miércoles, 13 de enero de 2010

Un profeta de los nuevos tiempos



El cine europeo vive y crece. Tras la sobresaliente La cinta blanca - Una historia alemana de niños (Michael Haneke), que recientemente resaltaba nuestro blog pana La inquieta mirada, dentro de unas semanas aterrizará en España Un profeta. Ambos filmes se llevaron los máximos galardones del pasado Festival de Cannes y gran parte de la crítica ha coincidio en señalarlos como las mejores películas de 2009, una opinión a la que este ágora se suma.

Un profeta es una película de género que no es de género, un filme no político que es político y un retrato del personaje protagónico tan alejado de los códigos como certero a la hora de alcanzar el objetivo predicado en la narración clásica: la completa identificación del espectador con el (supuesto) héroe. El filme cuenta el ascenso en el universo criminal de Malik, un chaval árabe de 19 años que llega a la cárcel como víctima propiciatoria y termina por encumbrarse como respetado líder criminal. A priori, las herramientas canónicas del género para construir el enésimo retrato de ascenso y caída en el reino del hampa, pero nada más lejos de la realidad.

Al igual que en su anterir película, De latir mi corazón se ha parado, Jacques Audiard ofrece un aparante drama criminal al uso, bajo el cual se esconde un adictivo estudio psicológico del protagonista. Malik, interpretado por el desconocido y magnético Tahar Rahim, entra en la cárcel como una suerte de lienzo en blanco, que va modelando su identidad y sus motivaciones, al ritmo que las circunstancias le imponen, guiado por un instinto de supervivencia clarividente.


Subversión de los códigos

En Un profeta apenas hay rastro de los arquetipos del cine carcelario, establecidos por Hollywood en el imaginario colectivo desde hace décadas. Si en esa versión actualizada de Brubaker que es Celda 211 los estereotipos engrasaban la narración –el inocente atrapado en el sistema, la denuncia del mismo como solución fallida para la rehabilitación social, el todopoderoso cabecilla de los reos y sus mezquinos secuaces, la figura del traidor–, Jacques Audiard los transgrede e ignora para dar forma a un relato original, electrizante y, paradojicamente, clasicista. Agarra con fuerza las raíces del realismo y se eleva durante el desarrollo de la trama ficcionada. "El cine es abstracto, no definitivo. El cine es un sueño“, ha señalado el autor francés.

En la prisión de Audiard no hay músculo ni testosterona, ni guardias sádicos, ni jueces corruptos ni una justicación del crimen porque la sociedad me hizo así. No sabemos por qué han condenado a Malik a seis años de prisión, y ni siquiera importa. La película no va de eso. Apenas se aportan dos líneas de guión sobre la procedencia de un centro juvenil del protagonista. Es un inmigrante jodido, con eso basta

Para añadir otro grado de subvesión a su película, el sutil director francés concentra su mirada en dos minorías sociales: los corsos y los musulmanes. En el micronuniverso carcelario, los primeros son los dominadores y los segundos, los dominados. Otra vez, munición que podría servir para una pretenciosa metáfora de la opresión de ambos grupos, y que en manos de Audiard se transforma en cine puro, en las Antípodas del panfleto. La citada jerarquía de poderes se dará la vuelta con el auge de Malik, que trae consigo la caída del capo corso Luciani (un enorme Niels Arestrup). Es ésta también una espléndida trama paralela que reflexiona sobre los brutales mecanismos del actual relevo generacional, el darwinismo social de un neoliberalismo que impregna todos los ámbitos de la sociedad.


El protagonista multicromático

Por otra parte, no se menciona en toda la narración el barniz independentista que supuestamente debería caracterizar a los prisioneros corsos. Éstos aparecen pues como un pragmático grupo mafioso, enfrascado en mantener el poder de su red de casinos e ingresos por el tráfico de drogas, pero rumbo a la destrucción por la avaricia individual. En el otro lado, los musulmanes, cohesionados por su fe religiosa, pero torpes y cobardes, incapaces de ver más allá de su quíntuple rezo diario. Y Malik, entre ambos mundos. Un moro para los corsos, y un renegado a ojos de los musulmanes. Un pobre desgraciado más inteligente que todos. Un analfabeto trilingüe (francés, árabe, corso). Un árabe y comedor de cerdo; asesino de un hombre que le tiende la mano y, por momentos, muchacho angelical; calculador y oportunista; racional, pragmático y aplicado, también soñador y conversador con muertos; severo la mayor parte del tiempo, irónico con la gravedad del fundamentalismo religioso o existencial; leal con el débil, maquiavélico con los falsos compañeros.

Un retrato apasionadamente complejo que se va formando como brochazos al suelo de Jackson Pollock. La cárcel como mejor escuela para seguir trapicheando en la calle, la cárcel como inspiración, como campo de batalla para encontrar el destino vital de un hombre. El árabe que triunfa, el crimen que paga. Carcajada a los mandamientos del cine mainstream. Todo ello bajo una hermosa dirección de Jacques Audiard, que combina la estilización con el lenguaje cercano al realismo documental, la (breve) violencia seca y casi asfixiante con el intimismo de las ensoñaciones de Malik, trazadas con elementos oníricos y fantásticos que ayudan a forjar el crecimiento interior del personaje.

No es casualidad que, en el tramo final, Malik se entronice definitivamente como nuevo hombre fuerte de la prisión tras pasar 40 días y 40 noches encerrado en una celda de castigo. Como los 40 días y 40 noches que pasó Jesús en el desierto o los 40 años de Mahoma cuando tuvo su primera revelación en la montaña. Otra brillante ironía del filme. El profeta de los nuevos tiempos; no el más bueno, no el más malo, sino el tipo más listo que la mayoría, aquel que sabe aprovechar su momento y circunstancia. Un superdotado para el comercio, adorado por su capacidad para generar riqueza a su alrededor. Discípulo aventajado del capitalismo criminal. Malik, como profeta sin culpa. ¿Y el castigo moral? Bueno, dejémoselo a Scorsese.

2 comentarios:

Claudia Hernández dijo...

Ah, qué buena tu vuelta, te echábamos de menos.
Tus comentarios iluminan deliciosamente la lectura de este gran filme, me ha encantado tu mirada aguda sobre esta increíble historia.

Anónimo dijo...

¡Bienvenidos de vuelta, Bobolongos!