jueves, 15 de octubre de 2009

La tortura de Romell Broom


El lunes 11 de octubre, la salud ética del ser humano recibió un golpe demoledor. En uno de los documentos más escalofriantes que se han publicado en los últimos tiempos, el diario El País recogía el relato en primera persona de Romell Broom, un preso que había sobrevivido a su propia ejecución por inyección letal. El reo, condenado al corredor de la muerte en la prisión de Lucasville, estado de Ohio, narraba cómo le habían intentado pinchar hasta 18 veces, todas ellas sin éxito. Con una asepsia digna del escribano más objetivo, Broom describía los fallidos intentos de acceso a sus venas por parte de diferentes pseudoenfermeros. Parones y vuelta a empezar, tensión, dolor, cada vez mayor dolor... pinchazos en el brazo, en los tobillos... y más pinchazos... hematomas, inflamaciones... sangre corriendo por el brazo... y hasta la falacia de un rata-funcionario, acusando al preso de ser culpable de tener unas venas malas por un supuesto consumo previo de heroína. Cerdo inhumano.



La lectura (obligatoria) de cada uno de los 31 puntos de esta declaración jurada suenan a campanadas para despertar la razón del más cínico. Si el país que se dedica a exportar la democracia por el mundo permite tal grado de tortura y ensañamiento bajo la cobertura de la ley, sin que emerja un rabioso debate en la sociedad al respecto, significa que los inquilinos de este planeta vamos a la deriva. Aún hoy la mayoría de estadounidenses defiende la pena de muerte, y es una realidad que hay más millones de personas viviendo en países donde la pena capital está vigente que en los que está prohibida. Pero incluso allá donde la barbarie de la pena de muerte se aplica con asiduidad, el condenado debe tener derecho a una muerte digna.



En la cultura juedocristiana occidental, hablar de la muerte es un tabú. Los funerales son actos de contricción y rara vez el fallecimiento de un ser querido se honra recordando sus mejores recuerdos con los vivos. Es una contradicción más de una religión esquizofrénica, que dibuja la vida terrenal como manchada por el pecado y augura la felicidad eterna para los justos tras la muerte. Entonces, ¿por qué ese pánico a dejar este mundo? ¿por qué ese duelo tantas veces impostado, especialmente cuando alguien que ha llegado a la vejez y ha disfrutado de una vida plena muere? Incluso en Espana, el anestesista Montes fue lanzado a los leones, acusado de ser una suerte de Doctor Muerte por administrar supuestas sedaciones irregulares a los enfermos terminales. La justicia le dio por completo la razón, aunque en realidad el ataque iba dirigido a la figura de los cuidados paliativos, ya que según el prisma fustigador de muchos, si no se sufre la muerte, ésta es menos cristiana.



Enfrentada como un contrapunto estridente a la salvaje cuasi-ejecucion de Romell Broom, el destino quiso que la noche anterior viera la película Departures (Despedidas), del director japonés Yojiro Takita. En el filme, descubrí lo que es el arte del Nokhansi, el arte del buen amortajador. Así como Pepe Isbert compuso un verdugo magistral, ejecutor y a la vez garante de que la pena se ejerciese con el menor sufrimiento posible, el protagonista de Departures se encarga de asegurar una despedida respetuosa, digna y llena de amor al fallecido. A través del poder del ritual, del tacto constante y firme del cadáver, del respeto emocional a un cuerpo sin vida, este amortajador, cuya labor está filmada en largas secuencias de elegancia sobresaliente, demuestra la necesidad y la obligación de una despedida decente, que ayuda a calmar los corazones de las familias y a entablar una armonía entre el muerto y los que sufren su pérdida.



La profundamente humanista enseñanza de la película contrasta con el comportamiento despreciable de aquellos Gobiernos que siguen ejecutando hombres y mujeres, sin reparar si quiera en la dignidad del momento final. “Esperar a ser ejecutado es angustioso. Me produce mucha tensión pensar que el Estado de Ohio tiene la intención de causarme el mismo dolor físico la próxima semana”. Me produce mucho pánico pensar que a este hombre se le matará con crueldad muy pronto, y que al día siguiente todo seguirá igual.


3 comentarios:

Claudia Hernández dijo...

Es espantoso. Al final del texto, él aclara que la próxima semana se le tratará con el mismo protocolo. Es decir, ni siquiera (El Estadio de Ohio) intentará aplicar una técnica efectiva que pueda llevar a cabo la muerte (o el asesinato) de este hombre, sin tener que caer en la tortura.

David dijo...

Tremendo tema y grañidísima entrada hermano. Sin duda, no se puede ni compartir ni respetar una ley que permite ejecutar al ser humano, sea cual sea su falta. El talion no redime, ni sustituye, ni cura, solo genera mas dolor, odio y venganza. Los USA no respetan los derechos humanos, y en esto se equiparan a China, a Irán, o a muchos de los países del inventado “eje del mal”. Es muy hipócrita considerar que la ejecución por parte del estado es legitima. Estoy totalmente de acuerdo con tu opinión y me ha encantado tu enfoque. El caso Broom me parece significativo y escalofriante, y la película muy interesante. Abrazos.

Anónimo dijo...

para mi fue justicia, no creo que ni por lo que sufrió se acerque al dolor que le provoco a la niña de 14 años que violo y mato, no es una victima es todo lo contrario.