martes, 16 de febrero de 2010

'Tiburón' cumple 40 años… y aún da mucho miedo


Ahora que Avatar ha (supuestamente) revolucionado el cine y (efectivamente) batido todos los récords de taquilla, Os Bobolongos rinde su pequeño homenaje al filme que inauguró el concepto de blockbuster, la electrizante Tiburón (1975), de la que se cumple el XL aniversario de estreno. En este filme coinciden varias características que han hecho de la película todo un referente. Es el despegue fulgurante de Spielberg como director global más conocido y su certificación como maestro del entretenimiento. Una obra en la que dejó lo mejor de su talento, enflaquecido en algunas obras posteriores por un sentimentalismo resbaladizo.

Como se apuntaba, se puede decir que Tiburón inauguró el concepto de blockbuster veraniego. Hasta ese momento, los estudios no solían apostar por estrenar sus grandes bazas en esta época del año, hasta que llegó Spielberg e hizo trizas una de las normas no escritas de Hollywood. La película se convirtió en el primer filme de la historia en alcanzar la mágica cifra de recaudación en el mercado estadounidense de 100 millones de dólares. En total, 470 millones de dólares, récord absoluto hasta que, dos años después, aterrizó La guerra de las galaxias.

La estrategia de publicidad que acompañó al filme fue también pionera en muchos sentidos: se lanzó una agresiva campaña publicitaria en la televisión (“Este verano… No te metas en el agua”), se inauguró el concepto de merchandising (con juguetes, barquitas para niños, camisetas, etcétera) y el filme se estrenó en más de quinientos cines en EEUU, algo inaudito en los setenta (hoy día, un gran estreno ya roza la barrera de las 4.000 salas). La imagen de un gigantesco tiburón acechando a una chica nadando –la escena inicial– se convirtió en el icono que lanzó a la película, y uno de los carteles más reconocibles de todos los tiempos. Un póster de resonancias freudianas, con la cabeza del tiburón posicionada en vertical, en una posición fálica, con unas fauces negras llenas de dientes voraces.

Paralelamente, los creativos de la Warner inundaron los medios con frases de los amenazadoras: “Nunca volverás a zambullirte en el agua”, “Cuando la playas abran este verano... ¡serás tomado por Tiburón!”, “¿Te gusta pescar? A él le gustas tú también”, y la más famosa de todas: “No te metas en el agua”. Para autores como Peter Biskind, escritor del desmitificador best-seller Moteros tranquilos, toros salvajes, Spielberg y Lucas son responsables del inicio de la obsesión de los estudios con el público adolescente. Pero, siendo justos, ¿se puede culpar a Spielberg de haber hecho una obra maestra?

La película, que se llevó tres Oscar (montaje, sonido y banda sonora), trascendió las salas de cine para convertirse en fenómeno sociológico, y llevó a toda una corriente de thrillers acuáticos, algunos magníficas (Pirañas), la mayoría infumables (Tintorera, Orca, las secuelas de Tiburón, etcétera). La gente se bañó menos aquel verano en las playas de todo el mundo y el tiburón jamás se quitaría de encima la leyenda negra de “asesino de hombres”, hasta el punto que Peter Benchley, autor de la novela, declaró que se arrepentía dela mala publicidad que causado hacia los escualos.

Pero, aparte de las apabullantes cifras económicas, Tiburón es con derecho propio una de la mejores películas de suspense de la historia del cine. Y aquí hay que recurrir a la vieja máxima del muñidor del suspense por excelencia, el singular Alfred Hitchkock: “Si el espectador asiste a la explosión de una bomba en una mesa donde charlan dos hombres, eso es una sorpresa. Si, en su lugar, observa la cuenta atrás de una bomba debajo de la misma mesa, eso es suspense”. Contaba Spielberg en una entrevista años después que, durante el estreno de la película, él esperaba nervioso en el lobby del cine. De repente, una persona salió corriendo de la sala, cayó arrodillada ante sus pies y se puso a vomitar. Spielberg pensó: "La hice demasiado violenta, que voy a hacer". Pero luego la persona se levantó, se fue al baño y volvió a la sala. Entonces, el director se dijo así mismo: "Es un éxito”.

Decálogo de cómo rodar la acción

“Violenta, cruda, asquerosa. No había nada en esta película que me fuese personal. Fue una obra calculada al detalle. Hice cada toma con regocijo, sabiendo perfectamente el efecto que causaría en el público”. Aunque haya recocido que, de haber podido, hubiese mostrado al tiburón antes y durante más tiempo en la narración, Spielberg transformó el hándicap de un tiburón mecánico que se hundía en el agua en uno de los mayores aciertos de la película: el anonimato visual del escualo hasta el tramo final de la historia. Ocultando al monstruo del público, la película construye el suspenso hasta su máximo nivel. Otros directores han utilizado esta técnica de “menos es más” para otras cintas de monstruos (Hulk, Ang Lee), pero nadie ha empleado la técnica de una forma tan brillante como Spielberg. No vemos al tiburón sino el resultado de lo que hace. La vieja máxima de Hitchcock y la bomba.

El pulso narrativo de Spielberg durante toda la historia es fabuloso. Nadie ha olvidado la adictiva alternancia de planos de la víctima por encima de la superficie, en la inmensidad del mar, y planos subjetivos del tiburón bajo el agua, acechando el cuerpo en la distancia, con la angustia de las piernas de la chica batiendo… O la apuesta por atemorizantes planos largos (no muy popular en el Hollywood de la época), que ayudan a resaltar el aislamiento de las víctimas en la inmensidad del mar, y dotan al tiburón de poderes de caza casi absolutos y sobrenaturales.

Y a la espléndida dirección hay que sumar dos colaboraciones de lujo. Primero, la de la montadora Verna Fields, ya había trabajado con George Lucas en American Grafitti y se despidió del cine con Tiburón, contribuyendo decisivamente a lograr la tensión que respira cada fotograma del filme. Y segundo, la majestuosa banda sonora de John Williams. Sin embargo, el compositor era reacio en un principio a aceptar el reto, una vez que vio la maravilla que había filmado su amigo. “Dios mío Steven, necesitas a un compositor mejor que yo”, le comentó. “Sí, lo sé”, respondió Steven, “pero están todos muertos”. Lo cierto es que esas notas punzantes de cello y bajo que acompañan al Gran Blanco cada vez que sale en escena son el ADN de la obra, tanto como los violines rasgados de Bernard Hermann en Psicosis. Así se creó una atmósfera de terror primario que nunca se detiene, y en la que la acción avanza como una trituradora de alimentos.

Ya sólo el arranque de la película anuncia la pirotecnia de talento que se nos viene encima. Un travelling mientras una rubia corre por la playa hacia el agua… Spielberg juega durante toda la película a elevar la tensión. Amaga pero no da, y cuando finalmente lo hace, el uppercut hunde de miedo al espectador en la butaca. Por ejemplo, en la escena en la que el niño muere, Steven utiliza muchos “anzuelos”: el tiburón observa amenazador bajo el agua a varias posibles víctimas, mientras Brody (Roy Scheider) mira nervioso y sofocado al mar, convencido de que algo malo va a pasar. Como el personaje, el público está preparado para el horror, pero no sabe cúando ni de qué forma. Y el director utiliza similares tácticas para cada una de las apariciones del tiburón, incluyendo los numerosos falsos ataques a la barcaza de Quint en los últimos 45 minutos.

Spielberg combina un amplio abanico de aproximaciones cuando introduce los ataques. A veces el tiburón se presenta casi como una fuerza elemental de la naturaleza (escena inicial), mientras que en otras opta por un dibujo más realista (la muerte de Alex Kintner). También echa mano del humor (cuando los dos cazadores de recompensas están a punto de ser devorados en el embarcadero). Lo cierto es que cada escena donde aparece la amenaza del Gran Blanco es diferente, y el mismo animal es presentado de formas distintas: planos del tiburón en sí, punto de vista subjetivos del propio escualo, el movimiento a través de los barrilles amarillos, un tubo interior y un trozo de embarcadero destrozándose…

“Jamás volveré a rodar en el agua”

Dicho y hecho. Steven Spielberg lo pasó tan mal durante el rodaje –en Martha's Vineyard, Massachussetts, apacible lugar de descanso de presidentes estadounidenses– que se prometió así mismo navegar en aguas más tranquilas, extraterrestres amables y arqueólogos encantadores mediante. El filme estuvo a punto de convertirse en el Waterworld (Kevin Costner) de los setenta. La filmación se retrasó varias semanas y el presupuesto se fue por encima de los 12 millones de dólares, por lo que el estudio pensó que habían producido un “desastre de película de serie B”.

Hoy día, con la tecnología en un desarrollo imparable, recrear el tiburón asesino no supondría ningún problema, pero entonces, allá por 1974, cuando los equipos de efectos especiales trabajaban con maquetas y animatronics elementales, construir un tiburón de ocho metros supuso una tarea titánica. El primer escualo se hundió en el fondo del mar y nada pudo ser filmado. Una vez que lo reflotaron sólo podían rodar plano a plano, lo que, una vez más, se conviertió en una virtud en la sala de montaje. Al final se utilizaron tres, y Spielberg bautizó a uno de ellos como Bruce, en honor a su abogado. Sin duda, donde más “canta” la mecanicidad del tiburón es en la escena que se come a Quint.

Además, la barcaza Orca también naufragó y el genial director tuvo que lidiar con un conato de amotinamiento en el set de rodaje. Fotogramas de un tiburón real también fueron usados en la escena en la que ataca a Hooper dentro de la jaula submarina, ya que uno real metió su nariz en la caja cuando se filmaba. Incluso, sobrepasados todos los tiempos de producción, Spielberg rodó una escena en la piscina de la montadora para poder completarla como lo había planeado en un principio.

Alma y sentido

Para conseguir un terror más real, Spielberg eligió un escenario muy habitual, el pueblo de una zona costera californiana, y un animal también muy real. Pero en realidad, Tiburón, más que centrarse en la historia de un monstruo marino, lo hace en el jaleo que se monta en Amity, sobre todo, bucea en la forma en que los distintos personajes se ven obligados a actuar. Al poner el énfasis en los personajes más que en el escualo, Spielberg consiguió un trabajo cinematográfico que mantiene intacta su vigencia y su poder de fascinación. Las personas domina la narración, y ahí está el ejemplo de la escena copiada hasta la saciedad donde Quint y Hooper comparan sus heridas de guerra, que luego da paso a un monólogo fabuloso de Quint acerca de USS Indianápolis. Una parte reescrita en el guión por el actor Robert Shaw, que, curiosamente, y aún de forma exagerada, se basa en un hecho real: cómo los tiburones devoraron a decenas de soldados estadounidenses en el Pacífico, al naufragar una embarcación durante la II Guerra Mundial.

Otro aspecto remarcable es el riesgo que toma Spielberg. A mediados de los setenta, con tan sólo dos películas a la espalda –El diablo sobre ruedas y Loca evasión, el rey Midas de Hollywood todavía estaba dispuesto a tomar riesgos, haciendo una película en la que un niño muere ensangrentado por los mordiscos de un furioso tiburón. El instinto narrativo del director californiano tampoco olvidó la importancia del humor negro para desengrasar, a lo largo de toda la historia. Momentos espléndidos, como cuando Hooper está echando pescado muerto al mar, se gira un instante hacia el interior de la barcaza, y cuando devuelve la vista al mar se encuentra la gigantesca fauce del tiburón a un metro de distancia. En shock, retrocede lentamente y le dice a Quint: “Vas a necesitar un bote más grande”.

Al estado de gracia general contribuyeron los tres actores principales. Roy Scheider (Charlton Heston fue considerado para el papel) despacha una notable interpretación como el pusilánime jefe de policía de Amity. No es un protagonista típico. Tiene dudas, es negligente y por su culpa muere un niño. Pero sabe recuperarse para ganar otra vez la empatía del público. Richard Dreyfuss (se barajó el nombre de Jeff Bridges), aún sin la sobreactuación que le acompañaría en su carrera después, borda su papel de experto oceanógrafo, con su afilado sentido del humor. Y, quizá por encima de ambos, un Robert Shaw (Lee Marvin y Sterling Hayden sonaron como posibilidades) inconmensurable como el hosco capitán irlandés, obsesionado con dar muerte al gran blanco a bordo de su barcaza Orca, el único animal capaz de derrotarle en el mar. La influencia aquí de la obsesión del capitán Ahab de Moby Dick es clarísima.

Así se gestó la obra maestra

Los productores David Brown y Richard D. Zanuck se leyeron el libro en una noche y decidieron hacer la película sin preguntarse si la tecnología hacía posible llevarla a cabo. Al principio, Zanuck tenía la idea de realizar esta cinta para la televisión, pero gracias a la calidad lograda por Spielberg se estrenó en casi 500 salas de EEUU. El guión, la mayoría escrito por Carl Gottlieb y un Spielberg de 27 años, está basado en la novela de Peter Benchley, en la que narra como un tiburón blanco (Carcharodon carcharias) aterroriza a la pequeña ciudad costera de Nueva Inglaterra: Amitys. A su vez, la historia toma referencias de un suceso real que ocurrió en el verano de 1916 en Nueva Jersey, donde, supuestamente, uno o varios tiburones atacaron a cinco personas (cuatro murieron) en el transcurso de dos semanas, aunque todavía se desconoce si fue obra de un tiburón blanco o de un tiburón toro (mas común en aguas dulces).

En cualquier caso, tanto la novela de Benchley como la película se apoyan en varias fuentes, como señalaron en su día los productores: Moby Dick (Herman Neville, 1851), el clásico teatral Un enemigo del pueblo (Ibsen, 1882), documentales de la época (Blue Water, White Death, de Peter Gimbel) y otro libro contemporáneo al filme (Blue Meridian: the search for the Great White Shark, de Peter Matthiessen). Y, cinematográficamente hablando, Spielberg no ha dudado en señalar la influencia de joyas de la serie B de los cincuenta como La criatura del lago negro (1954) o The monster that challenged the world (1957).

martes, 9 de febrero de 2010

¿Quién debe a quién?

Desde que uno comienza a interesarse por la historia y la geopolítica se percata que Europa es colocada muchas veces, y en un ejercicio de pura demagogia, en una posición impoluta y paternalista. Con la creación de instituciones supranacionales que son puramente fachada, ha intentado a lo largo de los últimos cincuenta años lavar su deteriorada imagen después de expoliar a medio mundo en nombre de la cultura y la religión. La guerra fría supuso el definitivo atrincheramiento de un sistema que solo progresaría con la sistemática opresión a países no occidentales. El ejemplo mas sangrante es el de África. Se nos vende que el problema son las enfermedades y el hambre. Pero el mal que realmente ahoga a este continente es la brutal y arraigada corrupción que Europa promueve y apoya. Y lo hace siendo consciente que eso frena el desarrollo y las posibilidades de cambio. Tras décadas de ocupación y una vez que la resistencia interna de los países creció a causa de las educadas y refinadas medidas opresoras europeas, se abandono a su suerte a territorios que en ese momento estaban a medio camino entre el caciquismo y la anarquía. Una situación que era nueva para África, que antes de la llegada de las potencias coloniales, no sufría los problemas étnicos y territoriales que hoy padece. Otra de las grandes losas que impide el desarrollo africano es la deuda, muy relacionada con la citada corrupción. Para los acreedores del Norte, la deuda era y sigue siendo un poderoso instrumento de mando sobre la política económica de los países del Sur. Para las clases dirigentes del Sur, los préstamos eran y son, una oportunidad para quedarse con una jugosa tajada. Las necesidades y las esperanzas de la población no están entre sus prioridades. La corrupción no es tan sólo un delito cometido por algunas ovejas descarriadas que bastaría con desembarazarse de ellas. Es inherente al sistema, que conduce naturalmente a la acumulación de capital por las cúpulas dirigentes de los países del Sur, y luego a su evaporación rumbo al Norte gracias a la ingeniería de expertos financieros y bancos privados. La pobreza es una consecuencia.

La compra de armas o de material militar para oprimir a la población también ha contribuido al crecimiento de la deuda. Muchas dictaduras mantuvieron su poder sobre la población comprando armas a crédito, con la complicidad activa o pasiva de los acreedores. Los pueblos reembolsan actualmente unos créditos que permitieron comprar las armas responsables de la desaparición de los suyos, como en el caso de las víctimas del régimen del apartheid de Sudáfrica (1948-1994) o del genocidio de Ruanda (1994). El dinero prestado sirvió también para comprometer a los partidos de la oposición y financiar costosas campañas electorales y políticas clientelistas. La deuda opera así una sangría insoportable sobre los presupuestos de los países del Sur, que les impide garantizar unas condiciones decentes de vida a sus ciudadanos. El 38 % de los presupuestos de los países del África subsahariana se destinan al pago del servicio de la deuda. Es inmoral exigir que se dé prioridad al pago de la deuda a unos acreedores opulentos o a unos especuladores, antes que a la satisfacción de las necesidades fundamentales, y más si pensamos en todo lo robado por los países occidentales.

Damien Millet es profesor de matemáticas y presidente del CADTM Francia (Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo) y ha escrito un revelador libro llamado África sin deuda. En el encontramos declaraciones como la siguiente del presidente del Tribunal de Cuentas de la República Democrática del Congo en el año 2004: “Se calcula que un 30 % de la deuda de la RDC entró en la corrupción [...] ¿Quién se ha embolsado lo robado? Los prestamistas y los beneficiarios de los créditos. Los prestamistas gracias a la sobrefacturación de los proyectos y a los trabajos que eran seguidos de cerca por los países. Cuando se construyó la presa de Inga, el Congo disponía de dos ingenieros sin experiencia. El proyecto fue concebido por los prestamistas, financiado por ellos y dirigido por ellos. La deuda ha beneficiado mucho más al país que lo financió que al que recibió el crédito”

Si buscamos en los orígenes de la actual situación observamos que en 1880 en 90% del territorio africano estaba en manos de población africana. 20 años después, la proporción se había invertido. Tras la Conferencia de Berlín de 1885, siete potencias coloniales estuvieron presentes en África y llevaron a cabo un pillaje sistemático, que denominaron “misión civilizadora” : Francia en el Magreb, en el África occidental y ecuatorial, en Madagascar, en las Comores, en Yibuti; Inglaterra en Nigeria, en Sierra Leona, en Gambia, en Costa de Oro (hoy Ghana) y en un arco que va desde Egipto hasta Sudáfrica; Alemania en Togo, en Camerún, en Namibia y en la región de los Grandes Lagos; Bélgica en el Congo belga; España en Guinea Ecuatorial y en Río de Oro (Sahara occidental); Portugal en Angola, en Mozambique, en Guinea-Bissau, en Santo Tomé y Príncipe y en Cabo Verde; Italia en Libia, en Somalia y en Eritrea. En 1904 toda África se encontraba sometida por las colonias europeas, excepto Etiopia y la republica de Liberia. Hasta entonces los europeos apenas tuvieron presencia en el continente. Enfermedades como el paludismo provocaban que la mitad de ellos murieran en África. La utilización de la quinina permitió eliminar este hándicap y el uso de las nuevas tecnologías armamentísticas facilito que se impusieran a ejércitos más numerosos. De esta manera las potencias europeas encontraron un nuevo patio donde obtener recursos y donde hacerse fuerte en batallas diplomáticas alejadas de sus propias fronteras. El régimen colonial supuso la dependencia y vinculación de los recursos africanos al sistema capitalista europeo con una actividad económica siempre sometida a la iniciativa y a los intereses de la economía de las metrópolis. Ni existió ni se busco un vínculo cultural, con una ausencia total de adaptación que provoco primero el sometimiento de lo africano a lo europeo y posteriormente un sentimiento de rechazo y resistencia a Europa enarbolando la bandera de los valores tradicionalmente africanos. Parece que esta ultima circunstancia se repite y llega hasta nuestros días, el país supuestamente ayudado, acaba sintiéndose y actuando como si fuera ocupado e invadido. De nuevo occidente y sus controlados medios de comunicación lo negaban y lo niegan, colocando una venda que impide a la sociedad hacer un análisis honesto, haciéndonos creer que quien se siente invadido, quien lo sufre, quien ha de valorarlo, se equivoca. Nosotros, occidente, sabemos lo que es mejor para ti, inculto e insignificante africano (o afgano, o iraqui), nosotros somos los únicos poseedores de la verdad, la única verdad. Lo que acontece hoy podría ser calificado como la segunda fase del imperialismo neoliberal.

En la segunda mitad del siglo XX los esfuerzos de las naciones más potentes se centran en buscar una paz nunca lograda en años anteriores. De no conseguirla, el viejo continente no podría competir económicamente con los Estados Unidos de America. Francia y Alemania, los eternos enemigos, unen sus fuerzas en pos de un futuro económicamente estable, y sientan las bases que les permitirán ser el motor energético y mercantil de todo el continente. Sus políticas exteriores son veletas que se posicionan según sople el viento, sin otra línea de coherencia que no sea la del enriquecimiento y el control, un control indirecto que resultaba mucho más rentable que el hacerse fuerte sobre el terreno. Sostener a ciertos dictadores y posibilitar que perduren ciertas estructuras arcaicas, permite a Europa obtener recursos y asegurarse contratos duraderos que aportan a las compañías de sus países pingües beneficios. El fraude electoral y otras corruptelas son obviados. Un político africano afirmo que “La Unión Europea mantiene intereses coloniales que pugnan con EEUU y ahora China por el petróleo y los minerales. En esa lucha les resulta más seguro reforzar dictaduras que arriesgarse y ayudar a los cambios que generen democracia”. Europa es capaz de criticar o ensalzar a dictadores según la estación del año. Mugabe es el demonio hoy, veremos mañana. El “líder” libio Muammar Al Gaddafi fue lucifer, la encarnación del mal sobre la tierra durante años. Hoy es recibido con honores en países democráticos y avanzados como Francia y España. La razón de peso son los 50.000 millones de euros en negocios. La razón son los contratos que la española Sacyr Vallehermoso firmó en la propia Libia y que necesitaban la rúbrica de Zapatero.

Como en el siglo XIX y como en la guerra fría, África sólo es un tablero donde sacrificar los peones prescindibles. El asunto es que los jugadores que se sientan a la mesa son cada vez más y los argumentos que esgrimen para posicionarse y esquilmar lo que no les pertenece son muy variados. El falso pero útil argumento de la lucha contra el terrorismo, busca no sólo repartirse el botín africano sino levantar un grueso muro de contención contra la actual política de penetración de China en África y frenar a potencias emergentes como India y Brasil en la lucha por los recursos energéticos y los minerales africanos. De hecho el gigante Chino se ha instalado férreamente en el cuerno de África, controlando la mayoría accionarial de la empresa estatal de petróleo de Sudán. A Occidente esto no le resulta agradable. Cuando una zona contiene recursos estratégicos ha de ser controlada y las partes implicadas en el expolio no pueden utilizar la verdad como medio para conseguirlo. Elijamos un ejemplo de los muchos y variados que existen. Al sur de Sudan se encuentra Darfour, zona que ha vivido en los últimos años un conflicto que esta claramente vinculado con el petróleo. Estados Unidos y sus medios como Fox o CNN lo presentaron como un genocidio de carácter étnico entre malísimos musulmanes del norte y buenísimos negros cristianos del sur. Preparar a la opinión pública es vital cuando vas a empuñar tus armas. Jamás un occidental había oído hablar de esta zona ni de sus problemas a pesar de la guerra civil que azotaba Sudan desde 1985, con un saldo de más de un millón de muertos y tres millones de desplazados. El petróleo es el único acicate para que se mueva el culo, los muertos no, al menos estos muertos no. Las elevadas reservas de petróleo de toda África la convierten en una alternativa parcial a un cada vez más convulso Oriente Medio. Se trata de un petróleo de alta calidad, por su bajo contenido en azufre. Los países productores, a excepción de Nigeria, no forman parte de la Organización de Países Productores y Expor­tadores de Petróleo (OPEP), por lo que no están sujetos a los límites de producción coordinados por este cartel. Occidente se frota las manos.

La posición estratégica de Somalia y el Cuerno de África significa que cualquier país que domine esa área tendrá un inmenso control sobre todo el comercio mundial. Para Occidente y Estados Unidos, estar actuando en esta región les permite contrarrestar la presencia de China, así como usarla como base para llevar a cabo operaciones sobre terroristas y naciones acusadas de darles cobijo. Esto tiene consecuencias que de nuevo son ocultadas a la opinión pública, o más que eso, se levanta una barrera de humo que nos permite tener las conciencias tranquilas. ¿Y como enviar buques de guerra y soldados a una zona sin que resulte sospechoso? Desde hace unos años asistimos a un fenómeno nuevo en la zona, el de la piratería. Los medios de comunicación europeos nos cuentan que gente muy mala secuestra y chantajea a pobres y humildes pescadores que lo único que hacen es trabajar para dar de comer a sus desnutridos hijos europeos. Pero en realidad este nuevo fenómeno de piratería no es más que la batalla entre China, EE.UU. y Europa por controlar las vías fluviales en Somalia y el Cuerno de África. Se llama terrorismo y pirateo a la acción de pescadores que desposeídos de su único recurso vital, defienden sus costas del robo sistemático y del vertido constante de desechos tóxicos que generan las compañías occidentales instaladas en su territorio. Y ahora occidente, para perpetuar su dominio y su terrorismo económico envía sus potentes ejércitos contra lo que llaman piratas ¿Quien es más terrorista? Somalia lleva 20 años sin un gobierno estable que proteja a sus habitantes. Los pescadores ven como barcos europeos toman y esquilman sus costas sin que ninguna institución defienda sus derechos. Durante años los pescadores y trabajadores locales pidieron ayuda a ONGs y a la ONU para que, como mínimo, se establecieran unas cuotas de explotación a los buques occidentales y asiáticos mediante licencias. Su petición cayó en saco roto. El siguiente paso es defender lo que es de uno como hace cualquier ser humano, como hace cualquier ser vivo. Por ello se les tilda de piratas y asesinos.

"…el fenómeno ayuda a alimentar la interminable guerra civil en Somalia, mientras los pescadores ilegales pagan a los ministros somalíes corruptos o señores de la guerra para que protejan o aseguren sus licencias falsas. Estoy convencido de que existe vertido de desechos sólidos, productos químicos y probablemente desechos nucleares... No existe control del gobierno y hay poca gente con autoridad moral."

Extracto de una carta del enviado de las Naciones Unidas a la zona de Somalia, Ahmedou Ould Abdallah.

No todos los medios occidentales amordazan la verdad de la realidad africana. En la publicación alemana 'Huffingtonpost' el periodista John Hari, en un artículo titulado 'Estás siendo engañado sobre los piratas' hace una síntesis de la situación:

“Tan pronto como el gobierno despareció, empezaron a aparecer misteriosos buques europeos vertiendo barriles en el océano frente a la costa de Somalia. La población de Somalia empezó a enfermar. Al principio sufrieron extrañas erupciones, nauseas y la malformación de niños. Más tarde, tras el tsunami de 2005, llegaron a la costa cientos de estos barriles y fugas. La gente empezó a sufrir la enfermedad de la radiación y murieron más de 300 personas.
Paralelamente, otros barcos europeos han estado saqueando los mares de Somalia de su más importante recurso: el pescado. Cada año, los enormes buques de arrastre que navegan ilegalmente en las aguas desprotegidas de Somalia destruyen atún, gambas, langostas y otra vida marina valorada en más de 300 millones de dólares. De repente los pescadores locales han perdido su sustento y mueren de hambre. Este es el contexto en el cual han surgido los hombres a los que llamamos 'piratas'. Todos sostienen que eran pescadores somalíes comunes quienes al principio se hicieron con embarcaciones rápidas para intentar disuadir a los buques de vertido y de arrastre o al menos suponerles un coste. Se hacen llamar los Voluntarios de la Guardia Costera de Somalia y no es difícil ver el por qué. En una entrevista telefónica, uno de los líderes pirata, Sugule Ali, dijo que su motivo era 'detener la pesca ilegal y el vertido en nuestras aguas... No nos consideramos bandidos del mar. Consideramos bandidos del mar aquellos que pescan ilegalmente y vierten desechos en nuestras aguas."

Otra circunstancia reveladora de la hipocresía europea son los acuerdos comerciales que Europa ha tenido con África a lo largo de estos años. Actualmente el que permanece vigente desde 2003 es el de Cotonou y los EPA (acuerdos de asociación económica), que objetivamente supone un atentado contra la soberanía y la capacidad de subsistir de numerosos estados. Este acuerdo deja obsoleto el de Lome, que sin ser la panacea, si garantizaba ciertas ventajas por las exportaciones. Con Cotonou se favorecen los cultivos comerciales y se deja a un lado la agricultura de autosubsistencia. Supone la progresiva liberalización de los mercados africanos y la eliminación de aranceles a los productos europeos. Esto es la desaparición de los ingresos aduaneros, es decir, países como Camerún dejaran de ingresar cada año por aranceles el equivalente a su gasto anual en sanidad. La Política Agraria Comunitaria, con sus subsidios encubiertos a la exportación, destruye al pequeño campesinado de África, mientras el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en un ejercicio absolutamente hipócrita, impiden a los países africanos subsidiar las pequeñas explotaciones. Esto desemboca en una enorme dependencia de las empresas transnacionales de la agroalimentación, a las que hay que comprar hasta las semillas para la producción de autosubsistencia. En definitiva, neocolonialismo e imperialismo exacerbado por parte de las potencias europeas. Por si esto fuera poco, en el nuevo acuerdo se incluye una cláusula de condicionalidad política, que hace referencia, entre otros aspectos, a la lucha contra el terrorismo, la defensa de la democracia y el con­trol de la inmigración ilegal. Ya solo queda el siguiente paso, volver al regimen esclavista.

Jean Ziegler fue durante ocho años relator especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación y afirmaba que “El hambre en África es fabricada principalmente por Europa, gracias a las subvenciones agrícolas”. En una entrevista que le realizo el periodista Tobias Schwab en el diario alemán Frankfurter Rundschau no dejaba lugar a la duda:

-¿Por qué la política y la economía no están en condiciones de revertir esta tendencia?
-Es consecuencia del liberalismo, del orden que predomina en el mundo. Según la Organización de la ONU para la Alimentación y Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) se podría alimentar a 12 mil millones de personas. ¿Por qué no se hace? Las instancias predominantes como el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y el Fondo Monetario Internacional practican el Consenso de Washington. Cuando todos los flujos de capital, bienes y servicios estén libres, y después de que todos los sectores públicos se hayan privatizado, dicen, el capital se dirigirá a los lugares donde realiza los máximos beneficios. En consecuencia, hoy las 500 compañías más grandes controlan 52 por ciento del producto social bruto del mundo. Esto implica, por un lado, una refeudalización del mundo, la creación de monopolios de riquezas increíbles y, por el otro, la pauperización sin precedentes del hemisferio sur.

-Usted acusa a la OMC, al Banco Mundial y al FMI…
-... son los mercenarios de la oligarquía del capital financiero internacional.

-¿Considera que esas organizaciones podrían ser reformadas?
-No, no pueden ser reformadas.

-¿Qué debería haber en su lugar?
-Un acuerdo comercial mundial que tenga en cuenta los desniveles. La liberalización total equivale a la organización de una pelea entre el campeón mundial de boxeo Mike Tyson y un desnutrido desempleado bengalí. Para decir después al estilo de la OMC que las mismas reglas valen para los dos, que los dos tienen los mismos guantes y que seguramente el mejor ganará. Uno se da cuenta de que esto no puede funcionar después de 400 años de colonización y explotación por el Norte. El neoliberalismo en sí es un sistema asesino.

A pesar de todo lo anterior, nos hemos convertido en el continente paradigma de las democracias evolucionadas. Nada más lejos de la realidad. Europa, con toda su experiencia, abolengo y alta cuna, ha destrozado, esquilmado y jugado de la manera más hipócrita con gran parte del mundo. Su política exterior, haciendo un análisis objetivo, ha sido opresora, intervencionista y encubridora. Los europeos, con su capital y sus pretensiones, han alterado demográfica, económica y socialmente el continente africano en beneficio propio, y lo ha disimulado bajo organizaciones y programas de ayuda que solo han servido para limpiar conciencias. Creer en el ser humano se hace difícil cuando no es capaz de hacer valer un interés de la comunidad mundial contra el capital financiero. Y hoy Europa, con sus arcas llenas y sus estómagos satisfechos, cierra sus puertas, se aposta en sus murallas y se dispone a robar y a defender lo robado.