mercados que desconfían de tal o cual gobierno, los mercados que presionan para tal o cual reforma (eufemismo que en la actualidad equivale a destrucción de derechos ganados durante décadas), los mercados que corren en pánico cuando una ley no se aprueba y acuchillan el valor de la deuda pública de un país, los mercados que piden serenidad, los mercados que, de repente, aseguran que un país está en bancarrota, los mercados que apuestan a la bajada futura de un valor, los mercados que juegan como niños con los productos derivados, los mercados que especulan y especulan y especulan, los mercados que explotan burbujas y deciden derribar la economía mundial cada cierto tiempo para poder acceder de nuevo a beneficios descomunales…

Los mercados son sabios. En telediarios, informaciones de los diarios, conferencias de prensa, debates radiofónicos o charlas de bar, los mercados salen a relucir. Hay que tenerles contentos, hay que apaciguarlos, hay que escucharlos. Ellos saben mejor que nadie. En realidad, el ciudadano desconoce el nombre y apellido exacto de los mercados, pero se hace una idea. Son un conglomerado de organismos financieros transformados en Ente sociológico. Son la familia vecina de la puerta de al lado, que nos aconseja con la mano sobre el hombre. Si no es el primo Standard and Poors, quien rebaja por nuestro bien la calificación crediticia de nuestro presupuesto familiar, es el guasón tio Goldman Sachs, que nos recomienda invertir en ese productito tan bonito con la garantía triple A. Y si no quien aparece por casa es el entrañable abuelo FMI, que con recta moralidad nos conmina a reformar la vivienda, tirando abajo la pared del salón y utilizando el balcón como cama caliente para albergar inmigrantes sin hogar.

Palabras más, palabras menos

Con la tiranía de la información descontextualizada, auspiciada por un periodismo arrodillado a los intereses corporativos, como se describe en el clarividente libro de Pascual Serrano, Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo –al que dedicaremos una entrada posterior–, la alienación ha llegado a los niveles máximos. El colapso financiero griego, el riesgo de contagio –otra vez, el lenguaje sibilino– a España y Portugal, la ciudadanía enrabietada, la prensa mandando cupones para pedir la cabeza del presidente de turno, el descrédito continuo de la profesión política… La envidia crece, se señala a los que ganan más, se apoya a la patronal en sus luchas con los sindicatos, el pueblo asume que hay que hacer un esfuerzo, porque “se ha vivido por encima de las posibilidades” (¿quién?, ¿el mileurista?). Y los dogmas de fé se repiten con la gravedad de un réquiem: rebajar los costes laborales (ergo bajar los sueldos), reformar el sistema laboral (ergo abaratar el despido y reducir el subsidio de desempleo), reducir el déficit público (ergo meter una tijera brutal en los servicios públicos y privatizar lo poco que quede sin privatizar), reducir impuestos para incentivar el consumo (ergo que los ricos paguen aún menos y renunciar a combatir el fraude fiscal).

Las mayorías inducidas parecen comulgar con la receta de los mercados. Hay muchos culpables, pero ningún medio presta más de un minuto de atención a la raíz del sovacón: los recursos movilizados para hacer frente a la crisis financiera superan el 25% del PIB en los países desarrollados, según se desprende de informes (confidenciales, por supuesto) elaborados por el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea. Es decir, los déficits públicos de dos dígitos son consecuencia de la reflotación de la gran banca internacional gracias al dinero estatal. Aun así, los mercados continúan hablando y paternalizando, los gobiernos callando y tragando, y los ciudadanos gritando, tras la pista de la calabaza de humo que les muestran los poderes financieros de toda la vida. Todos acongojados por no perder su currito, su preciada hipoteca de 70 toneladas de peso, con la aprensión mañanera de agarrar el periódico, rezando para que en la portada no figure una nueva nota que rebaje la credibilidad del país en el que le ha tocado vivir. Los mercados están tristes, ¿qué le pasará a los mercados?

2 comentarios:

Claudia Hernández dijo...

Excelente post, la verdad que en estos tiempos hay que desarrollar la agudeza tanto como se pueda, sino, viviremos engañados...
La verdad es que contamos las veces en las que, en un noticiero, aparecía la palabra "mercado" y parecía que era lo único que a las "noticias" parecía importarle-- Nunca hablaron de "gente" o "personas" por ejemplo.

David dijo...

Esta claro que enfrentarse o criticar a un ente abstracto, llegado un punto, elimina la capacidad de argumentación. Parece que hablan de algo que existe desde el amanecer de los tiempos, parece que fue el monolito de Kubrick el que dejo sobre la faz de la tierra la idea de EL MERCADO. Todo en este mundo financiero parece desprovisto de un rostro identificable. Por ese motivo no se avergüenzan cuando hablan de reinventarse. Ahora dicen que los culpables de los descalabros de las bolsas son los especuladores. ¿Acaso la bolsa no es básicamente un centro comercial de especuladores?¿Acaso su objetivo prioritario no es dejar hoy diez, para recoger mañana 100, habiéndome rascado la barriga en ese periodo de tiempo? Lo del lenguaje sibilino me ha encantado, riesgo de contagio, un riesgo similar a la ya olvidada pandemia apocalíptica de la gripe A. Como es habitual en ti, gran entrada. Fuerza, honor y Slits exist!!!