jueves, 18 de julio de 2013

Velas de cumpleaños y deseos frustrados



Niño jugando en la playa de Porth Edward, Sudáfrica. Imagen del sitio African Photos 

Hoy día 18 de julio Nelson Mandela cumple 95 años. El delicado estado de salud del estadista vivo quizá más admirado del planeta hace girar la vista hacia Sudáfrica, país puesto como ejemplo de transición pacífica hacia una exitosa democracia multiétnica y la mayor economía de África. Mientras se espera una nueva recuperación milagrosa de Mandela, en otro importante Estado del continente, Egipto, se ha llevado a cabo un golpe de estado militar, envuelto de brillantina de primavera árabe, que ha sido aplaudido a coro por Occidente. ¿Qué tienen en común ambos episodios? El chantaje de guante blanco que aplican los organismos financieros mundiales, la Realpolitik más dura en su versión 2.0 y la función histórica de Estados Unidos como titiritero geopolítico mayor.

“La nacionalización de las minas, la banca y los monopolios es la política del ANC [Congreso Nacional Africano], y cualquier cambio o modificación de nuestras opiniones en este sentido es del todo inconcebible. El empoderamiento económico de los negros es una meta que suscribimos y promovemos sin reservas y, en nuestra situación, el control estatal de ciertos sectores de la economía es inevitable”.

En enero de 1990, dos semanas antes de salir de la cárcel, Nelson Mandela enviaba esta nota a sus seguidores. Madiba –como se le conoce en Sudáfrica (1)– quería calmar cierta inquietud que existía acerca de si los 27 años que había pasado en prisión habían quebrantado de algún modo su compromiso con la transformación económica del sistema del apartheid, en el que una minoría blanca poseía todo el aparato productivo y recursos financieros del país frente a una gran masa de población negra que aportaba la mano de obra de bajo coste. Así lo cuenta Naomi Klein en el capítulo dedicado a Sudáfrica de su clarividente libro La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre (2), cuyas interpretaciones del actual sistema económico mundial, a pesar de ser a veces simplistas o un poco forzadas para cuadrar con la tesis general del texto, han demostrado su vigencia tras la implosión financiera de 2008.

Este blog cree en la capacidad sanadora de Nelson Mandela para enterrar odios, en su temple e infinita humanidad que demostró para evitar un baño de sangre en Sudáfrica, como quedó reflejado en una entrada de 2008Pero el texto de hoy se refiere a unas poderosas circunstancias que ni siquiera una persona de tal integridad pudo soportar. Klein sigue contando en su libro cómo la convicción de Mandela simplemente recogía la visión histórica del ANC (3), partido fundado de 1912 para defender los derechos de la mayoría negra del país. Esta visión había tomado forma en 1955 con el Estatuto de la Libertad (Freedom Charter), un manifiesto bandera aprobado por 3.000 delegados del partido. El documento fue elaborado en base al trabajo de campo de 50.000 voluntarios, que durante meses visitaron los suburbios donde vivía la segregada población negra para recoger sus aspiraciones acerca de cómo debería ser una Sudáfrica post-apartheid. El estatuto decía:

“Al pueblo le será restaurada la riqueza nacional de nuestro país, la herencia de los surafricanos; la riqueza mineral del subsuelo, la banca y los monopolios serán transferidos a la propiedad conjunta de todo el pueblo; todos los demás sectores económicos y el comercio serán controlados para que contribuyan al bienestar del pueblo”.


Lo que se proclamaba en el estatuto, continúa explicando Klein, es que la libertad no llegaría sin más cuando los negros controlasen el Estado, sino cuando la riqueza del país que había sido ilegítimamente confiscada fuese recuperada para el conjunto de la sociedad y redistribuida entre ésta. Y es que el apartheid era, por una parte, un sistema político racista, curiosamente basado, como explica el filósofo Slavoj Žižek (4) en su obra Viviendo el final de los tiempos (5), en una ideología multiculturalista: el régimen vendía que “el apartheid era necesario para que todas las diversas tribus africanas no se ahogaran en la civilización blanca”. Por otra parte, el sistema económico se basaba en una reducida élite blanca que había logrado amasar enormes beneficios con el control de las mimas, las granjas y las fábricas. La gran mayoría no tenía derecho a ser propietario de tierras y, por tanto, la gente tenía que ofrecer su fuerza de trabajo por mucho menos de lo que realmente valía.

Nunca te apartarás del camino 'correcto'
Pero los sueños de desarrollo social y de erradicar la pobreza del ANC, de gobernar para “los más pobres de los pobres”, nunca legaron a hacerse realidad, como nos cuenta la historia. Entre rejas, a las ideas revolucionarias de Mandela nunca le pudieron colocar grilletes; en libertad, esas mismas ideas fueron esfumándose al compás de cada reunión de la bienaventurada comunidad internacional.

En un artículo (6) que recoge extractos de su autobiografía Armed and Dangerous, Ronnie Kasrils, viceministro de Defensa, ministro de Aguas y Bosques y de Inteligencia con el primer gobierno del ANC, asegura que este cambio de rumbo trajo consigo “vender al pueblo por el camino”. Como explica, de 1991 a 1996 “se luchó una batalla por el alma del partido y al final la perdimos porque se hizo con ella el poder empresarial: la economía neoliberal nos engulló". Kasrils detalla incluso “el momento faústico” del ANC, cuando solicitaron y obtuvieron un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) en vísperas de la primera elección democrática. Las considiones de un préstamo así impedían un programa económico de cambio radical, “heredando una economía tan ligada a la fórmula global neoliberal y al fundamentalismo de mercado que dejaba muy poco margen de maniobra para aliviar la difícil situación de nuestro pueblo”.

A decir verdad, al pacto diabólico ayudó el chantaje cotidiano de los mercados, una presión asfixiante que bien conocemos en Europa a raíz de la mal llamada Crisis del Euro (otra muestra de neolenguaje aséptico que oculta el origen real de la crisis: la voladura del sistema financiero por su escalada sin freno hacia la especulación). Retomando el relato de Naomi Klein, la autora explica que cada vez que Mandela o algún dirigente del ANC hablaba de los principios del Estatuto de la Libertad, la bolsa se desplomaba, las multinacionales amenazaban con cambios de sede, la fuga de capitales tocaba a corneta, los grandes inversionistas anunciaban el apocalipsis y la moneda se depreciaba (¡un increíble 10% al día de salir Mandela de la cárcel y un 20% en todo su primer mes en libertad!). Una intimidación geofinanciera nada discreta que reconoció el propio Mandela en 1997: 

“La movilidad misma del capital y la globalización de los mercados de capital y de otros bienes y servicios imposibilitan que los países puedan, por ejemplo, decidir su política económica sin considerar antes la respuesta probable de los mercados”.

Cocina tecnócrata para un plato de 'trash food democracy'
Pero el Sistema no se limitaba a sugerir gentilmente el camino a seguir, sino que tenía a sus ninjas perfectamente desplegados para completar la emboscada al ANC. Así, Klein da cuenta de cómo, quiénes y dónde se llevaron a cabo las negociaciones que dejaron todo atado y bien atado, como acuñase un caudillo de Ferrol. Las conversaciones se realizaron en la residencia de Johannesburgo del magnate minero Harry Oppenheimer y en sesiones nocturanas en el Banco de Desarrollo de Sudáfrica: “En ellas participaron los principales empresarios de la minería y la energía de Sudáfrica, los jefes de las compañías estadounidenses y británicas con presencia en Sudáfrica, y los jóvenes economistas del ANC que habían sido educados en los patrones de las economías occidentales. Informaban directamente a Mandela, y fueron marginados o acobardados hasta la sumisión a golpe de amenaza de las consecuencias nefastas que tendría para Sudáfrica un gobierno del ANC que acabase aplicando unas políticas económicas que consideraban desastrosas”.

¿El resultado de este tan familiar gobierno tecnócrata paralelo? Propuestas básicas del programa del ANC como la reforma agraria, los medicamentos gratuitos, el salario mínimo, el agua gratuita o la posibilidad de emitir más moneda para tener una política monetaria al servicio del empleo y la redistribución se conviertieron en aviones de papel aterrizando en papeleras. De hecho, se consagró en la constitución el funcionamiento autónomo del Banco Central (al estilo antidemocrático del pacto entre el PP y el PSOE en 2011 para incluir un límite de déficit en la Constitución española) e incluso se mantuvo como presidente del banco al mismo tipo que ejerció el cargo durante el apartheid (Chris Stals). “¡Eh, tenemos el Estado, ¿dónde está el poder?”, era el chascarrillo recurrente que se oía en las dependencias presidenciales, como recuerda Patrick Bond, ex asesor económico de Mandela, en el libro de Klein.

Por otra parte, la nacionalización de las minas y de sectores estratégicos de la economía, tal y como recogía el Estatuto de la Libertad, fue olvidada. También se abandonó el impuesto sobre el patrimonio y la exigencia de reparaciones económicas a las empresas colaboracionistas con el apartheid, y se elaboró una política neoliberal de libre comercio, abolición de aranceles y venta de activos estatales. Klein acredita que, entre 1997 y 2004, el Gobierno vendió 18 empresas públicas y recaudó 4.000 millones de dólares. La mitad de estos millones, por cierto, no se destinó al pueblo, sino, siguiendo el catecismo de los mercados, a los acreedores internacionales: la dirección del ANC les garantizó el pago de una deuda heredada del régimen racista anterior, que debía de haber sido considerada ilegítima.

La falacia del goteo de arriba abajo
Han pasado casi dos décadas de aquellos acuerdos para la transición en Sudáfrica que, al igual que con los pactos de la Moncloa en España, abrieron una democracia en falso. Según el baremo de la respetable comunidad internacional, Sudáfrica es una historia de éxito económico: de 1993 a 2007, el país encadenó 62 trimestres de crecimiento consecutivo del Producto Interior Bruto, con una media de incremento del 5,1% (7). Tras una contracción en el bieno (2008-09) del maremoto de la crisis financiera, se proyecta de nuevo un crecimiento del 2,7% para 2013 y del 3,5% para 2014. Aplicando la teoría neoliberal que domina en las poderosas instituciones mundiales y entre sus líderes, y que equipara crecimiento macroeconómico con bienestar, el efecto de filtración hacia abajo debería de haber conformado una Sudáfrica mucho más igualitaria y socialmente desarrollada.

Sin embargo, la realidad se empeña en contradecir al pensamiento único. Sudáfrica ocupa el puesto 121 de 178 países en el Índice de Desarrollo Humano y el número de personas que viven con menos de un dólar al día es de 11,5 millones de una población total de 48 (8). Los índices de pobreza y desempleo (25% oficial) han aumentado desde principios de 1990 y, hasta 2007, el 10% de la minoría blanca poseía más del 70% de las tierras en un país con 80% de población negra. Además, los gobiernos del ANC han contribuido con su negligencia a expandir la pandemia del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del SIDA: 5,6 millones de personas son seropositivos (9) y fallecen 310.000 ciudadanos al año por este motivo, colocando al país como líder mundial de este macabro ranking.

Egipto: la intervención o el caos
Y mientras al soplar las velas de su 94 años Mandela quizá recuerde triste los sueños de emancipación africana frustrados, la comunidad internacional está volviendo a tocar su diabólica canción de transición ordenada para países convulsos. Esta vez el sujeto de estudio sobre la mesa del laboratorio es Egipto (10), otro de las grandes Estados africanos con sus 83 millones de habitantes. En un abracadabra geopolítico que ha utilizado las masivas manifestaciones en la calle –sólo las contrarias a los Hermanos Musulmanes, eso sí– cual conejo de la chistera, un golpe de Estado en toda regla, en el que se ha depuesto a un presidente elegido en las urnas, ha sido transformado por muchos de los medios mainstream y por los principales países de la comunidad internacional en una intervención necesaria para evitar el caos. Incluso Estados Unidos se niega a definir el golpe como golpe, porque, en ese caso, tendría que anular los 1.300 millones de dólares que entrega al año a Egipto para conservar la adhesión de sus fuerzas armadas, a las que también nutre de entrenamiento y equipamiento militar.

Los argumentos del autoritarismo del presidente Mohamed Morsi y del peligro de que Egipto se conviertiera en otra teocracia al estilo iraní contienen verdades a medias que, como es habitual, sirven de coartada ética para accionar el golpe. Una vez más, la defensa de los derechos humanos (entendidos como democracia liberal occidental) como licencia para poner en práctica una barra libre de ilegalidades internacionales. En el ínterin de esta revolución-contrarrevolución, el nuevo Gobierno militar egipcio, ha suspendido la constitución y el parlamento, ha encarcelado a los principales dirigentes de los Hermanos Musulmanes y ha cerrado su canal de televisión. Un apagón informativo que recuerda al golpe de Estado de 2002 en Venezuela, cuando Venezolana de TV (el canal estatal) emitía dibujos animados (comiquitas, en bello lenguaje venezolano) en pleno desarrollo del putch.

La democracia, según Blair
En un brillante artículo (11) publicado hace un par de semanas en eldiario.es, la periodista Olga Rodríguez detallaba algunos de los actores que han intervenido en esta vieja obra y, casi más peligrosos, los apuntadores que les han soplado las frases y la estrategia global. Entre ellos, el ex primer ministro del Reino Unido Tony Blair, ahora representante del Cuarteto de Paz (EE.UU., Rusia, la UE y la ONU) para Oriente Próximo y asesor corporativo multitarea (es consultor permanente en JP Morgan Chase, Zurich Financial y Louis Vuitton Moet Hennessyn). Vértice del triángulo de las Azores, quinto columnista mayor de la socialdemocracia y entusiasta impulsor de invasiones ilegales, Blair defiende la necesidad del golpe de estado en un un artículo editorial (12) publicado en The Guardian. Basta con leer el titular –“La democracia por sí sola no significa un gobierno efectivo – y subtítulo – “Traer la estabilidad a Oriente Medio no es tarea de nadie más, sino nuestra”– para comprender que Blair se sigue considerando representante del sacrosanto orden judeocristiano mundial, portador de un mandato divino para construir una democracia liberal global, eso sí, susceptible de cambiar de cromos de dirigentes (como también pasó en Grecia, Italia) si las ‘reformas’ no satisfacen al conglomerado financiero.

Blair continúa diciendo  que “no se puede permitir que Egipto colapse” (otra vez la función de gendarme mundial como obligación intrínseca) y que “deberíamos comprometernos con el nuevo poder de facto y ayudar al nuevo Gobierno a llevar a cabo los cambios necesarios, especialmente en materia económica, para que puedan cumplir con la la gente. De esa manera también podemos contribuir a dar forma a una hoja de ruta hacia las urnas, diseñada por y para los egipcios”.

Esto no es sino una repetición del tutelaje neocolonial del desinteresado amigo anglosajón, que se ofrece falsamente a guiar el camino económico y político de los egipcios; una opción que, de facto, no es tal, ya que la respetable comunidad internacional no es que se haya ofrecido, sino que ya está desempeñando ese papel. Y como colofón, Blair avisa de la dolorosa medicina (también necesaria, por supuesto, como la intervención militar) que tendrá que tragar el pueblo egipcio. “Esto [la nueva orientación del país] conllevará tomar algunas decisiones muy difíciles, incluso impopulares. No va a ser fácil”.

Pinochet, ese hombre; la austeridad, ese mantra
Olga Rodríguez también recoge en su artículo otro caramelo aparecido en los prestigiosos medios internacionales, un editorial (13) del The Wall Street Journal que pide directamente la puesta en marcha del modelo chileno, la doctrina del shock que aplicó las directrices neoliberales de la escuela de Chicago y de su apóstol Milton Friedman a la Chile de la dictadura. De hecho, el hombre fuerte del golpe en Egipto, el Comandante en Jefe del Ejército Abdel Fatah al Sisi, también era un hombre de confianza de Morsi, como Pinochet lo fue del presidente electo Salvador Allende hasta pocos meses antes el golpe, y al igual que el sátrapa chileno se ha declarado “salvador y protector de Egipto”.

Volviendo al editorial, está escrito en un tono mercado-dictatorial que deja un discurso de Henry Kissinger en un juego de niños. El texto marca las pautas de cómo debería ser una transición neo-ortodoxa y, cual novela policial de Agatha Christie, guarda el gran remate-sorpresa para el final: “Los egipcios tendrían suerte si sus nuevos generales gobernantes resultan ser del estilo de Augusto Pinochet en Chile, quien tomó el poder en medio del caos, pero contrató reformadores de libre mercado y alentó una transición a la democracia. Si el General Sisi trata meramente de restaurar el viejo de orden Mubarak, acabará por sufrir la suerte de Morsi”. Un párrafo alucinante, que invita a frotarse los ojos. Pelillos a la mar los miles de desaparecidos de Terminator Pinochet o las decenas (y subiendo) de seguidores de Hermanos Musulmanes masacrados en los últimos días. Todo sea (de nuevo) por evitar el caos. Y el teto añade después una traca final fallera, en forma de amenaza Corleone, que le viene a decir a Sisi, El Baradei o a quien pongan: o te rodeas de reformadores de libre mercado o acabarás como Morsi, es decir,  preso e incomunicado sin juicio hasta el sol de hoy.

Pero, por si acaso, Mohamed El Baradei, la carta de Occidente y a quien se quiso poner de presidente de transición a toda prisa, ya se adelantó en abril a las peticiones de The Wall Street Journal. El Baradei aseguraba en una entrevista con la agencia Reuters (14) que “la austeridad es el precio que Egipto debe pagar por este préstamo [del FMI]. Creo que no hay otra opción. Egipto necesita inversión privada, pero para atraerla es necesario un escenario político de consenso”. Pero, como se pregunta Olga Rodríguez en su artículo, ¿de qué consenso habla este hombre cuándo el partido más votado y sus dirigentes están en la cárcel?

Abran paso a los ministros del FMI
El crédito al que se refería El Baradei en su cita es un préstamo de 4.800 millones de euros que negociaba el gobierno de Morsi con el FMI y que se había pospuesto en varias ocasiones. Pero no es que los Hermanos Musulmanes de pronto se hubieran vuelto marxista-leninistas –estaban más que dispuestos a seguir la receta neoliberal y, entre otras cosas, vender a precio de saldo activos del Estado y apoyar una zona de libre comercio en el Sinaí– sino que, al parecer, el tozudo de Morsi se negaba a cambiar su gabinete, como relata una documentada crónica de los días previos al golpe en The New York Times (15). Y es que Washington reclamaba a Morsi que incluyera en su gobierno a miembros de la oposición (mamporreros de EE.UU., of course) y al ramillete de turno de tecnócratas con pie y medio en la esfera privada, los visionarios reformadores de libre mercado que pedía el WSJ.

Por su integridad física, quizá Morsi debiera de haber marchado más rápido al son de las (contra) reformas dictadas por los mercados y sus empleados de la comunidad internacional. Aunque ahora, al menos, su destitución militar le ha impedido pasar a la historia como el firmante de un nuevo acuerdo trucado con el FMI. Un pacto que volverá a consagrar la Santísima Trinidad de la austeridad, privatización del Estado y asunción de deuda ilegítima y que, al cabo de los años, a buen seguro se revele tan fáustico para Egipto como lo fue para Sudáfrica y otras tantas naciones desde el advenimiento de la larga noche neoliberal a principios de los setenta.

Fuentes

1. Entrada de Wikipedia de Sudáfrica. http://es.wikipedia.org/wiki/Sudáfrica

2. La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre (2007); Editorial Paidós; ISBN: 978-84-493-2041-5.

3. Entrada de Wikipedia del Congreso Nacional Africano. http://es.wikipedia.org/wiki/Congreso_Nacional_Africano

4. Entrada de Wikipedia de Slavo Zizek. http://es.wikipedia.org/wiki/Slavoj_Žižek

5. Viviendo el final de los tiempos (2010); Editorial Akal; ISBN: 978-84-460-3652-4.

6. Sudáfrica: el pacto fáustico del ANC fue a costa de los más pobres. Blog Sin Permiso: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6114

10.  Entrada de Wikipedia sobre Egipto  https://es.wikipedia.org/wiki/Egipto

11. eldiario.es.
http://www.eldiario.es/zonacritica/Egipto-Pinochet-America-FMI-intervencion_6_151594855.html

12. The Guardian: Democracy doesn't on its own mean effective government


14. Reuters. Entrevista a El Baradei

2 comentarios:

Claudia Hernández dijo...

Celebro la vuelta del blog, esperamos más de vuestra visión crítica y enjundiosa.
Saludos

deseos de cumpleaños dijo...

que bueno que hayas regresado amiguita