Controlador de los poderes públicos, guardián vigilante de las autoridades, azote de dictadores, políticos mentirosos y corruptos, garante de la libertad de expresión de la sociedad. El periodismo tiene vocación de profesión noble y necesaria. Los ciudadanos se informan, forman su opinión, se entretienen y conocen las tropelías de los gobiernos a través de los medios de comunicación, aunque también se indignan con las manipulaciones periodísticas, se asquean con la basura del corazón y se asombran con los errores de trazo grueso, que abundan en el sector. Citando a mi abuela, de toda hay en la viña del Señor. Son los periodistas quienes describen, elogian, catapultan, ningunean o hunden las carreras de muchos hombres de estado o artistas famosos y, debido a ese poder, a menudo están en la línea de fuego de la opinión pública.
La mayoría de la gente no se para a pensar que las ruedas que mueven el molino de los medios están engrasadas con el mismo aceite neoliberal que el resto de profesiones: una oligarquía
formada por presentadores de medios audiovisuales y plumas de prestigio millonaria y una mayoría aplastante de periodistas cuyas condiciones de trabajo empeoran por momentos: salarios mileruristas, abrumadoras sobrecargas de trabajo que impiden la búsqueda de fuentes, asunción de funciones de superior categoría sin contraprestación económica, adecuación a los intereses ideológicos al medio en cuestión so pena de despido y habituales jornadas laborales de diez horas –como mínimo-, sin computar un mísero minuto de tiempo extra remunerado. “Un periodista no tiene horarios” es la coartada que repiten los directivos. A la asfixia económica- empresarial, los periodistas responden, todo hay que decirlo, con una sumisión lamentable. Se acepta ser mensajeros de informaciones basura o no contrastadas, se vive media vida en la redacción y casi nadie se atreve a irse a su casa a la hora, y el individualismo se exacerba en detrimento de la asociación sindical. El gremio, es un hecho, se ha acobardado por completo. Y uno se incluye en el paquete.
La parrafada demagógica sirve de contexto a la historia de
Giles Coren, motivo originario de esta entrada. Este bobolongo de cabeza alargada y descerebrada alterna el periodismo con la edición de textos y con la propaganda corporativa. Si algo he aprendido es que este gremio es una profesión de castas, en la que los periodistas especializados tienen todas las de ganar, y los compañeros de pico y pala reciben palos por todos los lados. Especialmente aquellos que se dedican a arreglar, cortar y editar las supuestas obras maestras de las firmas de prestigio de turno. Entre los popes con más poder están los críticos gastronómicos, y uno de ellos es Giles Coren, presentador también de televisión y hábil generador de controversias en el Reino Unido. Sin ir más lejos, hace un par de años propuso la imposición de un impuesto directo a los obesos, en la línea de esas medidas
mundofelizhuxlianas de ciertos pensadores ingleses, como no tratar o cargar con gastos extras a los enfermos de cáncer pulmonar. Algo así como jódete si eres gordo y muérete sin hospital si has fumado.
Hace poco menos de un mes –las vacaciones nos habían impedido abordar antes el asunto-, una explosiva carta del lenguaraz Coren llegó a la redacción de
The Sunday Times. Benditas filtraciones mediante -¿qué sería nuestra profesión sin ellas?-, la misiva llegó a los ordenadores del competidor
The Guardian, que no tardó en hacerla pública en su versión online. Pidiendo perdón por adelantado por la libre traducción, reproducimos a continuación el estacazo hiriente del mediático Coren a los redactores del periódico. ¿Su gran pecado? Omitir una preposición de la última línea del artículo sobre un restaurante de Coren. Leer y juzgar por vosotros mismos.
La carta de Giles Coren a los redactores que editan sus textos en The Sunday Times
(Versión original en inglés)
Tipos,
Estoy más cabreado que una mona. Me dirijo en este mail a Owen, Amanda y Ben, porque no sé exactamente con quién tengo que estar muy cabreado (…)
No me gusta que la gente juguetee con mis artículos simplemente porque le guste meter mano en textos ajenos. No disfruto con las sugerencias de personas que dicen tener un mejor oído u ojo para saber lo que quieren decir mis palabras exactamente. Owen, ya habíamos hablado del hecho de que, en un artículo mío anterior, tú transformaste tres frases largas en seis cortas, y de que aquello no se iba a volver a repetir. Así que deseo fervientemente que no hayas sido otra vez tú quien haya jodido mi texto del pasado sábado.
Esta vez se trata de la última frase. Las última frase de un artículo es muy, muy importante. Un texto periodístico se construye alrededor de ella. La frase final es la guinda, la musiquilla con la que el lector se queda el fin de semana.
Yo escribí en mi texto original: "No puedo pensar en un mejor lugar para sentarse esta primavera con una copa de rosado y contemplar a los niños y niñas afuera en la calle, sonriéndose alegremente, mientras uno se pregunta
dónde ir para una comilona". [En el original, ...
where to go for a nosh].
Y apareció así en el periódico: “No puedo pensar en un mejor lugar para sentarse esta primavera con una copa de rosado y contemplar a los niños y niñas afuera en la calle, sonriéndose alegremente, mientras uno se pregunta dónde ir a comer".
[En el original: ...
where to go for nosh].
No hay ninguna cuestión de longitud. Se trata de alguien pensando "voy a eliminar este artículo indefinido (“
a nosh”) porque Coren es un cabrón analfabeto y yo lo sé hacer mucho mejor".
Pues, no tienes ni puta idea. Es una mierda, una auténtica mierda de edición de un texto por tres razones.
1) “Nosh”, como estoy seguro que vosotros como dominadores del yiddish sabréis, es un sustantivo formado de un “bastardización” del alemán “naschen”. Se trata de un verbo, y puede interpretarse con dos significados. Uno de ellos, “nosh”, significa simplemente “alimento”. Vosotros habéis decidido que esto es lo que quise decir y por eso eliminasteis la “a”. Ya me siento bastante insultado por el hecho de que penséis que tenéis un mejor oído para el inglés que yo. ¿Pero un mejor oído para el yiddish? Lo dudo. Porque el otro significado de “nosh”, y el que yo le había dado, es el de “una comilona".
[ a nosh en inglés puede inerpretarse como comilona o mamada]. La frase final que dejasteis es una mierda, y no es lo que quise decir. ¿Por qué cambiar una frase que significaba algo que yo no quería decir? No lo sé, pero se corre el riesgo de hacerlo cada vez que se cambia algo. Y la forma en que evitas este tipo de jodienda es no cambiar una palabra de mi versión original sin pedir mi permiso antes, ¿está claro? Es muy sencillo. Nunca. Tocar. Una. Palabra. Jamás.
2) Ahora voy a explicar por qué el error es una cagada mucho más grande de lo que parece. Verás, yo estaba haciendo una broma. A veces me da por ahí. Como cuando describo calles "sexualmente cargadas" (…)
Y "dónde ir para una comilona" tiene un significado secundario de buscar una mamada. No específicamente gay, porque estamos en el Soho, y hay muchas niñas que aceptan dinero de niños “noshing” (en busca de una mamada). “Dónde ir a comer” no tiene esa ambigüedad. La broma desaparece. Yo sólo escribí ese vulgar párrafo para poder hacer la broma al final. Y la jodisteis despojándola de ese sentido, como si fueses un albañil irlandés cabreado restaurando un fresco renacentista y pensando: 'Este Jesús es una mierda, voy a rellenarlo con un oso'. También podrías haberte cargado el párrafo entero. Quiero decir, me cago en Dios, ¿es que no lees los originales?
3) Y lo peor de todo. Lo más estúpido, la cagada mayor, la gilipollez más grande de todas, es que hayas eliminado la preposición no acentuada “a”, cuyo efecto era que todo el énfasis d ela frase recayese en "nosh". Eso también se ha perdido, y mi pieza termina con una sílaba sin acento tónico. Cuando uno está cerrando una pieza de prosa, la métrica es crucial. ¿No lo puedes escuchar? ¿No oyes que está mal? No hablamos de jodida ciencia nuclear (…)
Es algo jodidamente de catón. He escrito 350 reseñas de restaurantes en
The Times y nunca los he terminado con una sílaba sin enfatizar tónicamente. Joder, joder, joder, joder, joder.
Lamento si esto parece mezquino (la última vez que envié un mail a los editores de
The Times acerca del cambio de una sola palabra me acarreó todo tipo de problemas), pero es que me preocupo profundamente por mi trabajo, y odio verlo jodido por una edición de mierda (…)
Me desperté a las tres de la mañana el domingo y estuve tirado en el sofá dos horas, furioso. Raro, tal vez. Pero es así como soy.
Así se me va toda la confianza de escribir para la revista. No hay exageración. Tengo una crítica que escribir esta mañana y realmente no tengo ninguna gana de hacerlo, por temor a que algún matiz va a ser eliminado de la última línea y me vais a volver a arruinar el fin de semana.
He estado escribiendo para
The Times durante 15 años y nunca he pedido antes esto, pero, a partir de ahora, debo insistir en que me envieis una prueba de cada crítica que haga, en formato pdf, para que pueda comprobar cuantas cagadas hay. Y debe ser enviada con tiempo suficiente por si acaso los cambios son necesarios. Es la única manera de que pueda continuar con mi trabajo.
Y, al hilo de lo que digo, me gustaría que quien hizo el cambio de mi texto me enviase un correo electrónico explicándome el por qué. Que me diga la razón exacta que le llevó a eliminar esa palabra de mi versión original.
Lo siento por la parrafada. El cabreo, un cabreo brutal que hace que mi cabeza heche humo, puede llevar a un hombre a la incontinencia verbal.
Cordialmente,
Giles
Y esta es la réplica de los vapuleados redactores de The Sunday Times a Giles Coren(Versión original en inglés)Estimado Giles,
La edición de textos es una profesión noble. También es un oficio ingrato, sobre todo cuando uno de los escritores te llama "cabrón inútil".
Tuvimos que respirar muy profundamente cuando tu e-mail llegó esta semana a la bandeja de entrada de redactores de toda la industria, justo después de que habíamos dejado de reír. No es que no creamos que tienes un punto de razón. Sí, juguetear o meter mano en textos sólo porque sí y sin consulta al autor no está bien. Es irrespetuoso y arrogante. Y podemos entender que estés furioso incluso, aunque sólo sea por la eliminación de una preposición.
No hay nada más irritante que un editor de textos que piense que es mejor que un escritor, sobre todo mejor que uno que se preocupa profundamente de su trabajo. Pero, de verdad, ¿tienes que ser tan grosero?
Laura Barton declaró el viernes en
The Guardian que existe "una vieja tensión entre escritores y redactores-editores". ¿No te preguntas por qué? Contrariamente a lo que piensas, no nos “creemos mejores cuando lo jodemos todo”.
Ojalá pudieses ver el estado de algunos textos en bruto a los que tenemos que dar forma. Están mal estructurados, pobremente explicados, puntuados de pena y con una labor de investigación casi nula. No estamos diciendo que tus escritos entren dentro de ese saco; al contrario, tu nivel de periodismo es muy alto. Nunca he trabajado en un texto tuyo, así que damos por hecho tu argumentación de que es imposible mejorar tus textos en bruto originales. Por extraño que pueda parecer, muchos escritores no poseen conocimiento de su propia lengua; de hecho, a veces es difícil creer que el inglés sea su idioma materno, y no les importa un carajo cuidar lo que escriben, porque saben que un buen redactor-editor, a menudo con un alto nivel educativo, lo corregirá, lo comprobará y lo convertirá en prosa legible.
Nada de esto, sin embargo, puede excusar tu desagradable e intimidatorio tono en el e-mail, que parece decirnos “ser conscientes de vuestro lugar, pequeños e insignificantes trozos de mierda". Sí, tu carta es divertida, tanto y tan poco como son los textos plagados de palabras como "joder", "mierda" y "coño". Pero, por favor, alguien ha cometido un error. Ese alguien seguramente no tenía la intención de sabotear tu prosa inolvidable. Así que, si no te gusta lo que le sucedió a tu pieza, ten una charla con tu editor de textos. Sin duda, el desventurado redactor ya habrá sido profusamente despellejado, y se le habrán quitado sus privilegios de diccionarios.
Hace algunos años, un compañero nuestro tenía una camiseta impresa con la leyenda "XXXXXXX XXXXXXX es un cabrón”. Se ponía la camiseta cada semana, cuando tenía que lidiar con el escritor a quien se refería la leyenda, porque él, al igual que tú, recurría a un desproporcionado abuso cuando su utilización de la lengua era cuestionada. Odiaríamos que esto también pasase contigo, porque tú de verdad escribes bien, y poner en una camiseta "Giles Coren no es más que un amargado moralista que tiene que dejar de mirarse el ombligo" podría ser muy costoso por la longitud de caracteres. Los redactores no son más infalibles que los escritores. Así que, intentemos todos de tener un poco más de respeto mutuo, ¿de acuerdo?
Cordialmente,
Mia Aimaro Ogden
Joanna Duckworth
Redactores senior,
The Sunday Times