No es un pájaro… no es un avión… es… Ohh, Dios mío, ¡¡¡es Bern Bernanke!!! El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos es el hombre que ha salvado a la Humanidad de la hecatombe económica. El sabio entre los sabios que ha evitado que la llamada “Gran Recesión” se transformase en la II Gran Depresión. Éste es al menos el veredicto de la revista Time, que ha nombrado a Bernanke Persona del Año por su decisiva actuación en los meses posteriores a la implosión del sistema financiero. Es como elegir a Caín presidente de la Hermandad de Hermanos del mundo, a Harry Truman Comisionado para el desarme nuclear o a George W. Bush catedrático emérito de la Academia de las Ciencias estadonidense.
La elección de Persona del Año (hasta hace bien poco, Hombre del Año) es una venerable tradición en los medios de comunicación cuyo impactó mediático es universal. De hecho, es una de las últimas herramientas periodísticos que aún goza de prestigio en la opinión pública estadounidense. Desde que el pionero aviador y filonazi Charles Lindbergh inaugurase esta categoría en 1927 –Time no había dedicado su portada a Lindbergh cuando cruzó a vuelo el Atlántico y quería enmendar su error–, por la portada de la revista han pasado Gandhi, Hitler –el único número donde el escogido no apareció en la portada–, Stalin –dos veces–, Churchill, Roosvelt –en tres ocasiones–, Adenauer, Martin Luther King, los baby boomers, los astronautas del Apolo XI, Khomeini, Lech Walesa, Gorbachev, Juan Pablo II, la generación de las redes sociales, Obama… “La foto que más he autografiado en mi vida es en la que aparezco en la portada del Time como Persona del Año”, dice en las páginas de la revista Rudy Giuliani, el alcalde-héroe neoyorkino del 11-S (si es por relevancia mundial, ¿no hubiese sido más lógico elegir a Osama Bin Laden Persona del Año 2001?).
El pobre rescata a los ricos y, con ello, ayuda a los pobres
La elección en 2009 de Bernanke como persona más importante de 2009 podría ser defendida, ya que su cargo le ha situado en el nudo gordiano de la megacrisis, pero la posición editorial de la revista es la de un panegírico asombroso del personaje. Se le dibuja un perfil de héroe visionario en el artículo central de Michael Grundwald. En realidad, Bernanke ha versioneado el pegadizo estribillo de la primera temporada de la serie televisiva Héroes, aquel “Salva a la cheerleader y salvarás al mundo”, por una estrofa que dice: “Salva a los bancos y salvarás al mundo”
La Reserva Federal estadounidense –conocida como "la Fed"– controla la oferta de dinero. Es una agencia gubernamental independiente que conduce la política monetaria, lo que significa que fija los tipos de interés a corto plazo. Esto tiene una enorme influencia sobre la inflación, el desempleo, la fuerza del dólar y el poder adquisitivo del ciudadano. “Hay una gran diferencia entre un 10% y un 25% de desempleo, entre crecimiento negativo y anémico. Él [Bernanke] desea que el pueblo americano haya entendido que tuvo que rescatar a los irresponsables gigantes de Wall Street sólo para proteger a la gente común”, se lee en la pieza del periodista Michael Grunwald, que sólo reconoce que su hombre falló al no preveer en absoluto el estallido de la crisis.
A lo largo del reportaje, los ex compañeros universitarios y colegas académicos de Bernanke lo definen como una persona profundamente inteligente y muy humana. Serio, tremendamente capaz, nada vanidoso… El hombre adecuado en el momento oportuno para enfrentarse a la hiedra de siete cabezas de la crisis. Se habla de sus orígenes humildes: “No estudió economía para hacerse rico, él y su mujer aún comparten un Ford Focus que no ha sido pagado del todo. En lugar de eso, cree en la noción Keynesiana de que los economistas deben de ser tan útiles como un dentista”. E incluso se cita una episodio de su juventud en el pueblo granjero de Dillon, en Carolina del Sur, donde su casa fue bombardeada con huevos una noche por estar cenando con negro. Estamos pues ante la representación carnal del mensaje divino del American Dream: hombre pobre, proveniente de una familia de inmigrantes –en este caso, judíos de Lituania–, que se hace así mismo y llega a la cúspide profesional y social, sin olvidar jamás sus orígenes. Exitoso y generoso. Hombre de familia intachable. Además, se le añade un barniz de defensor de los derechos civiles, aunque se desconoce cualquier actividad del señor Bernanke en ese campo.
Seguidor de la doctrina neoliberal de Greenspan
Pero la realidad es que Bern Bernanke es hijo del anterior presidente de la Fed, el que fuera Dios Sol de la economía en los ochenta, noventa y primera década de 2000, el arrogante Alan Greenspan. Como recuerda el artículo de Grunwald, los niveles de adoración a este hombre llegaron a extremos bochornosos. Bob Woodward, el periodista vivo más famoso del mundo, destapador del Watergate junto a Carl Bernstein, dedicó a Greenspan el best seller hagiográfico Maestro, y John McCain, ex candidato presidencial y senador de Arizona, dijo que si falleciese, habría que coger su cuerpo y ponerlo otra vez en la presidencia de la Fed. El Cid de la política monetaria, que aún muerto seguiría ganando batallas a la inflación y a cualquier peligro que acechase al crecimiento positivo.
Durante esos años noventa de exhuberancia económica bajo la Administración Clinton, Greenspan elogió en más de una ocasión el mercado de las hipotecas basuras, mientras los secretarios del Tesoro Robert Rubin y su sucesor Lawrence Summers –hoy consejero económico principal de Obama– desmantelaban las ya de por sí frágiles normas del sistema financiero. Fue una desregulación salvaje que abrió la puerta al maremoto actual. Era la época de las teorías del Fin de las Ideologías y del Fin de la Historia, de Fukuyama. Muerto el comunismo, muerta la rabia. Había quedado demostrada la inteligencia superior de los mercados y del sistema capitalista financiero. Se auguraba el crecimiento eterno y la gloria sentados a la derecha del Padre Greenspan.
Pues bien, Bernanke siempre ha aplaudido las políticas llevadas a cabo en ese período de bonanza. Defiende que la Fed no pinchase antes la burbuja de las empresas puntocom, la corriente especulativa que entre 1997 y 2001 llevó a desquiciados aumentos de valor en Bolsa de compañías que contenían poco más que humo. “Hubiese sido como usar un martillo para hacer una cirugía cerebral”, se justifica en Time. Y cuando asumió la presidencia de la Reserva Federal en 2006, dijo que su prioridad era continuar las políticas de su mentor Greenspan. Más adelante, cuando en 2007 ya eran evidentes en Estados Unidos las señales de la burbuja inmobiliaria (¿a alguien le suena de algo el caso español?), continuó diciendo que “los fundamentos de la economía son sólidos”. Como reseña el artículo de Grunwald, en marzo de 2007 aseguraba que los problemas en el mercado de las hipotecas basura “eran contenibles”, e incluso el día que se prendió la mecha del boom financiero con el colapso de un banco francés, Bernanke seguía insistiendo que su mayor preocupación era la inflación.
Poner al zorro a cuidar las gallinas
“Ninguno de nosotros se había dado cuenta de cuán amañado se había convertido el sistema financiero”, declara Bernanke en las páginas de Time. “Por supuesto podíamos haber hecho las cosas mejor, pero ésta fue una tormenta perfecta", añade. Así están las cosas. Recurriendo al gusto por los eufemismos que tienen los economistas –algo que comparten con los militares y sus daños colateras y fuegos amigos–, el presidente de la Fed lo achaca todo a una inesperada conjunción de elementos de carácter atmosférico. Y enseguida el artículo retoma la defensa a ultranza de Bernanke: “Una vez que el desastre comenzó a desarrollarse, hizo un esfuerzo consciente para proyectar calma, incluso cuando estaba trabajando siete días a la semana, 24 horas al día”. Agradezcamos al bueno de Bernanke que no se mostrase crispado ni saltase por la ventana, y, parece ser, agradezcámosle también que trabajase 24x7 para evitar el desastre. Aunque yo no me fiaría de un tipo que no duerme para tomar ese tipo de grandiosas decisiones. Me da a mí que puede esta cansado, jodido y su mente no funcionar a tope…
Han pasado los meses y ya están aquí los resultados. Mientras se loa a Bernanke, los bancos de inversión hacen hoy más dinero que en su más de un siglo de existencia. No ha habido nueva regulación, ni se han elevado los mínimos de los depósitos bancarios. No se ha creado un organismo de control y las compañías rescatadas con dinero del Gobierno se bañan en lucrativos dividendos y bonos astronómicos (2.000 millones de dólares repartirá a sus ejecutivos en salarios y bonos Goldman Sachs). La noción del too big to fail (“demasiado grande para caer”, lo que significa que el dinero público siempre rescatará a un banco extraviado por su avaricia), alimentada por la Fed, se ha instalado en el universos financiero, que sigue apostando y especulando con la Tierra como casino. “Estoy haciendo la obra de Dios”, ha dicho recientemente Lloyd Blankfein, Consejero Delegado de Goldman Sachs.
Pero no sólo hay un Dios entre los habitantes de Wall Street. Greenspan, Blankfein y ahora Bernanke. El sistema, ya lo sabíamos, es politeísta. Cerremos entonces con el amén de Time, que culmina el panegírico con un cierre alucinante: “Ahora le toca a nuestro disfuncional sistema político dejarle hacer su trabajo [a Bernanke] para que pueda arreglar el sistema financiero, para que nunca tenga que volver a salvar el mundo otra vez”. Bernanke, salvador del mundo. Te damos gracias, Bern.